FITZCARRALDO

FITZCARRALDO
FITZCARRALDO. Werner Herzog. Klaus Kinski

sábado, 6 de noviembre de 2010

Sherlock Holmes


TÍTULO ORIGINAL Sherlock Holmes

AÑO 2009 Ver trailer externo

DURACIÓN 128 min.   Trailers/Vídeos 

PAÍS    Estados Unidos

DIRECTOR Guy Ritchie
GUIÓN Mike Johnson, Guy Ritchie, Anthony Peckham (Personajes: Arthur Conan Doyle. Cómic: Lionel Wigram)
MÚSICA Hans Zimmer
FOTOGRAFÍA Philippe Rousselot
REPARTO Robert Downey Jr., Jude Law, Rachel McAdams, Mark Strong, Robert Maillet, Kelly Reilly, Eddie Marsan
PRODUCTORA Warner Bros. Pictures / Village Roadshow / Silver Pictures
PREMIOS 2009: 2 nominaciones al Oscar: Mejor bso, dirección artística
2009: Globo de Oro: Mejor actor comedia o musical (Robert Downy Jr.)
GÉNERO Intriga. Acción. Aventuras | Crimen. Cómic. Sherlock Holmes. Siglo XIX

Clasificación : Buen plan

La mayor parte de mis almas gemelas son españolas. Me explico: Filmaffinity (www.filmaffinity.com) es una de las muchas páginas especializadas en cine que se encuentran en la internet. La crearon, en el año 2002,  Pablo Kart  Verdú Schumann crítico de cine y profesor de marketing y Daniel Nicolás Aldea programador, ambos españoles. En Filmaffinity cualquier persona puede registrarse como usuario. Una vez lo haga la página le ofrece una muy completa información sobre estrenos, carteleras, críticas, cortos y toda suerte de datos y eventos cinematográficos. El usuario puede, además, votar las películas que haya visto. En una escala de uno a diez puede elegir la puntuación de la película. A medida que se vayan votando las películas la página almacena la información y después de un determinado número de películas votadas le indica al usuario cuales son, en este club virtual de amantes del cine,  los usuarios que han votado de manera similar.  Es a estos a los que la página llama, de modo por demás sugestivo, las almas gemelas.

Por ser una página creada en España y pese al reconocimiento que revistas especializadas han hecho de su diseño y contenido, la gran parte de sus usuarios registrados son españoles.  De allí que quienes nos hemos registrado en Filmaffinity  encontremos que la gran parte de nuestras almas gemelas son españolas.

Aunque toda generalización es siempre una torpeza debo decir que no creo que mis verdaderas almas genéricas en materia cinematográficas sean españolas. Y lo creo así porque después de haber leído muchos comentarios y críticas de mis almas compañeras me he dado cuenta de que los entornos culturales marcan de manera significativa la forma como vemos, queremos y/o despreciamos una película. Ser español, como ser francés, belga, vietnamita, uruguayo o colombiano es una impronta que aflora al momento de sentarnos en la sala oscura. No quiero caer  en la simpleza de decir que los españoles, todos los españoles, tienen una determinada forma de ser y ver la vida distinta a la forma de ser y de ver la vida de un italiano o de un mejicano, por decir algo. Cada espectador es un universo irrepetible y único y es indiscutible que la compatibilidad de gustos cinematográficos trasciende toda frontera.

Sin embargo cada espectador es, también, un alma situada y por serlo sus gustos reflejan, en mayor o menor medida, el contexto que lo circunda. En términos generales  el espectador  español es - permítaseme la ligereza de esta generalización -  , como el propio cine español,  fuerte, directo y ácido. Su lenguaje  desprecia los adornos y  se acude, sin mesura, a expresiones y palabras  que en otro entorno cultural serían consideradas soeces o, cuando más,  burdas groserías.

Vuelvo entonces a mis almas gemelas y, en general,  a los usuarios de filmaffiniity, españoles ellos en su gran mayoría, para decir  que muchas veces disiento de sus apreciaciones y críticas por una sencilla y contundente razón: porque veo el cine con otros ojos o, mejor, porque espero del cine algo seguramente distinto a lo que de él esperan  de mis hermanos ibéricos. Los españoles, por ejemplo y, en general, los europeos digieren menos bien el cine comercial que se produce en los Estados Unidos. Les cuesta asimilarlo porque su cultura local siempre ha tenido una postura de desconfianza y recelo hacia el estilo americano fundado en una tradición que culturalmente los sitúa en un estrato que, con o sin razón, siempre han considerado muy superior. No sucede lo mismo acá, al sur de los Estados Unidos. En Centro y Sur América la proximidad con el modelo norteamericano  y por ende la injerencia del mismo es mucho más notoria. Y esto se refleja, sin duda alguna, en el plano de los gustos cinematográficos. Nuestro público ha crecido, por generaciones, viendo cine gringo y eso a moldeado su manera de ver, sentir y disfrutar el plan de sentarse frente a la gran pantalla.

En este arriesgado plano de las generalizaciones  gustar del cine americano, del más puro y comercial cine hollywoodense, es inscribirse en las listas del vulgo, es perderse en medio de esa masa inculta que se divierte, a la  par con la película que está viendo, con el enorme cucurucho de palomitas de maíz sin el cual no puede concebirse el plan de ir al cine.

Yo creo que el placer del cine se lo exprimen mejor cuando, como en casi todo placer, uno se deja llevar sin reparar en demasiadas teorías, sin prestarle mayor atención  a esas hordas de críticos que con un insoportable tufillo intelectual  pretenden determinar que es lo bueno y, especialmente, que es lo malo. Al cine hay que verlo, creo yo, ligero de equipaje y a la vez con nuestras valijas repletas pero sólo de los buenos momentos que la pantalla nos ha deparado, esa pantalla  donde todo se confunde y aglomera: las balas, los besos,  las caricias, las lágrimas, los cuerpos, los puños, los sexos, los adioses, las esperanzas, las soledades y las muertes.

Nací en Colombia, en los sesenta y de niño y joven me conmovieron, hasta lo más hondo, películas tan disímiles como  Melody,  Borsalino, La Fuga Fantástica, Maratón Man y Casablanca .  Mi pasión por el cine está marcada, enaltecida, formada y deformada por lo que entonces vi. Le debo mucho a las colombinas Charms, especialmente a las moradas que tanto nos teñían la lengua, al intercambio de comics en las funciones matinales del teatro del Lago en Bogotá y a aquellas malas películas que entonces me parecieron tan buenas…..

Por haber sido y seguir siendo este mi modo de contactarme con la pantalla grande y por mil razones más que atesoro y llevaré siempre conmigo, al cine lo veo siempre, no con total desprevención, pero sí con la sincera disposición del que se apresta a la aventura de salir de sí para internarse en otros mundos  y, ojalá, apropiárselos. Es por esto que al cine de simple aventura o al que algunos consideran predecible y repetitivo no pocas veces lo encuentro delicioso, por no decir que fascinante. No lo ubico ciertamente en el cajón de mis dilectos pero si puedo rasguñar importantes trazos de felicidad cuando lo veo.

Sirva esta larga disquisición para decir que Sherlock Holmes me pareció una buena aventura. De su  fidelidad con el célebre personaje de Sir Arthur Conan Doyle poco o nada puedo decir y también poco o  nada puedo decir en punto de su comparación con otras películas sobre este desconcertante detective y su inseparable compañero. Puedo sí decir que es una historia que se deja ver con agrado así el encendido final de las luces nos asegure, sin aspavientos ni reproches, su inmediato olvido. Es una película para pasarlo bien sin conmocionar el alma. Las actuaciones, exceptuada la del maligno Mark Strong, son más que aceptables y uno de sus principales logros es la recreación de esa Londres decimonónica, brumosa y misteriosa. Es posible que por la importancia que en la película se le da a la acción, se haya desaprovechado el especial encanto y la inteligencia de este personaje. También es factible  que su desenlace sea enteramente predecible y que el pretendido encomio de la razón sobre las farsas de lo sobrenatural se pierda como la aguja entre el pajar. Sin embargo uno se entretiene y  eso no es poca cosa.

El cine es siempre la posibilidad de un estremecimiento.  A la sala oscura siempre hay que entrar con la expectativa de pasarla bien y con la ingenua pretensión de darnos un paseo por otra realidad. Si así no lo hacemos y en lugar de la ensoñación llevamos una libreta cuadriculada para tomar apuntes, del cine nos estaremos perdiendo su propia esencia, su asombrosa capacidad de hacernos sentir momentánea y, también, permanentemente, felices.    

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