FITZCARRALDO

FITZCARRALDO
FITZCARRALDO. Werner Herzog. Klaus Kinski

domingo, 14 de noviembre de 2010

Hace mucho que te quiero


TÍTULO ORIGINAL Il y a longtemps que je t'aime

AÑO 2008 

DURACIÓN 115 min.    

PAÍS Francia   

DIRECTOR Philippe Claudel
GUIÓN Philippe Claudel
MÚSICA Jean-Louis Aubert
FOTOGRAFÍA Jérôme Alméras
REPARTO Kristin Scott Thomas, Elsa Zylberstein, Serge Hazanavicius, Laurent Grevill, Frédéric Pierrot, Lise Ségur, Jean-Claude Arnaud, Claire Johnston, Catherine Hosmalin, Olivier Cruveiller, Souad Mouchrik, Mouss Zouheyri
PRODUCTORA UGC Images / France 3 Cinéma
WEB OFICIAL http://www.ilyalongtempsquejetaime-lefilm.com/
PREMIOS 2008: 2 Nominaciones al Globo de oro: Película de habla no inglesa, actriz (Scott Thomas)
2008: 3 nominaciones BAFTA, incluyendo ejor película de habla no inglesa

GÉNERO Drama | Drama psicológico

Clasificación : Muy recomendada


En Hace mucho que te quiero Juliette (Kristin Scott Thomas) es una mujer que después de pagar una pena de prisión de quince años vuelve a la libertad. La acoge en casa su hermana Léa (Elsa Zylberstein) a quienes sus padres le impusieron el ingrato deber de olvidar, por no decir repudiar, a su hermana. El regreso, obvio, no es fácil. A Luc, el marido de Léa, no le resulta emocionante y grato que sus dos pequeñas hijas adoptadas tengan cerca, casi como una suerte de nana, a una mujer que estuvo tantos años tras las rejas por el estremecedor delito de haber matado a su propio hijo. 

Así se plantea el drama de Hace mucho que te quiero, un drama que no está jalonado ni un instante, ni una fracción de segundo,  por la tensión de su desenlace o por la revelación de una verdad que se ha mantenido encubierta. La cinta avanza con la pretensión, vasta por demás,  de ir desnudando los recovecos anímicos y sentimentales de sus protagonistas. Cobardías, culpabilidades, discriminaciones y, también, ternuras, tolerancias y amistades francas van bordando una historia cuya linealidad nos pasa desapercibida. A la mejor manera del cine francés a Hace tiempos que te quiero no la arman escenas intensas o fogonazos brillantes. Sus personajes nos van seduciendo  de una manera sutil y delicada, se diría que lo hacen sin quererlo. Es el caso, por ejemplo,  del oficial de policía ante el cual debe presentarse Juliette periódicamente. El hombre, fascinado por el charme (la palabra francesa aquí es perfecta)  de la ex convicta, le confiesa sus miedos y también sus sueños o, mejor su sueño: ir al Orinoco para conocer por fin ese intrigante y caudaloso río cuyo nacimiento, cree él, aún nadie ha podido precisar. Y seduce también Léa, tan frágil y fuerte a la vez, una mezcla equilibrada de hermana menor y mujer recia que antepuso a las conveniencias formales el amor adulto de hermana única.

La película no se explaya en sus escenas: tan pronto las plantea,  las deja. Es una manera de no dar todo para provocar. Estamos ante el método  de escribir el comienzo de la linea y dejarnos la escritura libre de su desenlace. Sobresalen las escenas de la piscina y sobresalen no porque en ellas pase algo especial sino, precisamente,  por que nada pasa en ellas. Pasan los cuerpos, sin fingidas esbelteces y pasan , más que los cuerpos, los diálogos de las hermanas.

Mención aparte merece la actuación de Kristin Scott Thomas. La inglesa logra su personaje con un tono sostenido y a la vez contenido de impecable concepción. Su frialdad, su distancia, su intocable hermosura hacen de Juliette una mujer que encanta pero genera distancia. Su presencia es, en todas partes, algo sonámbula. Es como si ella, la que alguna vez fue y a la que nadie de los que ahora la rodean conoció,  se hubiera quedado en prisión. Y sin embargo el personaje va emergiendo, va despertando y nos fascina, como ser humano, como hermana y como mujer.

Escriben algunos que el final pudo ser otro; que no había necesidad de reivindicar el pasado de la hermana  escondida; que Juliette habría conservado mejor su aura enigmática y que la película misma habría pasado la prueba de la previsibilidad si se la hubiese terminado de otra forma. Yo, la verdad, salí contento con el final. Aún conservo, intacto, el deseo, tan infantil y primario, del final feliz. Y  ha sido este deseo el que por la vía del contrapunteo me ha permitido saborear los finales aciagos, los finales demoledores y, también, los finales sin final. En Hace mucho tiempo que te quiero el final, que no sé bien si llamar feliz,  de seguro cayó en las redes de lo previsible y lo melodramático. Yo también caí en ellas y fue precisamente eso lo que hizo que me parara de la silla con el corazón acongojado.


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