FITZCARRALDO

FITZCARRALDO
FITZCARRALDO. Werner Herzog. Klaus Kinski

lunes, 26 de noviembre de 2012

MI SEMANA CON MARILYN


TÍTULO ORIGINALMy Week with Marilyn
AÑO2011
DURACIÓN101 min
PAÍSReino Unido
DIRECTORSimon Curtis
GUIÓNAdrian Hodges (Libro: Colin Clark)
MÚSICAConrad Pope, Alexandre Desplat
FOTOGRAFÍABen Smithard
REPARTOMichelle WilliamsEddie RedmayneKenneth BranaghEmma Watson,
Judi DenchDominic CooperDerek JacobiJulia OrmondToby Jones,
Dougray ScottSimon Russell BealeZoë WanamakerGeraldine Somerville
PRODUCTORABBC Films / Lipsync Productions / Trademark Films / UK Film Council
/ The Weinstein Company
WEB OFICIALhttp://myweekwithmarilynmovie.com/
PREMIOS2011: Oscars: Nominada a mejor actriz (Michelle Williams) y mejor actor sec.
(Branagh)
2011: Globos de Oro: Mejor actriz comedia o musical (Williams). 3 nominaciones
2011: Independent Spirit Awards: Mejor actriz (Michelle Williams)
2011: Premios BAFTA: 6 nominaciones, incluyendo Mejor película británica
2011: Critics Choice Awards: 4 nominaciones, incluyendo mejor actriz
(Michelle Williams)
2011: Screen Actors Guild: Nominados Mejor Actriz (Williams), Actor de Reparto
 (Branagh)
GÉNERODrama | BiográficoAños 50Cine dentro del cine



Calificación : Vale la pena

Que me desmientan los biógrafos y  los sicólogos pero yo creo que una semana bien vivida y bien contada es suficiente para retratar a una persona. En Mi semana con Marilyn su director, Simon Curtis,  logra transmitirnos ese desenfado, a la vez irritante y seductor, con  el que la emblemática rubia  se levantaba, algo atolondrada, cada día. La semana de la película fue sin duda una semana especial.  La Monroe (Michelle Williams) llega a rodar una película en Londres precedida de su bien merecida fama de diva incumplida e inmanejable.  Llega tomada de gancho de su esposo  Arthur Miller (Dougray Scott) evidenciando que más allá de la pose para una fotografía, a la pareja le quedaban muy pocos días. La espera su compañero protagónico Sir Laurence Olivier (Kenneth Branagh) quien tendrá que sufrirla para así también poder gozarla . Se le cruzará en el camino  Colin Clark (Eddie Redmayne) un despistado muchacho que encontró en el rol de utilero la manera de meterse en los intríngulis de la producción de una película. 

Semana suficiente para acercarnos al ícono cinematográfico porque durante ella su matrimonio se resquebraja; suficiente porque en esos días su talento se tambalea y porque su belleza muestra sus impurezas; suficiente porque las drogas se esparcen sobre la mesa y porque la flecha de la ruleta se detendrá en ese utilero de paso que por esa semana fue, con toda la intensidad y también con toda la ingenuidad del término, el novio de Marilyn Monroe.

Mi semana con Marilyn es una película que se ajusta muy bien a sus pretensiones. Curtis no persiguió con ella ni una exhaustiva biografía de la leyenda ni, tampoco, una densa inmersión en el drama que fue la comedia de su vida. Mi semana con Marilyn es, como ella,  algo ligera pero con esa ligereza  que tiene el don de perturbar todo aquello que roza. La Monroe tuvo ese inexplicable encanto de ser la más bella sin serlo; de ser la más sensual sin serlo y de atraer hacia su centro, sin mayor talento, todas las cámaras que la miraran.  Ese es y ese será por siempre el fenómeno Marilyn Monroe.

Sin mayores ambiciones pero sí con muchos aciertos lo que logra Curtis es un acercamiento, más de provocación que de profundización,  al ídolo.  La Monroe fue siempre un vientecillo ligero y torpe al que solo detenía – y eternizaba – el flash de la cámara fotográfica.  Esa mezcla de lo etéreo con lo permanente se logra muy bien en Mi semana con Marilyn alternando la imagen estática de la fotografía con  el curso de la película .  

Lo fascinante de la Monroe era que a su banalidad la completaba un aura involuntaria de atracción y deseo. Ella no se lo proponía,  simplemente le surgía.  Esta mezcla desconcertante de no me doy cuenta pero sé que el mundo se derrumba a mi paso, está perfectamente representada en Mi semana con Marilyn. Michelle William lo hace con la espontaneidad que la tarea requería. La actriz captó de la diva  ese sonambulismo causado por las drogas y, especialmente, por ese no pertenecer a este mundo y saber que con un guiño o con  un dedo en la boca lo tenía a sus pies.

Mi semana con Marilyn es  una mirada de quien estuvo cerca de ella y, por ello,  con la distorsión inevitable que causa tal proximidad. Una semana con la Monroe obnubila, decepciona, intriga, desconcierta y enamora porque estar con ella es darse cuenta que su cercanía es un engaño,  que su belleza es un fingimiento supremo,  que su voz tiene la condena del eco, que la hemos inventado y sublimado a partir de un deseo insatisfecho y que lo que en ella vemos es apenas la luminiscencia de lo que nunca estuvo. No en vano es, en toda la extensión del término, una estrella.

Nota a deshoras: y si nos quedamos viéndola un rato....




sábado, 17 de noviembre de 2012

SKYFALL


TÍTULO ORIGINALSkyfall
AÑO2012
DURACIÓN143 MIN
PAÍSReino Unido
DIRECTORSam Mendes
GUIÓNNeal Purvis, Robert Wade, John Logan (Personaje: Ian Fleming)
MÚSICAThomas Newman
FOTOGRAFÍARoger Deakins
REPARTODaniel CraigJudi DenchJavier BardemRalph FiennesNaomie Harris,
Bérénice Marlohe,Albert FinneyBen WhishawRory KinnearOla Rapace,
Helen McCroryNicholas Woodeson,Elize du ToitBen Loyd-Holmes,
Tonia SotiropoulouOrion Lee
PRODUCTORAMGM / Columbia Pictures / Albert R. Broccoli / Eon Productions / B23
WEB OFICIALhttp://www.skyfall-movie.com/site/
GÉNEROAcciónThriller | James BondEspionaje


Calificación : Vale la pena

Más allá de los logros estrictamente cinematográficos como lo son un guión convincente, una fotografía envolvente, un ritmo vertiginoso y unas buenas actuaciones, Skyfall pone sobre la mesa  la pregunta, no sé si compleja, desenfocada o pertinente pero, en todo caso, ineludible: que tan fiel  le es este James Bond a ese modelo con el que todos asociamos al hiper famoso agente británico?

Lo primero que habría que decir antes de arriesgar una respuesta, es que no existe un modelo único y perfectamente delineado del emblemático Bond. Para algunos, los que se precian de ortodoxos y puristas, James Bond es, simple y llanamente, Sean Connery. Serio, imperturbable, algo mayor y, en su elegante sobriedad, desprendido emocional y afectivamente de todo cuanto le rodea. Dejando de lado los Bonds que justa o injustamente no perduraron, sigue en la lista el Bond Roger Moore. Otra cosa. Elegante sí pero más desenfadado y restándole importancia a todo con un apunte oportuno o con esa sonrisa, inestable mezcla de seducción e impostura. La trilogía clásica la cierra Pierce Brosnan a quien muchos aún seguimos asociando con Remington Steele, el galán cinéfilo de la tele de los ochentas. El Bond Brosnan  es más ligero que sus antecesores pero es esa misma ligereza la que le dio a su Bond un halo renovado de irreverencia y frescura.

Lo cierto es que más allá de las inocultables diferencias entre estos tres Bonds algo impreciso los identifica. Los tres son, dentro de los cánones variables del concepto, hombres guapos; los tres son elegantes a la usanza del esmoquin y los suntuosos salones sociales; los tres son sarcásticos, discretamente sensuales y, definitivamente desarraigados y huidizos. No tienen hogar ni familia y su casa es el lugar de la misión que se les encomiende.  Cuando se van dejan tras de sí destrozos y ellos apenas si se despeinan. A Bond, a ese Bond, nunca se le arrugaba la camisa.

La pregunta de si el Bond Craig se ajusta a este perfil tiene por respuesta, a mi juicio, un no pero sí que no es lo mismo, como a primera vista pudiera pensarse, que un   pero no. No pero sí porque - y esta es la parte afirmativa y definitiva de la respuesta - el Bond Craig  conserva, acentuado diría yo,  el aura de lo inalcanzable  que tienen todos  sus antecesores. A diferencia de lo que sucede con otros personajes, Bond no es un personaje que provoque enamoramientos o admiraciones. La relación con Bond es, como lo es él, fascinante y fría. El Bond de Skyfall sigue siendo elegante y, al igual que los integrantes de la trilogía que lo antecedieron, es, en medio de la intrepidez y el vértigo de sus acciones,  un hombre pausado y seguro.

Pero este Bond, - viene ahora la parte negativa de la respuesta -  ya no es tan luminoso y básico como sus predecesores; su encanto abandona las luminarias del gran salón y se vuelve más primario, más salvaje.  Este Bond se permite la franqueza, que no la flaqueza, de reconocer uno que otro arraigo sentimental.

Desde la fantástica secuencia de imágenes que en Skyfall le sigue al trepidante inicio de la película, se deja ver que el Bond Craig se recogerá en la penumbra, que bordeará la muerte y que muy seguramente se beberá su habitual dry martini en barras menos luminosas.  Pero estos cambios no lo desnaturalizan; lo que hacen es adaptarlo  a un mundo en evolución que lo está mirando. Anclarlo en la blancura de los yates mediterráneos o condenarlo a los intrincados - y hoy un tanto cómicos - aparatos que antes le entregaban para encarar sus misiones, sería tanto como detenerlo en el tiempo y anquilosarlo.

Nadie se ha quejado y muy por el contrario todos hemos elogiado que Batman haya dejado atrás su estilo soso para hacerle frente  a un enemigo complejo y enigmático : su  temperamento solitario y atormentado que sólo parece rimar con la noche honda de Ciudad Gótica. Algo parecido es lo que ahora está sucediendo con Bond, un Bond que está dejando de ser tan impecable y vano para convertirse en un ser humano más conectado con una realidad tan capaz de ofrecer aventuras extremas y mujeres despampanantes, como heridas que afean y  seres que mueren y a los cuales amábamos.

No pero sí y no Sí pero no porque lo esencial se mantiene y Bond sigue siendo un hombre que prefiere hacer a decir;  un hombre que con las mujeres siempre opta por la fugacidad del sentir y no po la incertidumbre del amar; un hombre que siempre prefiere partir a quedarse y a la hora de elegir siempre se quedará con el fino clasicismo de un dry martini bien preparado y no con la lánguida moda de los vinos; no pero sí porque este Bond hace suyos  un pasado y unos sentimientos que nada le restan y también no pero sí  porque  en este siglo devorado por las imágenes retocadas a este Bond sí se le arruga la camisa. Hubiera contestado  pero no si la negación hubiera recaído sobre lo esencial y la afirmación sobre lo accidental pero en Skyfall, afortunada y pensadamente, sucedió lo contrario.

Desde una doble perspectiva el trabajo del director Sam Mendes es impecable. Lo es desde la forma como arma una historia que no nos permite parpadear un solo segundo y lo es desde el reto descomunal de meterse con un personaje al que había que respetar para no desnaturalizarlo pero al que, a la vez, había que irrespetar para ponerlo a tono con esa realidad de la que siempre se han nutrido las ficciones del agente 007. 

El mensaje oculto y algo sombrío que nos deja Skyfall es que en un mundo interconectado y preocupado por el calentamiento terráqueo, los enemigos emergen de las sombras y para hacerles frente se necesita, como otrora, un agente secreto cuya sofisticación y eficacia siguen estando en el  esmoquin impecablemente planchado,  pero también, así lo muestra este nuevo Bond,  en su entrañable condición humana.

domingo, 4 de noviembre de 2012

ARGO


TÍTULO ORIGINALArgo
AÑO2012
DURACIÓN120 min
PAÍSEstados Unidos
DIRECTORBen Affleck
GUIÓNChris Terrio
MÚSICAAlexandre Desplat
FOTOGRAFÍARodrigo Prieto
REPARTOBen AffleckJohn GoodmanAlan ArkinBryan CranstonTaylor Schilling,
Kyle Chandler,Victor GarberMichael CassidyClea DuVallRory Cochrane,
Tate DonovanChris Messina,Adrienne BarbeauTom LenkTitus Welliver
PRODUCTORAWarner Bros. Pictures / GK Films / Smoke House Pictures
PREMIOS2012: Festival de San Sebastián: Sección oficial (fuera de concurso)
2012: Festival de Toronto: Nominada al Premio del Público (Mejor película)
GÉNEROThrillerIntrigaDrama | Años 70PolíticaTerrorismoCine dentro del cine.
Basado en hechos reales
Calificación : Muy recomendada


Yo  creo que uno es,  para bien y para mal y en su entraña más esencial,  el que se forjó  entre los catorce y los veinte años. En mi caso esos siete u ocho años transcurrieron  en la década de los setentas. Eso me convierte, al amparo de tan amañada y cuestionable afirmación, en un hombre de los setentas. Eso no quiere decir nada pero a la vez dice mucho. Dice, por ejemplo, que llegué tarde al esplendor de los Beatles y que durante  mi adolescencia siempre estuvo en las primeras planas noticiosas la guerra de Vietnam.  Mi televisión de esos años tiene la impronta imborrable de series como Kojak, Baretta, Los Angeles de Charlie y, cabía de todo, La Familia Patridge.  En el cine el sello lo pusieron películas como El Padrino (I y II), Rocky, el Cazador y la inolvidable Atrapado sin salida. Me enamoré por primera vez  en los setentas, en los setentas escribí mi primer cuento; fue entonces cuando por primera vez me emborraché  y fue también en los setenta cuando dejé el colegio y entré a la universidad. Por todo lo anterior pero especialmente porque quiero serlo, soy un tipo de los setentas.

Argo, la última película del director y actor Ben Afflek, es una cinta que recoge, recrea y se devuelve a los setenta. Y lo hace no solo porque el hecho narrado - la sacada de Irán de unos diplomáticos estadounidenses que huyeron de la toma de la embajada americana de Teherán - haya sucedido en el año 79, sino porque todo en ella resuma y retrata el estilo imperante en esa curiosa década. Sin duda es una necedad decir, con pretensiones globales y universales,  que en esos años hubo, no importa donde se centrara el foco de análisis, un estilo dominante o una forma única de encarar el sentido de la vida.  Sin embargo sí es posible resaltar de cada momento histórico la o las líneas que en él sobresalieron y que marcaron una suerte de sendero fácilmente reconocible con el paso del tiempo. Los setenta  fueron, a la vez que  la sobria resaca de los sicodélicos sesentas, también la inmersión reflexiva en un mundo que aprendió a estar en guerra sin estar verdaderamente en ella o no al menos bajo la vivencia bélica de las dos grandes confrontaciones mundiales.  Los setentas no tuvieron ni el confort ni la ligereza de los ochentas y lejos estaban de la invasión tecnológica  que luego lo infectaría todo. Los heroísmos de los que siempre se ocupan las artes - el cine entre ellas -  fueron, en los setentas,  más humanos y por lo mismo más  auténticos, elementales e ingenuos.

El primer punto a favor de Argo es la recreación perfecta  de un hecho histórico cuyo desenlace tuvo tanto de  ceremonia dramática como de comedia irónica. El segundo acierto de Argo es la tensión y la expectativa que desde un inicio siente el espectador. El anacronismo de la aventura no solo no le resta brillo a la operación de rescate,  sino que se le usa para reivindicar la genialidad primaria de su concepción. Aunque el final se sepa -  o se presienta - , la fuerza expectante se mantiene hasta el final y cuando este llega vuelve a sentirse, yo volví a sentirlo, ese saborcillo en la boca, artificial y pasajero,  del triunfo de los buenos. Un tercer acierto lo concreta el equipo actoral. Más que el destello aislado de uno o varios de los miembros del elenco, lo que el grupo logra es un historia convincente que pese a su tensión se permite, con buena mesura, pinceladas de humor.  Sin duda Cranston, Arkin y especialmente  Goodman son mejores actores que Afflek; sin embargo no hay  desequilibrio en esta materia y es quizás la propia dirección de Afflek la que logra, como en todo buen equipo, que las estrellas iluminen el conjunto.

El tono de la película  es impecable. Su armazón técnica es contundente y la recreación ambiental de la época es simplemente soberbia. Podrá decirse que Afflek se quedó cortó al apoyar en una estructura tan sólida una historia que, pudiendo haber eludido las trampas del thriller tradicional, termina siendo una historia amañada de héroes y villanos de final enteramente predecible y a  la que la debilita un desenlace que parece llevarse por delante toda la credibilidad que hasta ese momento la película había construido.  No lo creo así. Por el contrario creo que el final de Argo es el que es, no por una malentendida fidelidad histórica ni, mucho menos, por un desliz marca Hollywood de última hora, pero sí por una coherencia estilística.  La película tenía que conservar, hasta y especialmente en su final, ese tono setentero de un cine americano que tantas veces  relativizó la gravedad de los conflictos, camuflándola tras la bandera triunfal y ondeante  de los Estados Unidos.  

Argo tenía que tener un final con climax de angustia para redondear la faena de  Afflek; Argo  tenía que terminar con impulso emocionado de aplauso y así termina. Eso en nada la demerita. La completa. La sincera con su propia falsedad. En un escenario plagado de apabullantes tecnologías es reconfortante encontrarse con una película como Argo. No es una mirada nostálgica hacia los setentas; es la comprobación de que la estética de  esta década, su lenguaje y  su comprensión del mundo, siguen vigentes.