FITZCARRALDO

FITZCARRALDO
FITZCARRALDO. Werner Herzog. Klaus Kinski

martes, 30 de noviembre de 2010

Un hombre solo


TÍTULO ORIGINAL A Single MaN

AÑO 2009 

DURACIÓN 99 min.    

PAÍS    Estados Unidos

DIRECTOR Tom Ford

GUIÓN Tom Ford, David Scearce (Novela: Christopher Isherwood)
MÚSICA Abel Korzeniowski
FOTOGRAFÍA Eduard Grau
REPARTO Colin Firth, Julianne Moore, Matthew Goode, Ginnifer Goodwin, Nicholas Hoult, Paulette Lamori, Jon Kortajarena
PRODUCTORA Artina Films / Depth of Field / Fade to Black Productions
PREMIOS 2009: Nominada al Oscar: Mejor actor (Colin Firth)
2009: 3 nominaciones Globos de Oro: Actor drama (Firth), actriz secundaria (Moore), bso
2009: BAFTA: Mejor actor (Colin Firth). 2 nominaciones
2009: Festival de Venecia: Copa Volpi Mejor Actor (Colin Firth)

GÉNERO Drama | Homosexualidad. Años 60

Clasificación : Vale la pena

George Falconer (Colin Firth) es un profesor universitario que a comienzos de los años sesenta busca superar el vacío que dejó en su vida la muerte de su pareja.  George Falconer (Colin Firth) es un profesor universitario, gay,  que a comienzos de los años sesenta busca superar el vacío que dejó en su vida la muerte de Jim (Mathew Goods), su pareja. La segunda frase precisa la condición sexual del sujeto y sólo con eso le imprime a la situación un tono totalmente distinto a aquella otra que esta misma tendría si George hubiera sido, en aquel convulso 1962, un heterosexual afligido por la muerte de su pareja.

Un hombre solo es una sucesión de cuadros delineados con la delicadeza de un pincel que retrata la obsesión de un hombre que se ha quedado solo y que decide exponerse al daño premeditado que siempre provoca el  endiosamiento del ser amado que ya no está a nuestro lado. La película tiene la finura estética que suele rodear el mundo gay pero es precisamente este esteticismo refinado el que termina opacando una historia que se prestaba para mucho más que para el lucimiento de una cámara extasiada en esa atmósfera sin par que fue el ambiente irreverente y vanguardista de los años sesenta.

La estética del cine es distinta a la estética de la pintura o a la de la escultura. Cuando una película se rinde al culto de la imagen bella, es la imagen bella la que termina sacrificando la película. En el cine el  preciosismo es un peligroso espejismo porque cuando el trabajo narrativo se abandona para  emprender la ruta de la imagen perfecta, estamos volviendo al cine el mal amago de una pintura o el pastiche de una  escultura. En el cine la estética está más ligada a la historia contada  que a la belleza misma de los elementos de los que se vale el cine para contarla. Hay películas, no pocas, que se extasían en la imagen y creen que por ello habrán de merecer el título de bellas. Bella quizás podrá llegar a ser la imagen pero la belleza de la película proviene, no del refinamiento estético de sus cuadros,  sino  de la historia subyacente que bien puede  ser horripilante, desesperanzada o simplemente fea.

Un hombre solo deslumbra por la belleza de sus spots, por su más que esmerado manejo de los colores y especialmente por su impecable reproducción del ambiente de los años sesenta.  Cada detalle transporta y con sus cuadros podría hacerse  una sofisticada galería de la época. Sin embargo esto no la hace ni una bella, ni una buena película. La hace, con los méritos y las limitaciones que ello implica, una película de imágenes bellas, una película de una sobresaliente fotografía y, por supuesto, una película que agrada por el solaz que siempre provoca en los ojos y en el alma toda  expresión bien lograda de lo bello. 

Lo anterior no impide que en una película a  la sucesión hilvanada de bellas imágenes la soporte una buena historia  y que la belleza de aquellas quede al servicio de la historia de forma tal que sea la contundencia de esta última la que justifique la belleza de aquéllas y no a la inversa. Cuando sea este el orden de la  simbiosis estética estaremos ante una buena película, cuando sea el contrario estaremos ante un collage de bellas imágenes pero no necesariamente ante una buena película.

Un hombre solo es un desfile muy bien logrado de imágenes bonitas. Pienso, por ejemplo, en la escena en la que George conversa con un joven español. Ambos se recuestan contra el carro y mientras fuman los inunda la luz de un sol vespertino que  termina estrellándose contra un muro  que les sirve  de telón. Así como esta son todas las imágenes de la película y sin embargo es la historia misma, es la película misma, la que no logra alcanzar su propia belleza.

La actuación de Colin Firth es sobresaliente pero el personaje, como la película toda, adolece de cierta afectación que le resta fuerza y credibilidad. Firth demuestra sin embargo que las limitaciones del personaje no son las del actor y que su postulación al Oscar fue el justo reconocimiento a una actuación que soporta sobre sí todo el peso de una película que se dedicó más la orfebrería preciosista  de la imagen que a la construcción menos vistosa de una historia que cuando es buena deviene, en un plano superior de la estética, una bella historia.

El escritor oculto


TÍTULO ORIGINAL The Ghost Writer

AÑO 2010 

DURACIÓN 128 min.    

PAÍS    Alemania 

DIRECTOR Roman Polanski

GUIÓN Robert Harris, Roman Polanski (Novela: Robert Harris)
MÚSICA Alexandre Desplat
FOTOGRAFÍA Pawel Edelman
REPARTO Ewan McGregor, Pierce Brosnan, Olivia Williams, Kim Cattrall, Tom Wilkinson, Timothy Hutton, James Belushi, Eli Wallach, Robert Pugh
PRODUCTORA Coproducción Alemania-Francia-Reino Unido-USA / RP Films / Medienboard Berlin-Brandenburg / Runteam / Studio Babelsberg / Summit International
WEB OFICIAL http://www.theghost-romanpolanski.com/site.html
PREMIOS 2010: Festival de Berlín: Oso de Plata al mejor director

GÉNERO Thriller. Intriga | Política

Clasificación : Vale la pena

Para su bien, Polanski siempre ha estado asociado al mal.  Lo ha estado porque en todas sus películas el mal es siempre una presencia sutil pero a la vez determinante. Lo ha estado porque su propia vida, tergiversada por el amarillismo de las noticias faranduleras,  siempre ha estado  emparejada con comportamientos que ofenden los cánones morales de su entorno.

En el Escritor Oculto Polanski alcanza muchos aciertos pero la película no es, toda ella, el acierto que uno espera. El ritmo de la trama envuelve sin estremecer y la historia atrae pero no  cautiva. Un escritor (Ewan McGregor) es contratado para reemplazar a un colega a quien la muerte sorprendió misteriosamente cuando escribía la biografía contratada de un ex primer ministro británico (Pierce Brosnan). Tan pronto inicia su tarea el sofisticado amanuense, se va viendo envuelto en una red de turbulencias y misterios. Como la cebolla, la realidad va despojándose de sus capas tras una verdad esquiva que al aparecer pone en evidencia el triunfo soterrado de una maldad tan discreta como efectiva.

El Escritor Oculto tiene una tensión narrativa que le impide  caer en la zona grisácea de la mediocridad.  Tiene también unas actuaciones destacadas, no memorables, que hacen que se la vea con interés y tiene, especialmente tiene, una soberbia ambientación. La casa en la que el escritor se recluye es una desconcertante mezcla de lujo, distinción, soledad, arte y encierro. Tras sus enormes  ventanales hay un viento y un mar de nadie que parece capaz de devorarse la verdad más honda y tras ellos, dentro de la casa, se recoge una vida postiza donde la verdad hallada es siempre el anuncio de una posible mentira.

Con la impresión que nos deja la última película de Polanski vuelve el inacabable debate sobre  el qué esperar de una película. Personalmente creo que  sobrecargarse de expectativas es un mal pasaporte para el viaje que siempre se emprende al sentarnos a ver una película. Utilizar el rasero de la excelencia como criterio de apreciación cinematográfica puede parecer señal de sofisticación y conocimiento pero también puede implicar el inevitable deslucimiento de casi todo cuanto pueda verse. En el cine, como en tantas otras cosas de la vida,  el distanciamiento de la excelencia puede verse de dos formas: una primera, despreciativa,  que considera que tal distancia demerita al objeto que se aparta de la excelencia y otra que ve en ese distanciamiento una condición  condigna de valoración y estima. Lo que se distancia puede estar aproximándose y ese intento de aproximación es, a su manera,  una discreta forma de excelencia. No pretendo decir que lo malo o lo mediocre sean buenos por la potencialidad  que lo uno y lo otro tuvieron en algún momento de ser lo bueno. A lo que quiero apelar y lo que a la vez quiero rescatar y valorar es el esfuerzo creativo que pudo no haber alcanzado la cumbre pero que en su intento logró un trabajo que debe ser degustado por el trayecto recorrido y no lamentado por el trayecto que no logró recorrer.

Es por lo que acabo de decir que me incomodan esas pretenciosas notas críticas que  no son  más que un precario ejercicio de auto alabanza; notas en las que su autor valora más lo que no se alcanzó que lo alcanzado;  quien  así valora una película  lo que quiere dejar en claro es que él si sabe qué es lo perfecto y como alcanzarlo y por saberlo puede erigirse en el juez ácido de lo imperfecto. Lo lamentable de una actitud tan común como esta es que se convierte en un espiral absorbente donde el gran sacrificado es el placer, elemental y primario, que nos depara el cine. Cuando ver el cine se convierte en un malabarismo intelectual del que se pretenden réditos de respeto y reconocimiento, es al cine mismo al que estamos despojando de su más íntima y valiosa esencia: la indefinible  capacidad de un estremecimiento.

Yo creo que el Escritor Oculto es, sin más, la película que es y por sus méritos narrativos, actorales y de ambientación alcanza, en los estantes cinematográficos, un lugar privilegiado. Lo que pudo faltarle no la hace incompleta. Lo que pudo faltarle de alguna forma la completa en esa suerte de inevitable imperfección que siempre habrá de rodear la creación humana sugiriéndole, vaya uno a saber a qué distancia, la proximidad deseable de la indeseable perfección.   

lunes, 29 de noviembre de 2010

Origen


TÍTULO ORIGINAL Inception

AÑO 2010 

DURACIÓN 148 min.    

PAÍS    Estados Unidos 

DIRECTOR Christopher Nolan
GUIÓN Christopher Nolan
MÚSICA Hans Zimmer
FOTOGRAFÍA Wally Pfister
REPARTO Leonardo DiCaprio, Ken Watanabe, Joseph Gordon-Levitt, Marion Cotillard, Ellen Page, Tom Hardy, Cillian Murphy, Tom Berenger, Michael Caine, Dileep Rao, Lukas Haas, Pete Postlethwaite, Talulah Riley, Miranda Nolan
PRODUCTORA Warner Bros. Pictures / Legendary Pictures / Syncopy Production
WEB OFICIAL http://wwws.warnerbros.es/inception/

GÉNERO Ciencia ficción. Thriller. Intriga | Thriller futurista

Clasificación : Vale la pena

Debió pasarme algo esa noche. Llegué a ver Origen cargado de buenas expectativas. Christopher Nolan me parece un gran director y creo que logró con Batman, mi super héroe favorito, un trabajo implecable; Di Caprio, después del sobrevalorado oropel de Titanic, ha demostrado ser un actor sobresaliente y la idea  de meterse en los sueños y entretejer con ellos intrigas y suspensos de siempre reservados a la vigilia, conformaban una mezcla que auguraba lo mejor y a lo mejor lo mejor se dio y fui yo, aquella noche, quien no lo captó, quien en lugar de dejarse envolver por una trama especialmente inteligente se sintió confundido con ella. Para no admitir que tanta inteligencia me arrolló prefiero decir lo que vengo de decir: que aquella noche debió pasarme algo….

Origen es una película contundente y muy sólida pero no estremecedora. Todos sus ingredientes - historia, actuaciones,  efectos, dirección y demás - son buenos pero la preparación que resulta de juntarlos provoca, al tiempo que una indiscutible admiración, un cierto y casi inconfensable desconcierto. Es como si Origen tuviera que gustarnos y no habernos, simple y llanamente, gustado. Ya se ha dicho otras veces y Origen obliga a hacerlo de nuevo. En el cine, en el cine perdurable,  no basta ni la inteligencia o la belleza de la historia, ni el brillo actoral de quienes la encarnan. El cine es un producto distinto a la historia que narra y a quienes con  sus actuaciones la narran; la película es, más que la historia contada, la forma de haberla contado. Uno puede salir del cine con la cabeza enmarañada de preguntas y con la certeza, enteramente racional, de que todo lo que vio fue interesante e inteligente. Eso no es garantía el haber visto una buena película. Las buenas películas no son las que informan ni, tampoco, las que forman. Las buenas son aquellas que apoyadas en una historia, cualquiera que ella sea, envuelven, acaparan, agraden, encantan, subyugan, acarician o, se me ocurre sintetizarlo así en este momento, transportan. En el buen cine hay siempre un doble viaje: el que emprendemos nosotros hacia la historia que no es contada y el que esta emprende hacia nosotros. En esos trayectos, sucesivos y a la vez simultáneos, algo en nosotros alcanza a desdibujarse por efectos de la ficción que vemos pero, paradójicamente, son también estos trayectos los que terminan conduciéndonos a algo más lúcido y auténtico.

No sé si algo me pasó la noche que fui a ver Origen. Es probable, a todos nos pasa, que estuviera cansado y que haya perdido , como siempre se la pierde, la batalla contra el sueño; también es probable, a todos nos pasa, que esa noche el sintonizador de frecuencias estuviera averiado y que los códigos enviados por la película se hubieran  extraviado. Me corrijo. Sé que algo me pasó la noche que fui a ver Origen. Esa noche, como siempre que ante mis ojos se despliega la pantalla del cine, me dispuse a esa doble travesía del irme hacia la historia abandonándome a la vez para que ella viniese hacia mí. Sucedió - eso fue lo que sucedió la noche de Origen - que la historia, con toda su inteligencia y con toda su contundencia, me llegó confusa y ajena y no pude, pese a que el tema era  más que propicio para ello, transportarme con ella.

domingo, 28 de noviembre de 2010

Una pareja explosiva



TÍTULO ORIGINAL Knight and Day (Knight & Day)

AÑO 2010 

DURACIÓN 110 min.    

PAÍS    Sección visual 

DIRECTOR James Mangold
GUIÓN Patrick O'Neill, Dana Fox, Scott Frank, Laeta Kalogridis, James Mangold
MÚSICA John Powell
FOTOGRAFÍA Phedon Papamichael
REPARTO Tom Cruise, Cameron Díaz, Peter Sarsgaard, Paul Dano, Jordi Mollá, Maggie Grace, Marc Blucas, Viola Davis, Celia Weston, Dale Dye
PRODUCTORA 20th Century-Fox / New Regency Pictures / Road Rebel / Tree Line Films / Wintergreen Productions
WEB OFICIAL http://www.knightanddaymovie.com/

GÉNERO Acción. Aventuras. Comedia

Clasificación : Buen plan

Quien lo creyera pero es difícil escribir una reseña sobre una película como Noche y día. Quizás lo difícil sea escribir algo distinto a esa crítica barata que se ufana diciendo que  películas como esta no son más que  un anodino entretenimiento de crispetas.

Juntos, la noche y el día, hacen el día completo; reunidos son el tiempo  consolidado en esa unidad que amalgama lo misterioso de la noche con lo lúcido del día. Fue de la mano de esta idea del contraste que provocan noche y día que se han hecho películas como la coreana Noche y día de Hong Sang-soo (2008) ; la sueca   Día y Noche  de Simon Staho , de igual nombre que esta última, la china dirigida por Wang Chao y la inolvidable Night and day con Cary Grant en el año 46

En la película de Cruise y Cameron Diaz uno no entiende el porqué de un título al que siempre se le asocia con la continuidad, con una suerte de frágil eternidad. Lo único que en esta película pudiera explicar su título es que Cruise y Cameron parecen estar condenados, felizmente condenados, a estar siempre juntos en un remolino de aventuras que son, sobre todo por ella, más hilarantes que trepidantes. Habrá sido por esta falta de correlación entre el título y la historia que acá en Colombia se la títuló Una pareja explosiva. Aunque siempre he sido un recio crítico de nuestras traducciones tengo que reconocer que, al menos por esta vez, el título escogido fue, con todo y su inevitable cursilería, más acertado que el original.

Yo estoy  tan seguro de que el cine sobreviviría - y que bien lo haría -  sin películas como esta, como seguro también estoy de que para sobrevivir el cine necesita películas como esta. En el cesto universal del cine debe haber de todo porque es el contraste el que mejor permite la definición, por diferenciación,  de las texturas, los ritmos, los tonos, los snetidos y los colores. Queremos mucho algunas películas porque habiendo visto muchas otras es en  las primeras que vemos realzados los elementos que nos fascinan y enamoran. Lo bueno de la galería de las películas escogidas es que el escoger siempre supone el descartar e, incluso, el  desdeñar.

Quienes con una u otra intención escribimos sobre cine, deberíamos entender que a lado de los juicios siempre peregrinos que emitimos, hay una voz callada, desenfadada y tumultuosa que expresa ese placer que sienten los demás  frente a la pantalla grande.

Abogo y abogaré siempre por un cine pleno que lo albergue todo; que albergue tanto  lo que a mí pareciéndome mediocre a otro le resulte fascinante, como lo que a mi, pareciéndome deslumbrante,  a otro le parezca un bodrio insoportable.

Bienvenidos los cruises y las díaz y sus insulsas historias al   gran cesto del cine; ocuparán el lugar que les corresponde porque  de eso se encargará esa memoria infalible y colectiva que hemos ido moldeando con el paso ya de tantos años los que, con tan disímiles sentimientos y expectativas, nos sentamos a ver una película.

Salt



TÍTULO ORIGINAL Salt

AÑO 2010 

DURACIÓN 100 min.    

PAÍS    Sección visual 

DIRECTOR Phillip Noyce
GUIÓN Kurt Wimmer, Brian Helgeland (Historia: Kurt Wimmer)
MÚSICA James Newton Howard
FOTOGRAFÍA Robert Elswit
REPARTO Angelina Jolie, Liev Schreiber, Chiwetel Ejiofor, Marion McCorry, Daniel Olbrychski, August Diehl, Daniel Pearce, Hunt Block, Andre Braugher, Olek Krupa, Cassidy Hinkle, Corey Stoll, Vladislav Koulikov, Olya Zueva, Kevin O'Donnell
PRODUCTORA Columbia Pictures / Di Bonaventura Pictures
WEB OFICIAL http://www.sites.sonypicturesreleasing.es/sites/salt/

GÉNERO Thriller. Acción | Espionaje

Clasificación : Mejor quedarse en casa

Dejar la cabeza a un lado y entregarse a la emoción. Esa pareciera ser la fórmula para disfrutar, al punto del gozo, la última película de la arrebatadora (diré algo luego de tan estruendoso calificativo) Angelia Jolie. Evelyn Salt, la Jolie,  es un agente de la CIA que se ve envuelta en la acusación de ser una espía rusa involucrada en el plan de asesinar al presidente de los Estados Unidos. La película no es otra cosa y es, bien vista, una suficiente cosa, que las peripecias de esta mujer para, no solo demostrar su inocencia, sino también para cumplir, de otra manera, con sus heroicos deberes como agente de la gran nación. 

A partir de su primera fuga todo se convierte en una inverosímil ráfaga de acción en la que la Jolie lo es todo en desmedro de la historia cosa que, por lo demás, a los espectadores absortos y poco pensantes que entonces somos,  poco o nada nos importa. Evelyn consigue, por ejemplo,  escapar de sus perseguidores brincando de techo en techo, lo que constituye un logro estremecedor sobre todo si se tiene en cuenta que los techos brincados son los de camiones que circulan a toda velocidad por puentes y niveles entrecruzados. La Jolie vuela y cae, acaso se despeina y mira con sus ojos de gata la próxima tapia sobre la que caerá parada,  absurda y bella. Todo se vale cuando la valor parece dado, volvemos al comienzo, por la emoción y no por la razón.

Yo no estoy tan seguro – como  lo ordenaría la intelectualidad correcta - que a  la razón deba dejársela a un lado para el disfrute de persecuciones imposibles, de heroísmos extremos, de amores cenicientos con finales de por siempre felices… Es tan frecuente oír decir a la gente que lo que le gusta de ir al cine es dejar de pensar por un par de horas y abandonarse a ese placer asociado con el vaciamiento del pensar. Uno entiende que nadie aspira a ese esquivo e inexistente lugar de la mente en blanco y que cuando se dice no pensar lo que realmente se dice es pensar en algo que nos es por entero extraño, ajeno, no nuestro. En Salt pensamos, sin duda pensamos, pero pensamos en si ella si será o no realmente una espía rusa. Lo que pasa es que ese pensamiento, que puede ser incluso agudo y lúcido, nada tiene que ver con nuestra vida porque la agente Salt no es más que belleza en acción. No tiene, no al menos en lo que a todos nos concierne, un gramo o  un centímetro de nuestra grisácea rutina y eso está bien porque todos necesitamos, a veces necesitamos, una fantasía indolora e incolora (así esté plagada de luces y colores) que no pretenda enseñarnos algo y que se limite a entretenernos sin el más mínimo asomo de perdurabilidad. De hecho, lo confieso, pensé más de una vez si nuestra querida Salt merecía realmente algunas líneas. Ahora que escribo me doy cuenta de que si las merecía no por ser – que ciertamente no lo es – una buena película, pero sí por tener el innegable mérito de arrastrarnos por un rato al mundo hueco de  esa emoción centrífuga que marea un poco, no conduce a ninguna parte y, sin embargo,  nos atrapa con unos indefinibles roces de placer.

Cuando una película logra este tipo de capturas eso no las convierte en buenas películas. También es común oír decir que tal o cual película es buena porque logra entretenernos, porque viéndola pasamos un buen rato. Una cosa es pasarla bien viendo una determinada película y otra, distinta, es que eso la convierta en una buena película. Viendo una buena película uno la pasa muy bien pero es un distinto pasarla bien; más que un pasarla bien es una especie de un quedarse bien. Las buenas películas también nos entretienen pero no con la ligereza del divertimento. El verbo  entretener tiene varias acepciones; una de ellas es la de tener a alguien detenido, en espera. Otra, en cambio,  dice de entretener que es perder el tiempo, divertirse. En el buen cine la entretención es detenimiento, algo dentro del espectador se inmoviliza para luego evolucionar hacia un sentimiento perdurable. Hay en cambio otras películas en las que la entretención que se nos depara es tan efímera que sentimos, con inocultable placer,  que estamos, deliciosamente estamos,  perdiendo el tiempo.

Hay películas mágicas frente a las cuales nos sentimos embarcados en la más frívola y pasajera de las entretenciones y sin embargo algo, etéreo e indefinible, las salva de esa ordinariez entretenida y las convierte en grandes películas. Decir cual es ese factor x que hace de la entretención banal una entretención de detenimiento e incluso de apresamiento  es imposible. Basta ver, volver a ver a la Hepbrun en Breakfast at Tiffanys. Allí está dicho todo cuando nada puede decirse.
 
Ah…. la Jolie. Mujer impresionante, estrella rutilante pero discretísima actriz. Lo que pasa con la Jolie es que absorbe todo cuanto la rodea. Su presencia tiene ese magnético efecto de hacer que todo orbite en torno a ella. La Jolie no conmueve, conmociona y eso hace que en sus películas las tramas se  desluzcan porque los focos argumentales se centran tanto en ella que la historia se vuelve ella y ella, por bella que sea, no es ninguna historia. De nuevo hay que decirlo como lo dijimos atrás de las películas entretenidas: la impactante belleza de la Jolie, su espontánea naturalidad para atraer y seducir todo cuanto la rodea, no la convierten en buena actriz. Las buenas actuaciones tienen un componente íntimo y discreto que sin necesariamente emerger en los personajes representados, siempre  les imprime sentido y alma. Ese sello no es propiamente una de las virtudes actorales de la hermosísima Jolie.

Cena de amigos


TÍTULO ORIGINAL Le Code a changé

AÑO 2009 

DURACIÓN 100 min.    

PAÍS  Francia    

DIRECTOR Danièle Thompson
GUIÓN Danièle Thompson, Christopher Thompson
MÚSICA Nicola Piovani
FOTOGRAFÍA Jean-Marc Fabre
REPARTO Karin Viard, Dany Boon, Marina Foïs, Patrick Bruel, Emmanuelle Seigner, Christopher Thompson, Marina Hands, Patrick Chesnais, Blanca Li
PRODUCTORA StudioCanal / TF1 Films Production / Radis Films Production

GÉNERO Comedia. Romance | Comedia romántica

Clasificación : Buen plan

Leo que Le code a changé (en Colombia Cena de amigos) ha sido clasificada como una comedia Y no puedo menos que esbozar una sonrisa. Y tengo que hacerlo porque la película es más bien un drama que a ratos se camufla entre situaciones extremas, incluso forzadas, y apuntes irónicos. 

Un grupo de amigos se encuentran para comer. Las fisuras - evidentes las unas, agazapadas las otras -  son la constante en todas las relaciones de las parejas asistentes. La anfitriona tiene un affair con el joven arquitecto que remodeló su cocina, cocina en la que su esposo prepara, con ingentes dosis de cebolla, un bigo que le ofrecerá, disimulando mal su atracción,  a la esposa de un prestante y pedante penalista y quien fuera compañera suya en la universidad y quien habrá de ser su nueva y perturbadora amante. El arrogante abogado (será acaso un pleonasmo) contratará a la anfitriona de la cena para catapultarla desde su elegante bufete como la estrella de los divorcios en Paris y hacerse, para la causa de su propio divorcio, cliente suyo. A la comida también asiste la hermana de la anfitriona acompañada de su sexagenario compañero. La hermana se enfurece cuando la dueña de casa le dice que papá vendrá esa misma noche, papá que dejó a mamá y por el cual solo puede sentirse ese rencor que nos provocan aquellos a quienes tanto queremos y a los que tanto nos parecemos. Papá y compañero de la hiha menor (esposo se sabrá más tarde) terminan juntos en un añoso ritual de nostalgia musical, los dos fumando, los dos sabiéndose tan distantes de ese lugar donde amores tan cruzados los han convocado. Al grupo se une una pareja de médicos, ginecóloga ella oncólogo él, ambos sumidos en sus mundos profesionales con la diferencia que mientras que él, no obstante bordear a diario la muerte, es un apasionado de lo suyo, ella tan próxima a la celebración de la vida se hunde en los engañosos oasis de la fe y un amor furtivo. Tan heterodoxo listado de comensales se cierra con una española que da clases de baile flamenco y tiene, entre sus alumnas, a la anfitriona de esta cena que deambula entre el sentimiento sincero y el fingimiento y, recubriéndolos a ambos, ese humor inteligente y sarcástico de la cultura francesa.

Cena de amigos es un ensayo inacabado sobre este galimatías de emociones, amores, desamores,  rencores, celos, despedidas y reencuentros. Por momentos uno llega a sentir que este tumulto entrecruzado de historias  indigesta tanto como el bigo de la cena pero por momentos uno también llega a sentirse presa de ese estremecimiento existencial que suele provocarnos el cine francés.
La película tiene sus méritos y sus defectos. Más, pienso yo, los primeros que los segundos.

Sobresale de entre los aciertos el interesante juego con el tiempo. De la cena, epicentro de toda la historia, se nos transporta al futuro para regresársenos nuevamente a la disparatada y memorable comida de esa noche. Este ir y venir le imprime a la acción un ritmo atractivo que además no se usa con claves de misterio. Lo que habrá de suceder luego de la cena se nos revela pronto porque no estamos ante una trama de acontecimientos sino ante una enramada de sentimientos. También se destaca el matiz de humor que le impide a la historia caer en un empalagoso melodrama. Tan es así que al final no nos queda esa sensación maniquea de que el  bien, arropado de moral aprobada, se impuso sobre un mal aquí llamado infidelidad, abandono o simple y rutinario desinterés en el otro.  No. Con el sentimiento con el que quedamos es que de héroes y villanos, de buenos y malos,  todos llevamos un poco y que en el tiovivo de la vida  estar abajo o arriba es, además de un estado transitorio, un concepto relativo que solo se explica comparándoselo con su contrario.

Los defectos de Cena de amigos están en la forma como se malogran los que hubieran podido ser sus mayores aciertos. Las escenas que debían conmover tienen un halo de impostura y repetición. Me refiero, por ejemplo, al encuentro del padre y su contemporáneo yerno. Cuando se les ve bailando juntos hay algo que no fluye del todo bien y que desluce la escena. Algo parecido sucede cuando padre e hija ven el video del matrimonio secreto de la otra hermana. De nuevo hay un cierto facilismo emotivo realzado por el hecho de que la hermana ve, sin ser vista, como su padre y su hermana se emocionan ante las imágenes de su boda. Recordé el video que Martín H le deja a su padre en la película argentina de igual nombre. La sobriedad de esta última contrasta con el almíbar de la francesa y, por ese efecto deslumbrante de lo simple y austero, es mucho más sentida y honestamente emotiva.

El otro defecto de Cena de amigos es el exceso. Todo se da en demasía. Muchas historias, muchos cruces entre ellas, muchos personajes, muchas emociones, París abigarrado de gente e, incluso, una Paris no parisina donde se amalgaman mal el flamenco y la salsa. A veces la multitud en lugar de poblar desocupa y la melodía, interpretada entre tantos y con tan disímiles tonos,  termina desafinando. Mejor centrarse en  poco y extraerle  mucho que lo contrario le diría yo, respetuosamente, a Daniele Thompson, la directora de Cena de amigos.

sábado, 27 de noviembre de 2010

Two Lovers


TÍTULO ORIGINAL Two Lovers

AÑO 2008 

DURACIÓN 100 min.   

PAÍS     

DIRECTOR James Gray
GUIÓN James Gray, Ric Menello
MÚSICA Varios
FOTOGRAFÍA Joaquín Baca-Asay
REPARTO Joaquin Phoenix, Gwyneth Paltrow, Vinessa Shaw, Isabella Rossellini, Elias Koteas, Moni Moshonov, Bob Ari, John Ortiz, Julie Budd
PRODUCTORA Magnolia Pictures / 2929 Productions
PREMIOS 2008: Cannes: Nominado a la Palma de Oro

GÉNERO Romance. Drama | Drama romántico. Familia

Clasificación : Vale la pena

Uno no entiende bien porque Leonard, un hombre desequilibrado y con tendencias suicidas que apenas sobrevive bajo el techo paterno,  le resulta atractivo a dos mujeres tan opuestas y a la vez tan atractivas como  Michelle (Gwyneth Paltrow) y Sandra (Vinesa Shaw). Mientas que Michelle rebosa sensualidad, desequilibrio y belleza, Sandra irradia comprensión, estabilidad y mesura. Leonard se debate entre ambas pero es claro que mientras que su zigzagueante cabeza corteja torpemente a Sandra, es su cuerpo todo el que se cimbrea ante el juego lascivo y peligroso que se insinúa en cada gesto de la esplendorosa Michelle.

Hasta aquí  Two Lovers podía ser una película más sobre el contraste entre el amor pasional que siempre se presenta como desenfrenado y dañino y el amor sosegado sobre el cual, indudablemente, debiéramos construir cualquier proyecto de vida. En la gran mayoría de películas que han abordado este tema, el desenlace es siempre el mismo: después de la fascinante tormenta no queda más que la desolación y la devastación; el hombre o la mujer que se dejan llevar por el extremo pasional tarde que temprano entenderán que todos esos juegos fatuos, fascinantes cuando explotan pero amargos después de la explosión,  poco o nada valen si se les compara con la tibieza del hogar seguro. La moraleja se lee desde las primeras líneas: no te dejes llevar por la pasión que, irracional y ciega como es, no te conducirá más que a callejones sin salida.

Se podría pensar al ver a Leonard abrazar a Sandra en la noche  de año nuevo que él también entendió, con dolor,  que Michelle no fue más que un ventarrón perturbador y que después de su paso arrasador resurge, de entre los escombros, el  sencillo y verdadero amor. Pero no es así. Lo incómodo, lo atractivo  y también lo perturbador de Two Lovers es que el desenlace ni es edificante ni es, tampoco, la reivindicación del amor estable, sosegado y socialmente correcto. Leonard no opta por Sandra, la abraza y abrazándola llora por el amor que no fue y que para él siempre será el que tendría que haber sido. Al verlo uno siente el desasosiego propio de estar ante una abdicación. En la boca y quizás más que en ella el alma, queda ese sinsabor de que el amor fulgurante es y será por siempre apenas una estación de paso confundida por un inolvidable momento con nuestra terminal de destino.

James Gray logra en Two Lovers un tono  más cercano al drama que al romance. Ni Leonard  es propiamente un galán de ensueño, ni sus amores entrecruzados,  Michelle y Sandra, son las princesas deseadas. Es por esto que Two Lovers  más que la historia de un romance  es la historia universal de su imposibilidad plena. Creo que es en este anti mensaje  donde reside la perturbadora atracción  que nos genera  esta película. Confesémoslo; algo de nosotros quería que Leonard viajara a San Francisco con Michelle; algo de nosotros, intenso y primario, lo hubiera secundado en ese arrojo al abismo pero también algo de nosotros sabía que el lugar era ese otro al lado de Sandra,  sin tanta conmoción  pero quizás con contenidas pinceladas de emoción. Y uno se queda con la pregunta de si aquellos abrazos tendrán siempre la inevitable condena de lo ido, de lo prohibido, de lo que nunca pudo haber sido.

Joaquin Phoenix y Gwyneth Paltrow logran dos impecable actuaciones. Quizás nadie mejor que Phoenix para representar a un hombre sin eje en este mundo y, sin embargo,  un hombre que es todos los hombres del mundo; quizás nadie mejor que la Paltrow para representar a una mujer sin eje en este mundo y, sin embargo, una mujer que también es todas las mujeres de este mundo.

Two Lovers  sobresale porque además de ser una historia cinematográficamente bien narrada, es una historia que insinúa un paso más allá de la trama romántica e, incluso, de la trama dramática con base romántica. En Two Lovers ni hay final feliz como en el romance tradicional, ni hay final triste como en el drama desolado; en Two Lovers no hay, con sus connotaciones morales de cierre, un final. Ese abrazo de Leonard a Sandra es la prueba de esa imposibilidad connatural al amor humano.

Un aplauso también para  Vinessa Shaw porque las actuaciones discretas son muchas veces las más complejas y porque, más allá de los estremecimientos, Sandra encarna, en un inexplicable y fascinante contrapunteo, la posibilidad connatural al amor humano.

Déjame entrar



TÍTULO ORIGINAL Låt den rätte komma in (Let the Right One In)

AÑO 2008 

DURACIÓN 114 min.    

PAÍS    Suecia 

DIRECTOR Tomas Alfredson
GUIÓN John Ajvide Lindqvist 
MÚSICA Johan Söderqvist
FOTOGRAFÍA Hoyte Van Hoytema
REPARTO Kåre Hedebrant, Lina Leandersson, Per Ragnar, Henrik Dahl, Karin Bergquist, Peter Carlberg, Ika Nord, Mikael Rahm, Karl-Robert Lindgren, Anders T. Peedu
PRODUCTORA EFTI
WEB OFICIAL http://www.lettherightoneinmovie.com/
PREMIOS 2009: BAFTA: Nominada a la mejor película extranjera
2009: Premios Goya: Nominada a la mejor película europea
2009: Premios del cine europeo: 3 nominaciones: película, música, premio del público
2008: Festival de Sitges: Gran Premio. Nominada a la mejor película
2008: Festival de Tribeca: Mejor película
2008: Festival de Göteborg: Mejor película, mejor fotografía
2009: Premios Saturn: Mejor película internacional. 3 nominaciones

GÉNERO Fantástico. Drama. Terror. Romance | Vampiros. Amistad. Infancia. Película de culto

Clasificación : Imprescindible

Hay películas a las que vamos movidos por algo que tiene trazos de presentimiento y, también,  marcas de ordinaria curiosidad.  Ha de ser el afán,  el inútil afán por expresar lo inexpresable, el que me lleva a creer que fui a ver Déjame entrar arrastrado por esa perturbadora sensación de que tenía  que verla o, quizás mejor, de que si no la veía me quedaría faltando algo. La privación de lo que nunca se ha tenido provoca, en quien la siente,  una ansia maleable que lo lleva a recrear constantemente aquello que, sin haber nunca existido, siente como perdido. La verdad, esa deslucida verdad que solemos maquillar con el proceso reconstructivo del recuerdo, es que fui a ver Déjame entrar  simplemente porque mi hermano me dijo, sin haberla visto él, que venía precedida de muy buenos comentarios y que  la crítica especializada la consideraba como una de las mejores películas de miedo. Entre la fantasía amañada de creer que la vi. empujado por una suerte de conjuro o la desabrida tesis de que fui, como tantos otras veces, por una recomendación confiable , prefiero pensar, así sea una simple mentira enhebrada por estas palabras,  que llegue a Déjame entrar porque así tenía que ser, porque en mi cadena cinematográfica tenía que estar este singular y sorprendente eslabón.

Déjame entrar es, en el más sentido y elevado de sus significados, un cuento de niños, el cuento de dos niños, dos preadolescentes,  que se encuentran en medio de una ciudad sumida en la blancura de su invierno eterno; dos seres incomprendidos y maltratados que vislumbran, confundiéndolo quizás con el temprano amor, el solaz  de estar con ese otro que nos acepta con nuestros fragilidades y miedos. El, Oskar, es un niño de doce años que para escapar del hostigamiento permanente de sus compañeros de curso se encierra en la fragilidad de su mundo interior: ella, Eli, es también una niña cuyos doce años son una cifra estática tras la cual se oculta la vida atemporal de una vampiresa. La encrucijada de su encuentro es  saber que, no obstante no poder estar juntos, juntos estarán por siempre.

Decir que Déjame entrar es una película de miedo es, por lo menos, inexacto como inexacto es también decir que es una película de amor. Tiene sin embargo mucho más de amor que de miedo o quizás sea más preciso decir que es una historia inusual de amor que provoca también una particular sensación de miedo. A diferencia de las clásicas películas de miedo Déjame entrar no persigue, ni provocar  esos sustos momentáneos ni, tampoco,  sembrar ese desasosiego en el alma que dejan las buenas películas de este género. Tampoco estamos ante el típico relato amoroso que va desde la historia rosa hasta el suplicio de una relación perturbada y destructiva. Déjame entrar es el relato contenido de una posibilidad de amor entre dos seres que desconocen, el uno por edad y la otra por naturaleza,  el sentido ambiguo de lo que pudiera ser el  amar pero que están, el uno respecto del otro, enteramente dispuestos a dar.

Hay que decir con rotunda claridad que Déjame entrar es una película excepcional. La forma como se narra la historia es fascinante. Su ritmo es mesurado pero no lento y lo que pudieran ser sus escenas fuertes, son cuadros de  tono acentuado, nunca exagerado. Mención especial merece Eli, su protagonista. Se trata de un ser que nos envuelve, al punto de un casi inconfesable enamoramiento,  con esa mixtura de ternura, terror, sensualidad y extrañeza. No es una mujer ni es tampoco una niña; no es humana pero se subliman en ella lo mejor y lo peor de nuestra condición. Es inevitable estar con ella y comprenderla en esa condena eterna de necesitar, más allá de cualquier fuerza, sangre humana para atender las demandas naturales de su esencia.

Desde una apreciación estrictamente cinematográfica la película logra un clima sorprendente. Los seres que la pueblan nos resultan  a la vez que extraños y distantes, sorprendentemente próximos y posibles. Las expresiones de comprensión y solidaridad de sus protagonistas son desgarradoras y extremas pero no tienen ni la irrealidad  de la ficción  ni el fatuo de la fantasía. El frío de la ciudad  y la oscuridad que inunda sus días se instalan en nuestras pupilas creando esa atmósfera hipnótica que atraviesa de principio a fin toda la película.

Lo que hace grande a una película es que su historia, cualquiera que ella sea, se cuente de tal forma que nos resulte imposible desprendernos de ella. No es una cuestión  ni de credibilidad, ni de verosimilitud. Ni siquiera, como suele mal entendérsela, de belleza. Se trata de una escasísima congregación de elementos que nos hacen parte de lo narrado, que nos convierten en protagonistas callados capaces de hacer nuestros, acomodándolos como podamos, los sentimientos y sensaciones que la película nos genera.

Yo también le digo a Eli, al oído y sin miedo - o quizás con el deseo - de sus atroces reacciones, que me deje entrar; que me permita perderme por un largo instante en esos ojos que acogen y amenazan, que me deje rozar su piel para volver a entender que el mejor contacto es a veces el que no se da, el que apenas llega a insinuarse. Y sé, también se, que como a Oskar tampoco se me dejará entrar porque es la latencia del deseo y no su consumación la que nos mantiene vivos, la que nos permite amar la diferencia y saber que podemos estar con el otro aun cuando nos separen los abismos de nuestras estrechas posibilidades.

Termino diciendo que anoto a Déjame entrar en el casi inamovible listado de mis películas favoritas.  

La ola


TÍTULO ORIGINAL Die Welle

AÑO 2008 

DURACIÓN 110 min.    

PAÍS Alemania    

DIRECTOR Dennis Gansel 
GUIÓN Dennis Gansel, Peter Thorwarth (Story: Johnny Dawkins, Ron Birnbach. Idea: William Ron Jones. Novela: Todd Strasser)
MÚSICA Heiko Maile
FOTOGRAFÍA Torsten Breuer
REPARTO Jürgen Vogel, Frederick Lau, Jennifer Ulrich, Max Riemelt, Christiane Paul, Elyas M'Barek, Jacob Matschenz, Cristina Do Rego, Maximilian Mauff, Maximilian Vollmar, Ferdinand Schmidt-Modrow, Tim Oliver Schultz, Amelie Kiefer, Fabian Preger, Odine Johne
PRODUCTORA Constantin Film Produktion / Rat Pack Filmproduktion / Medienfonds GFP
WEB OFICIAL http://www.welle.info/

GÉNERO Drama | Basado en hechos reales. Enseñanza. Colegios & Universidad

Clasificación : Muy recomendada

El sentimiento de protección que da el pertenecer a un clan o un grupo cerrado es la materia prima con la que trabaja La ola. Un profesor que esperaba le fuera asignado el curso sobre anarquía se ve de pronto y a disgusto ante el cometido de dictar la clase de autarquía. Sus alumnos son jóvenes entre los diez y tantos y los veinte tantos años. Rebosan energía,  inconformidad, anhelos y frustraciones y es a esa masa de efervescencia expectante e irreverente a la que el profesor le pregunta por la posibilidad de   una nueva dictadura en Alemania.  Frente al inevitable siseo que la pregunta causa en el auditorio, el profesor (Jorgen Vogel) se decide por un ejercicio práctico con el cual sus estudiante podrán, más allá de la mera comprensión teórica del concepto, experimentarlo . La idea inicial es conformar un grupo que seguirá unos rígidos protocolos de disciplina y comportamiento y que, especialmente,  se someterá a la comandancia del liderazgo que asume el propio profesor. 

Afloran alrededor del grupo en formación las más disímiles expresiones: hay quienes, los menos, seguros de sus incipientes universos rechazan la uniformidad que exige la pertenencia al grupo;  hay quienes, por el contrario, encuentran en el grupo una razón existencial que colma los vacíos que en sus vidas han dejados profundos desarraigos y conflictos afectivos y los hay, por supuesto, que apenas se  mueven, perezosamente, con la inercia propia de cualquier moda. 

El grupo cobra una inusitada y prontísima fuerza que exige nominarlo (La Ola), vestirlo (camisa y pantalón blancos) y sacarlo del aula porque empieza a perfilarse, más allá del experimento académico, como una verdadera y comprometedora forma de vida. El asunto terminará saliéndose de cauce porque habiéndoselo concebido como un inofensivo prototipo de prueba, desembocó en un experimento que no solo convulsionó el aula, el campus estudiantil, la ciudad misma, sino que trastocó las individualidades de sus disímiles protagonistas dejando ver los fantasmas reprimidos que las poblaban.

Quizás sea por basarse en unos hechos que en el año 1967 sucedieron en Palo Alto California que a La Ola se le critica porque su historia no es creíble.  No pocos dicen que la película del director alemán Dennis Gansel naufraga porque es inverosímil, porque a nadie le puede caber en la cabeza que un experimento de este tipo pueda causar en tan solo cinco días los estragos que  trajo este inusual método académico. Quienes por esto mismo descalifican La Ola consideran que si en realidad, en una cualquiera de nuestras frenéticas realidades actuales, se hiciera un ejercicio de este tipo el resultado sería, cuando más,  la confrontación entre algunos pero nunca una  apropiación tan apasionada del ejercicio.

Volvemos al asunto de la verosimilitud en el cine. Es probable  que si hoy en un colegio de Brema o de Cassel se hiciera un experimento de este tipo, lo más que pasaría sería que algunos estudiantes lo descalificarían por ridículo mientras que otros lo seguirían por tratarse de una tarea. Es más, en apenas cinco días los estudiantes, inmersos en otras cosas académicas y extra académicas,  ni siquiera habrían asimilado del todo las reglas básicas del juego.
 
Y es que acaso, me pregunto, es el grado de probabilidad de efectiva y real ocurrencia de la historia relatada lo que hace verosímil una película y, más allá incluso, lo que la hace buena  o mala según sea el caso? El asunto no es simple pero me atrevería a decir que la verosimilitud de la película debe juzgarse en primer lugar considerando su género. Sería una rotunda insensatez descalificar una comedia  porque la historia allí contada difícilmente podría darse, sucederse, en nuestra realidad cotidiana y nadie se atrevería, pienso yo, a menospreciar un buen thriller argumentando que personajes tan extremos e indescifrables como los que lo protagonizan no desfilan de ordinario por nuestros asfaltos. Otro juicio de credibilidad merecen por supuesto las películas que pretenden narrar, precisamente, nuestro cotidiano y más aún aquellas que aspiran contar en lenguaje cinematográfico lo que, se supone, sucedió en la vida real. En estos casos la verosimilitud adquiere unos perfiles diferentes y llega a ser determinante el convencimiento de que lo que está aconteciendo en la pantalla puede o bien suceder o bien haber ya efectivamente sucedido. Sin embargo el acontecer cinematográfico es y será siempre - como cualquier otro acontecer escrito, contado, pintado, fotografiado, musicalizado o moldeado -  distinto a ese que con tanta ambigüedad e imprecisión llamamos el acontecer real de las cosas. La realidad que por cualquiera de estas vías se narra es inevitablemente un duplicado del modelo que reproduce pero no será mejor o peor, ni siquiera en las denominadas corrientes hiperrealistas,  por su fidelidad o su ciego apego al modelo, sino por una  transmisión de sensaciones que logran que el trabajo creativo reinvente, respetándola por completo, la realidad que, literalmente, reproduce.

En La Ola se siente, incluso al grado del estremecimiento, que lo que se ve sucedió; que durante la proyección está realmente sucediendo lo que vemos y, lo más inquietante de todo, que lo que aparece en pantalla puede llegar a suceder no por un simple y mecánico proceso de copiado sino porque, de una manera dialéctica, la realidad es a su turno capaz de reinventar, de reproducir, la ficción que el cine exhibe. Podrá hacerlo con su propio lenguaje, con su empleo del tiempo, con su manipulación de los personajes y, por supuesto, con los desenlaces que se le antojen.  Este es, este ha sido desde siempre,  el fascinante juego de espejos y reflejos que nos plantea, en el arte todo, la malentendida verosimilitud.

No puede negarse que La Ola, contundente e impactante en su historia,  alcanza a zarandearnos; nos deja un sinsabor pero no nos marca con esas huellas indelebles que solo dejan las buenas películas. Una película es íntegra o, dicen otros, redonda,  cuando  todo en ella - personajes, historia, ritmo, escenarios, fotografía  -transcurre sin el más mínimo tropiezo narrativo; cuando ella misma se desliza anulando la sensación de movimiento. En La Ola  hay esquirlas y fracturas que impiden la integridad, que lastiman la redondez. Son situaciones extremas que más que un efecto de conmoción provocan una sensación de distorsión. Será por eso quizás que la integridad - o la redondez -  en el cine, como en el arte todo, está íntimamente ligada, por compleja que ella sea, a la simpleza. 

Buscando a Eric


TÍTULO ORIGINAL Looking for Eric

AÑO 2009 

DURACIÓN 119 min.    

PAÍS    Reino Unido

DIRECTOR Ken Loach
GUIÓN Paul Laverty
MÚSICA George Fenton
FOTOGRAFÍA Barry Ackroyd
REPARTO Eric Cantona, Steve Evets, Stephanie Bishop, Gerard Kearns, Stefan Gumbs, Lucy-Jo Hudson, Justin Moorhouse, John Henshaw
PRODUCTORA Coproducción Reino Unido-Francia-Italia-Bélgica; BIM / Canto Bros. / Les Films du Fleuve / Sixteen Films / Why Not Productions
PREMIOS 2009: Cannes: Premio del Jurado Ecuménico
2009: Premios del Cine Europeo: 1 nominación a mejor actor europeo (Steve Evets)

GÉNERO Comedia. Drama | Deporte. Fútbol. Comedia dramática. Drama social

Clasificación : Vale la pena

Lo explicaré luego pero ahora, para escribir sobre Buscando a Eric, empezaré, en un tono absolutamente local, hablando de las salas de cine.  Hubo un tiempo, veinte o más años atrás en el calendario,  en el que la oferta de salas era muy variada. Estaban las salas majestuosas, como el Embajador o el Opera que jamás se llenaban. Me recuerdo entrando a ellas y contemplando, en el rellano que había después de la escalera de ingreso,  el desolador espectáculo, en la planta alta y en la baja, de esa multitud muda de sillas semivacías. El puesto había que elegirlo con cuidado porque, en sus últimos y ruinosos años,  de cuatro, tres sillas eran inservibles. Mientras que las unas eran un vetusto rodadero en el que nadie lograba sostenerse, las otras escondían bajo sus forros amenazantes resortes. Las había también de barrio, como las del Lago o la Castellana, menos ambiciosas y más acogedoras. De estas recuerdo, como no recordarlas, sus cafeterías. Después de los cortos y antes del inicio de la película las luces de nuevo se encendían y un aviso invitaba a disfrutar la cafetería. A la lista se suman las prohibidas. Algunas de Chapinero y por supuesto las del centro de la ciudad a las que se iba en gavilla para camuflar la vergüenza de quien estrena, torpe y tembloroso, su temprana hombría. 

Entonces ir a cine era mucho más que ir a ver una película; ver la película era, apenas, parte del ir a cine. La tarde entera se iba en el plan.  El tiempo corría de otra manera y no se corría contra el tiempo.  Personalmente tengo la íntima certeza de que mi amor por el cine nació en esas tardes y, especialmente, en esas salas en las que, como en el título de la compilación de Javier Marías, todo ha sucedido. Hoy me parece difícil concebir, hacia el cine, un enamoramiento tardío. Es probable que alguien, ya después de los veinte años,  se aficione al cine, aprenda mucho de cine y llegue a ser incluso un erudito en el tema. Pero amarlo con los  desbordamientos  propios de la pasión solo puede ser el resultado de habernos hechos adultos a su lado. Es por eso que guardo y guardaré por siempre el recuerdo de esas salas mágicas ofreciendo ficciones que con el paso del tiempo se fueron incorporando, aquilatándola, a mi propia realidad. 

Vino a cuento este sentido tributo a las viejas salas de cine porque hoy en Bogotá hay cierta y confortable uniformidad en esta materia. Con sus ínfulas hegemónicas los centros comerciales se han encargado de que las salas, en su gran mayoría, sean muy similares. Los Cinemas Paradiso de Tornatore son cosa del pasado. Hoy son, para bien y para mal, asépticas salas de proyección turbadas, cuando más, por el impertinente timbre de un celular o por el chasquido del que no concibe ver una película sin una generosa provisión de crispetas.

Escapa de esta uniformidad, precisamente, el Cinema Paraíso del barrio Usaquén. Y escapa porque su concepto es distinto. Las sillas son unas confortables poltronas separadas las unas de las otras por unas pequeñas mesas en las que una acuciosa mesera deposita las cervezas y los capuchinos de los asistentes. La pantalla es elevada y pequeña lo que obliga a forzar un tanto el cuello para seguir la película. Pero quizás el mayor y supuesto atractivo de la sala siga siendo, a la usanza de los ya desaparecidos cinebares, la posibilidad de pedir, durante toda la proyección un cafe y algo de comer. A mi me perdonarán los aficionados a las crispetas, a los capuchinos y a los demás entremeses cinematográficos pero yo al cine voy, exclusivamente, a ver cine. Una cosa fue - y ya fue -  ese mundo abigarrado de aventuras infantiles que acontecía en la sala del barrio y otra, bien distinta, el penoso espectáculo de aquellos que no paran de comer o de hablar durante una película. El cine, en mi caso, invita al más absoluto silencio. Yo siento que el silencio es ante todo una prueba de respeto tanto hacia el otro que nos acompaña e, como hacia la propia película que nos habla al oído esperando, por supuesto, ser oída.

Pues bien fue en el Cinema Paraíso de Usaquén donde vi, hace ya algunas semanas, Buscando a Eric. Las cosas comenzaron mal pues a un defectuoso sonido se le sumó el ruido intermitente de la máquina de los expresos, lattes, capuchinos y demás variantes de nuestro italianizado café colombiano. 

El problema se superó minutos después pero lo cierto es que tardé en conectarme con la película. Yo sugeriría que los cafés y sus ruidosas preparaciones sucedan antes de la proyección para que todos oigamos y veamos en silencio la película.    

Buscando a Eric es la historia de Eric Bishop, un hombre común  con una familia deshecha y con un oficio, el de cartero, que solo conserva del encanto con el que siempre se lo asocia, la sonoridad de su nombre. Su único solaz es el fútbol y, en especial, su afición por el ídolo francés Eric Cantona. Un día el gigantesco afiche de su ídolo cobra vida y de pronto Eric está en compañía de su famoso tocayo. A partir de ese momento los dos hombres, con sus soledades y frustaciones, se encuentran para departir sus anhelos y sus miedos, para perpetuar esa deliciosa mentira de que una pena compartida es media pena.

La película tiene un ritmo ascendente. Al comienzo la trama no envuelve pero a medida que se avanza el fanatismo por el ídolo se convierte en una relación amorfa de seres expatriados que se cruzan consejos para darse cuenta, sin mayores avisos, que el otro es siempre una posibilidad abierta para ser mejores, para resignificar, incluso con gestos irrelevantes y anodinos, el sentido de nuestras propias existencias.

Buscando a Eric es un ejercicio inteligente de burla y humanismo. Bishop es, en su pequeñez, un grande y Cantona es, en su grandeza, un pequeño. La película logra distraernos con este juego cruzado de personalidades pero va, indudablemente va, más allá. Por ella desfilan esos seres humanos que somos nosotros mismos: anónimos, solidarios, fanáticos de algo y dispuestos a una cerveza entre amigos.  El cine siempre ha tenido un lugar para los anti héroes, para los olvidados.  Buscando a Eric es un homenaje a los que se amoldan a su mediocridad y se conforman con tener dos o tres ídolos de papel. 

Tal vez Buscando a Eric no perdure. Quizás sea justo y obvio que así sea. A fin de cuentas es una historia ordinaria sobre la fragilidad de nuestros sueños  de grandeza. 

Al otro lado



TÍTULO ORIGINAL Auf der anderen Seite (The Edge of Heaven)

AÑO 2007 

DURACIÓN 122 min.  

PAÍS  Alemania   

DIRECTOR Fatih Akin
GUIÓN Fatih Akin
MÚSICA Shantel
FOTOGRAFÍA Rainer Klausmann
REPARTO Tuncel Kurtiz, Nursel Köse, Patrycia Ziolkowska, Hanna Schygulla, Nurgül Yesilcay, Baki Davrak
PRODUCTORA Coproducción Alemania-Turquía
WEB OFICIAL http://www.golem.es/alotrolado/
PREMIOS 2007: Cannes: Mejor Guión, Premio del Jurado Ecuménico

GÉNERO Drama

Clasificación : Muy recomendada

Es curioso que a una película se la califique - o se la descalifique -  por su verosimilitud. Lo verosímil, enseña el diccionario, es aquello que parece verdadero y puede creerse. En el cine verosímil es aquella historia que pese a no ser más que una invención transmite una sensación de realidad.   

En el cine toda historia que se cuente debe ser verosímil. Pero debe serlo a la manera como en el cine opera la verosimilitud.  El que la historia que nos cuenta una película pueda o no darse en nuestro entorno inmediato, en nuestra realidad, no es lo que le da verosimilitud  a dicha historia:  Lo que se la da es que uno crea que lo está viendo está ocurriendo, más allá del cual sea el plano de tal ocurrencia. Cuando a Pinocho por mentiroso le crece la nariz, no sólo es el niño ingenuo el que cree que la mentira provoca tal efecto, es el espectador, sin distingo de edad, el que cree que eso así sucede más allá de que en la vida real a nadie le crezca la nariz por decir mentiras.

Al otro lado, la  bella y  muy creíble película del director Fatih Akin, algunos la han descalificado por la inverosimilitud de sus historias: En una de ellas Alí (Tuncel Kurtz) es un pensionado turco residente en Hamburgo que le propone a Yeter (Nursel Kose), una prostituta. también turca, que se vaya a vivir con él. En otra Nejat (Baki Davrak), hijo del pensionado, reprueba esta insólita unión. En una tercera Ayten (Nurgul Yesilcya)  la hija de Yeter es una activista política prófuga de la policía turca que viaja  a Alemania donde conoce y se enamora de  una estudiante alemana Lote (Patrycia Ziolowska),  que vive con su madre (Ana Schygulla). La inesperada muerte de Ali le da un giro inesperado a todo: Nejat decide partir a Turquía tras la huella de Ayten. Después será Lote quien deje Hamburgo para interceder por la libertad de su compañera que ha sido retenida y encarcelada.

Las historias se entrecruzan como sólo en el cine suelen entrecruzarse. Hay dolor, sangre y muerte en los puntos de intersección pero hay también  amor y solidaridad extremos. Las historias se cuentan bien y la historia que todas ellas conforman queda bien contada. Ese es el mérito de un buen guión y en el caso de Al otro lado la historia envuelve sin que el espectador tenga que sacar libreta para anotar guías de orientación o sin que, como tantas veces suele suceder, salga de la función con unos interrogantes que ni siquiera se atreve a comentar.

Que el entrecruce de historias que se da en Al otro lado pueda llegar a suceder en nuestra próxima realidad, es asunto que no compromete la verosimilitud de la película. Es más: la historia pudo haber sido mucho más simple y para ello hubiera bastado suprimir las coincidencias, borrar una que otra muerte y dejar los relatos sin intercomunicación alguna entre ellos. Una tal simpleza es, acaso, la garantía de la susodicha verosimilitud? No creo. Al otro lado es una historia verosímil, no porque nos parezca que en plano de las nuestras ocurrencias mañana resulte  posible que sucedan todas las cosas que pasan en la película. No, la verosimilitud cinematográfica no proviene de una intrincada red estadística que determina si la historia inventada - así diga basarse en hechos reales -  puede o no suceder en la vida ordinaria que nos circunda; la verosimilitud cinematográfica está dada por la convicción emocional del espectador de que lo que está viendo está realmente sucediendo.  Pare emplear el nombre de una de las obras del Nobel Vargas Llosa, la verdad de las mentiras en el cine consiste en que la mentira que vemos nos parezca no solo verdad sino que termine, de algún extraño modo, integrándose a nuestra verdad. 

Las historias que nos cuentan en Al otro lado y, particularmente, la forma como se entrecruzan, resulta porque el objetivo central de Akin no es la coincidencia temporal de unos hechos sino el rescate de los sentimientos que subyacen tras ellos. 

GRAN TORINO


TÍTULO ORIGINAL Gran Torino

AÑO 2008 

DURACIÓN 119 min.    

PAÍS    Estados Unidos

DIRECTOR Clint Eastwood

GUIÓN Nick Schenk (Historia: Nick Schenk, Dave Johannson)
MÚSICA Kyle Eastwood, Michael Stevens
FOTOGRAFÍA Tom Stern
REPARTO Clint Eastwood, Christopher Carley, Bee Vang, Ahney Her, John Carroll Lynch, Cory Hardrict, Brian Haley, Geraldine Hughes, Dreama Walker, Brian Howe, Doua Moua, Sarah Neubauer, Chee Thao
PRODUCTORA Warner Bros. Pictures / Malpaso Productions / Double Nickel Entertainment
WEB OFICIAL http://www.thegrantorino.com/
PREMIOS 2008: Nominada al Globo de Oro: Mejor canción
2008: National Board of Review: Mejor actor (Clint Eastwood), guión

GÉNERO Drama | Vejez. Racismo

Clasificación : Muy recomendada

En el cine, como en la literatura, como en la música, como en la pintura, como en el arte todo, las recomendaciones tienen su especial efecto. Fui a ver Gran Torino porque un amigo que dijo que no me la perdiera, que era fascinante. Me senté pues frente a la pantalla predispuesto al indefinible deleite porque  con quien me la recomendó tengo una enorme coincidencia en gustos cinematográficos.

No sé - y no llegaré por supuesto a saberlo nunca - cuál habría sido mi reacción durante y después de la película de no ser por la buena marca que me llevó a verla. Creo que de alguna manera fui buscando, a medida que la veía, los pasajes, los diálogos, los instantes que hicieron de ella, para mi amigo, una buena película. Y a decir verdad los encontré. 

De Gran Torino salí con ese suave sabor  que nos dejan las buenas películas, no las perturbadoras, no las majestuosas, no las delirantes, sino, simple y llanamente, las buenas películas.  Walt Kowalski (Clint Eastwood) es un veterano de la guerra de Corea que se ha quedado solo. Su mujer ha muerto y en su barrio lo rodean, cercándolo,  inmigrantes asiáticos que a su juicio nunca debieron salir de sus casas de origen. Sólo le queda la compañía de su perro, la cerveza en lata, uno que otro cigarrillo, cortar meticulosamente el césped y su negrísimo Gran Torino parqueado en el garaje.

Un incidente lo obliga a salir de su huraño hermetismo: una pandilla, también de asiáticos,  acosa a su joven vecino, un muchacho tímido y retraído que parece un bueno para nada. Walt sale a su defensa encubierto con el argumento de estar protegiendo el sacro recinto de su jardín impecablemente podado. Sale a defender al muchacho y de paso a toda su familia china porque lo ofende, no la diversidad de lenguas, bellezas o razas, sino la injusticia, el atropello ciego de la fuerza, el aprovechamiento del débil, la virilidad como argumento de imposición.  Y es a partir de ese gesto disfrazado de desgano que empieza a tejerse una simple historia de acercamiento, agradecimiento y respeto. Walt aprenderá de sus vecinos que no siempre es descortés no mirar a los ojos de quien te habla, que no hacerlo puede ser, bien por el contrario, una prueba de enorme respeto. Entenderá que la hermandad es posible así mis ojos no sean rayados como los del otro.

La pelea con la pandilla queda cazada y tendrá un desenlace inesperado, un desenlace que ratifica que Gran Torino no es ni una historia más ni es, tampoco, la reaparación gratuita, algo ególatra y desgastada de un Eastwood que lo dejó todo en su inolvidable Mystic River. Gran Torino es un homenaje discreto a la convivencia, a la aceptación e, incluso, al sacrificio por el otro. Pero lo es sin aspavientos y grandilocuencias. Lo es a la manera del barrio, con herramientas prestadas, con cerveza tibia, con el Gran Torino perdiéndose por la avenida en homenaje a lo que fue y aún, porque no, puede seguir siendo.

Tendré que darle las gracias a mi amigo y decirle que Gran Torino fue la película que vi en alguna medida por la película que él vio. Ahora que la recuerdo a pedazos me queda esa sensación de las películas que van mejorando después de haberlas visto. En el fondo es por eso que escribo sobre las películas que veo: porque volviendo letras las impresiones que me dejan, me reencuentro con ellas y es entonces cuando hallo una distinta y  mejor forma de quererlas.

viernes, 26 de noviembre de 2010

The Blind Side


 TÍTULO ORIGINAL The Blind Side

AÑO  2009
DURACIÓN 130 min.  

PAÍS Estados Unidos
  
DIRECTOR  John Lee Hancock

GUIÓN  John Lee Hancock (Libro: Michael Lewis)
MÚSICA  Carter Burwell
FOTOGRAFÍA  Alar Kivilo
REPARTO  Sandra Bullock, Quinton Aaron, Tim McGraw, Jae Head, Lily Collins, Kathy Bates, Kim Dickens, Ray McKinnon, Rhoda Griffis, Catherine Dyer, Andy Stahl, Tom Nowicki, Libby Whittemore
PRODUCTORA  Warner Bros. Pictures / Alcon Entertainment
WEB OFICIAL  http://wwws.warnerbros.es/theblindside/
PREMIOS  2009: Oscar: Mejor actriz (Sandra Bullock). 2 nominaciones: película y actriz
2009: Globo de Oro: Mejor actriz - drama (Sandra Bullock)

GÉNERO  Drama | Basado en hechos reales. Deporte. Fútbol americano. Familia. Adopción

Clasificación : Buen plan

Vemos el cine a partir de lo que somos y lo que somos de alguna manera se explica por el cine que  hemos visto. Esta perogrullada hay que tenerla en cuenta para  entender el éxito arrollador de The blind side en las taquillas norteamericanas y para entender también porque esta película se coló, para un sector de la crítica,  en el exclusivo listado de las mejores películas del 2009. The blind side tiene la textura, endeble dirán algunos,  del sueño que abrigan millones de seres de ver como al desposeído, al marginado, lo agarra la suerte y lo catapulta hacia los escenarios idílicos que unos cuantos, muy pocos, disfrutan. 

Michael Oher (Quintín Aaron) es un muchacho afroamericano que creció en una familia disfuncional de la que muy temprano se apartó.  Una familia blanca, los Touhy, lo recibe en casa y es así  como Michael va trabando con ellos, especialmente con la madre (Sandra Bullock) y el menor de los hijos (el pequeño y sobreactuado Jae Head) una entrañable relación en la que las diferencias raciales, culturales y económicas lejos de distanciar, alegran y terminan afianzando el clima familiar. Para que el cuadro sea aún más conmovedor hay que agregar que la película está basada en hechos reales.

Podría decirse, con inocultable facilismo crítico, que The blind side  es una muestra más del gusto, aplanado y soso, del espectador gringo. Es evidente que la película echa mano de esos recursos emocionales con los que todos crecimos. Allí se dan cita el deportista esforzado que contra todo pronóstico vence en el último momento; la familia rica, blanca y armónica que acoge a un muchacho pobre, negro y proveniente de una familia destrozada y, para rematar, el desgastado truco de mostrar las fotos de los seres reales para hacerle creer al público que lo que vieron, falseado por la magia del cine, realmente sucedió.

Todo lo anterior es tan evidente que decirlo no superará el plano de una reiteración innecesaria. Decir que The blind side es una película del montón merecedora apenas de una estatuilla plástica de crispetas de maíz por ser una buena entretención dominguera, tampoco es decir nada nuevo de cara a una realidad que ha movido siempre al cine y del que somos todos, querámoslo o no, unos afortunados herederos. Tal vez valga  la pena ir un poco más allá.

Cuando de niños íbamos al cine perseguíamos una sola cosa: la emoción. Apretábamos con fuerza los dientes cuando en la emboscada nuestro héroe bordeaba la muerte; ante la inundación  o el terremoto  nos sentíamos una víctima más y, por supuesto, tan pronto crecimos quisimos ser él o ella para enamorarnos de esa mujer o  de ese hombre,  inalcanzablemente bellos en sus pedestales de celuloide. No analizábamos las películas, íbamos a ellas; no las juzgábamos, nos las gozábamos.

Por supuesto que todos crecimos y creció con nosotros la forma de contactarnos con el mundo, incluidas sus expresiones artísticas. Miente aquel que diga que conserva intacta esa capacidad desprevenida de emoción que nos acompañó en nuestras primeras películas. Con el tiempo nos sofisticamos y, también, nos contaminamos. Por más que lo intentemos ya no podemos ser tan benignos con todo cuanto vemos. Más aún si hemos reconocido y cultivado nuestra pasión por el cine. De haber sido así es imposible que hoy al ver una película no la tamicemos inconscientemente por una cantidad de filtros que, para bien o para mal, con el tiempo nos hemos construido. No obstante lo anterior siempre perdura en nosotros un vestigio, más o menos inacabado,  de esa propensión ingenua hacia la emoción. Por supuesto que hoy son otras las cosas que nos emocionan y es otra también la manera de emocionarnos. Sin embargo algo perdura en nosotros que responde, como entonces, a esos impulsos con los aprendimos a ver el cine. Son ellos los que aún nos hacen emocionar cuando contra todo pronóstico el equipo de los débiles remonta el marcador y gana en el último segundo; son ellos los que todavía nos hacen esperar ese final feliz, ese the end que le sigue al beso perfecto. Les aseguro que todo eso acontece en aquel que se sienta frente a la pantalla; que lo tenga ya muy asfaltado, controlado y depurado es otra cosa, pero no les quepa la menor duda de que en algún resquicio el fenómeno, acallado quizás, vuelve y sucede. Lo que pasa es que desde hace mucho tiempo dejaron de bastarnos esas apelaciones emotivas; sólo con ellas, ya lo sabemos, no se hace una buena película; es más, si sólo están ellas lo que muy probablemente resultará será una mala película. Las grandes películas siguen y seguirán recurriendo al recurso de la captura emocional. La diferencia, monumental, es que lo hacen desde otros planos intersecándolos con una historia sólida, con unos personajes lúcidos y con ritmo narrativo que, como entonces, nos atrapa y subyuga.

The blind side gusta y conmueve porque logra en el público ese efecto epidérmico  de la emoción primaria. A todos nos gusta que los débiles ganen y que el mundo sea más comprensivo y tolerante; a todos nos gusta comprobar que en algún paraje del mundo hay seres dispuestos a servir a los demás. The blind side alcanza este objetivo mas no por alcanzarlo se convierte en una buena película. En esto no me canso de insistir: puede haber colaterales cinematográficos de innegable valor como el mensaje transmitido, como la realidad denunciada, como el ser histórico reconstruido. Sin embargo el valor de estos no hace buena la película. Suele suceder, bien por el contrario, que depositada la confianza en tales elementos la que a la postre resulte perdiendo sea la propia película. Una buena película se basta a sí misma; constituye un universo aparte y, salvo muy contadas excepciones, no tiene que echar mano ni de la fidelidad histórica, ni del valor ético de su mensaje.

El cine es arte y por eso su apreciación implica siempre un ejercicio honesto de desprendimiento. Reducirlo al vibrato de la simple emoción o extraviarlo en los laberintos de la razón es despojarlo de su más íntima esencia que siempre es, paradójicamente, emocionante e inteligente.

Unas últimas palabras para hablar de la Bullock. Yo, tan propenso al platónico enamoramiento, nunca caí en las redes de esta actriz. Y creo que nunca caí en ellas porque nunca me las tendió. La Bullock es de esas actrices que en general lo hacen bien pero no les va la vida en ello; no se desangran en sus personajes ni pretenden, tampoco,  que el mundo las idolatre. Le basta con divertir y ahora, en The blind side, demuestra que también puede hacer un papel serio sin llegar a conmover. Actúa bien pero no es y tal vez nunca llegue  ser una gran actriz. En la pantalla, como en el ruedo, hay que jugarse la vida y Sandra deja siempre la impresión de una enorme zona de contención. Otras, creo yo, merecían más el Oscar. Sin embargo no cuestiono la decisión de la Academia. Sólo sé, desde el silencio de mi butaca, que así como Sandra no parece dar la vida por mí yo tampoco la daría por ella. Quedamos, y eso está bien, de buenos amigos.

jueves, 25 de noviembre de 2010

Un hombre serio


TÍTULO ORIGINAL A Serious Man

AÑO 2009

DURACIÓN 105 min.    

PAÍS  Estados Unidos   

DIRECTOR Joel Coen, Ethan Coen

GUIÓN Joel Coen, Ethan Coen
MÚSICA Carter Burwell
FOTOGRAFÍA Roger Deakins
REPARTO Michael Stuhlbarg, Richard Kind, Fred Melamed, Sari Lennick, Adam Arkin, Aaron Wolff, Jessica McManus, Simon Helberg, George Wyner, Fyvush Finkel
PRODUCTORA Focus Features / Working Title Films
WEB OFICIAL http://filminfocus.com/focusfeatures/film/a_serious_man/
PREMIOS 2009: 2 nominaciones al Oscars: Mejor película, guión
2009: Nominada al Globo de Oro: Mejor actor comedia (Michael Stuhlbarg)
2009: Premios Independent Spirit: Mejor fotografía, premio Robert Altman (mejor reparto)

GÉNERO Comedia. Drama | Religión. Enseñanza. Años 60. Comedia negra

Clasificación : Muy recomendada 

Un hombre serio  es, con la redondez del calificativo, una buena película.  Y lo es porque en ella el lucimiento de los Coen adquiere trazos novedosos frente a sus trabajos anteriores conservando su genialidad, su humor y su irreverencia creativa. Su protagonista, Larry Gopnik (Michael Stuhlbarg), es un hombre ordinario. Es eso: un hombre común y corriente que tiene un trabajo ordinario, una familia ordinaria; un hombre  que tiene, en fin,  una vida, toda ella, ordinaria y al que de pronto lo sorprende, desbordándolo, el infortunio: la esposa le anuncia su decisión de divorciarse; como profesor lo acosan cuestionamientos éticos; sus hijos, adolescentes ensimismados, lo desprecian… todo, de un momento a otro, amenaza ruina y él, que es un hombre serio, cree que con la mesura y el diálogo todo retomará su curso normal. Pese a ese deseo de normalización las cosas tomarán su propio rumbo y no el que Larry quiso darles.

No ha sido esta ni la primera ni será tampoco la última vez que una película se ocupe de un hombre ordinario y discreto. La diferencia en el caso de Un hombre serio es la manera de tratar el tema. Los Coen no van con intenciones morales  ni exhortan el aureas mediocritas del poeta Horacio. Instalan su lente mordaz en un momento, los finales de los sesenta, sobre un hombre y sus circunstancias para exponerlo, sin otra defensa que su normalidad, a situaciones que lindan con el absurdo y que, sin embargo, nos dejan una incómoda sensación de realidad y proximidad.  

La película está llena de aciertos. El primero, su perfecta ambientación. Todo es los sesentas. Y no me refiero, aunque sí los incluyo, a los trajes, a los peinados, a la decoración de espacios y demás elementos materiales propios del way of life de los americanos de ese momento. Me refiero, precisamente, a esa sensación de estar no ante un perfecto decorado sino dentro de él, a ese sentir que además de vestidos a la usanza de entonces los personajes son, entrañablemente, sesenteros en su manera de encarar su entorno laboral, social o familiar.

Un hombre serio acierta también en sus actuaciones. Son, muy a lo Coen, actuaciones de otro tipo. No hay - ni tendría porque haberlos habido -  despliegues histriónicos. Hay, por el contrario, unos seres puestos como fichas en un tablero que se consumen en sus propios universos. Destaco, por puro gusto personal, a dos personajes: al jefe de Larry, un hombre que en sus cortas apariciones se limita a apostarse en el marco de la puerta de Larry para comentarle, entre balbuceos, los vericuetos de su promoción como docente y a la sensual y enigmática vecina que encarna, literalmente, la moda de los sesenta con esos ojos que delatan la recurrente fuga hacia los parajes de la marihuana. Son personajes en cuyas facciones el lente se extasía con la irreverente burla del que quiere transgredirlo todo para rearmarlo caprichosamente a su manera.

Pero el mayor acierto es el ensamble de todos estos elementos. Un hombre serio es una película inusual que apela  a la  justa irreverencia, a la propuesta novedosa, para decir las cosas de otra forma. Habrá quien descifre en ella códigos ocultos o referencias autobiográficas de los hermanos directores. Puede que entre sus imágenes y sus líneas haya material susceptible de interpretaciones incluso religiosas. Quien crea siempre comunica con su creación. Lo que pasa es que los códigos del lenguaje creativo son tantos y tan diversos que terminan acomodándose, más que a los parámetros del creador, a los cánones, cualesquiera que estos sean,  del receptor.