FITZCARRALDO

FITZCARRALDO
FITZCARRALDO. Werner Herzog. Klaus Kinski

sábado, 9 de octubre de 2010

El luchador


TITULO ORIGINALThe Wrestler
AÑO        2008              
DURACIÓN105 min.
PAÍSEstados Unidos
DIRECTORDarren Aronofsky
GUIÓNRobert D. Siegel
MÚSICAClint Mansell
FOTOGRAFÍAMaryse Alberti
REPARTOMickey Rourke, Marisa Tomei, Evan Rachel Wood, Judah Friedlander, Ajay Naidu
PRODUCTORAWild Bunch / Protozoa Pictures
WEB OFICIALhttp://www.elluchadorlapelicula.es

Clasificación : Muy recomendada

El cine es, por excelencia, un muy buen espacio para escenificar la tragedia humana . Por la ancha pantalla han desfilado y desfilarán por siempre, seres extraviados, dejados del prójimo y olvidados de Dios. Allí los vemos: anclados en su perdición, malditos, sin brújula, solitarios y, he ahí la extraña fascinación,  también  estupendos e imprescindibles. Seres capaces de desafiar las reglas más elementales de la convivencia y, sin embargo, por una trágica e inexplicable razón, personajes a los que no solo comprendemos y perdonamos sus infamias, sino con los que de alguna oscura manera nos solidarizamos .

Randy Robinson "The Ram"es, en El Luchador, uno de esos eslabones perdidos. Famoso luchador en los ochentas la vida lo sorprende  años después vacío y desvencijado. Aunque las vanidades del celuloide aún lo muestran fornido,  el cuerpo de  ahora denuncia los abusos del pasado y si antes las graderías del cuadrilátero estaban llenas, ahora solo las visita, de cuando en vez, la compasión o la nostalgia. 

Mickey Rourke logra un personaje contundente. Rourke más que representar a Randy es el propio Randy. Así lo sentimos al punto de apreciar e incluso querer a un ser que debiera repugnarnos por sus bajezas, por abandonar a su hija, por entregarse con un morboso narcisismo al culto de un cuerpo grotesco, por ser  tan vil y despreciable.  Sin embargo es esa misma piltrafa humana la que nos conmueve, con la que nos solidarizamos y a la que entendemos cuando manda todo a la mierda para ser lo único que realmente sabe ser: un luchador de pacotilla que morirá solo, hediendo a sudor y olvidado por un minúsculo mundo que alguna vez lo aplaudió.

La historia es esa. Un hombre arrinconado por sus recuerdos que intenta  recuperar lo que nunca ha sido suyo:  el amor de su hija o una relación de pareja para darse cuenta, con un desgarro que soportará como un golpe más del cuadrilátero, que solo se recupera lo que alguna vez se tuvo.

Aronofosky, su director, alcanza un tono contenido en la forma de narrar una historia que bien pudo resbalar hacia la emoción dramática. Randy pudo  dejarlo todo y tras el mostrador servir ensaladas con cordero trozado; pudo ir con su hija los sábados en la tarde a algún muelle, es decir, a algún sitio para padres e hijos reconciliados o pudo estar con ella, la estriptisera cuarentona encarnada por Marisa Tomei, y rescatarla de su sordidez prostibularia. Todo eso nos hubiera conmovido pero más y mejor nos conmueve  que lo hubiera desechado todo para quedarse con su público decadente  y con esos otros orangutanes que, junto con él,  terminarán deshaciéndose a pedazos en medio de  la rudeza  y de la más elemental de las torpezas.

Hay que decirlo sin mayores ambages: la atracción hacia estos seres extraviados, desvalidos e insalvables se explica porque son nuestra única manera, imaginaria e indolora, de frecuentar los sórdidos pasajes de la perdición y el abandono. 

Me quedo con esa cámara que sigue a Randy acechándolo por la espalda; así, sin alcanzarlo, sin ponerse a su lado, solo espiándolo  en su mundo degradado. Me quedo con esa cámara porque expresa bien la atracción que sentimos hacia esos personajes cuyo brillo proviene, sin paradojas, de su propia oscuridad.  

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