FITZCARRALDO

FITZCARRALDO
FITZCARRALDO. Werner Herzog. Klaus Kinski

domingo, 27 de enero de 2013

LA VIDA DE PI - UNA AVENTURA EXTRAORDINARIA


TÍTULO ORIGINALLife of Pi
AÑO2012
DURACIÓN125 min
PAÍSEstados Unidos
DIRECTORAng Lee
GUIÓNDavid Magee (Novela: Yann Martel)
MÚSICAMychael Danna
FOTOGRAFÍAClaudio Miranda
REPARTOSuraj SharmaIrrfan KhanRafe SpallTabuAdril HussainShravanthi Sainath,
Ayush TandonVibish SivakumarGérard Depardieu
PRODUCTORAFox 2000 Pictures / Haishang Films
WEB OFICIALhttp://www.lifeofpimovie.com/
PREMIOS2012: Oscar: 11 nominaciones, incluyendo Mejor película y director
2012: Globos de Oro: Mejor banda sonora. 3 nomin., incluyendo Mejor película
2012: Premios BAFTA: 9 nominaciones, incluyendo Mejor película y director
2012: Critics Choice Awards: Mejor fotografía y efectos visuales. 9 nominaciones
2012: Satellite Awards: Mejor guión adaptado y fotografía. 5 nominaciones
2012: American Film Institute: Top 10 - Mejores películas del año
GÉNEROAventurasDrama | Aventuras marinasSupervivencia3-DAnimales

Clasificación : Muy recomendada


Ang Lee es el maestro del poder visual. Así lo demostró en el Tigre y el dragón (2000) con esas escenas en las que unos enormes bambúes catapultaban por los aires a unos guerreros que batían en el aire sus hermosas espadas. Ahora vuelve a hacerlo en su última película, La vida de Pi (entre nosotros Una aventura extraordinaria) , en la que se narra la travesía de Pi, un muchacho que sobrevive a un naufragio en una balsa cuya fragilidad contrasta con la fiereza de su inusual compañero: un enorme tigre de bengala con nombre de oficinista: Richard Parker. Muchacho y tigre experimentarán, por cerca de dos horas de proyección, las vicisitudes de una travesía que los enfrentará a un mar soberbio e inmenso y, también,  a ese complejo reto de saber relacionarse con el otro que será, siempre e indefectiblemente, tan distinto a nosotros. Pi y Richard tendrán que aprender a convivir en el mínimo espacio de su bote para darse cuenta así de la inmensidad vital que los rodea: un mar total que los amenaza, los alimenta, los esperanza, los sobrecoge, los protege y les pone de presente, a través de un lenguaje cifrado que cada cual podrá entender a su manera, que no están solos y que quizás haya un sentido oculto en todo cuanto les sucede.

La vida de Pi es una cascada de sorprendentes escenas.  En la memoria tengo y corresponde a la foto que encabeza esta nota, la de una luminosa ballena que emerge de las profundidades, se asoma por un instante al cielo  para luego provocar, con su regreso al agua, un estrépito de luces marinas.  Así como esta son muchas las imágenes en las que el color es todo un desborde y en las que la fantasía visual pareciera haber llegado a un espacio sin límites donde, sin desmesuras, todo es posible.  Pero no se trata, simple y llanamente, de un festín óptico.  Todo en Ang Lee está al servicio de un mensaje que se cuela, implícito,  en medio de este esplendor de colores, luces y movimientos. Lee nos susurra al oído que quizás hay otra manera de leer el mundo, que creer es una posibilidad y que de dos versiones acerca de unos mismos hechos quizás ninguna pueda atribuirse la verdad o, quizás, ambas puedan hacerlo. Todo depende de la actitud que se adopte y será a partir de ella que la vida misma se mire, o como un suceso accidental y fugaz, o como un eslabón más en un complejo encadenamiento  que supera nuestra capacidad de entendimiento.

Todo conspiraba para que la película se colara en la galería de las imprescindibles:  la adaptación para el cine de la novela de Yann Martel fue, según sus lectores,  todo un acierto; el esplendor visual de la película es, de principio a fin, contundente ; el  a veces hostigante 3D es, en La vida de Pi,  un recurso inusualmente fresco y acorde con las escenas  cuya vitalidad exigía el abandono de la pantalla; las actuaciones son, si no extraordinarias, al menos sí, como la película misma, encantadoras y, finalmente, la historia, pese a su falta de matices, nunca cae en el letargo porque siempre la está empujando la vitalidad de la aventura y la insinuación sutil de un mensaje trascendente. Todo esto y seguramente más es La vida de Pi; sin embargo es la amalgama de todos estos brillos la que no logra, cinematográficamente hablando, una pieza redonda y convincente. La conspiración falla porque en La historia de Pi todo es bello pero con la integración de todo lo bello no se logra ese resultado indefinible y propio de las buenas películas. Una cosa es el logro puramente estético de una película en lo que La vida de Pi obtiene, a no dudarlo, una nota más que sobresaliente, pero otra cosa, muy distinta, es el logro narrativo. Una buena película es aquella que cuenta bien su historia, cualquiera que ella sea y es ese bien contar lo que constituye su más alta estética. Que para ello se sirva – o no se  sirva – de otros esteticismos es otra cosa pero no puede nunca confundirse la estética del lenguaje que se emplee en la película con la estética del mensaje que transmite dicho lenguaje.  

Si la estética  es la interacción de nuestra intuición sensible ante lo bello, nada impide que en el cine experimentemos esa sensación frente a los recursos que se empleen en una determinada película (fotografía, escenografía, música, actores y actuaciones y tantos más) mas no ante el resultado que provoca su fusión.  El gran logro cinematográfico es que la estética de los recursos empleados en la narración se convierta, mediante la transustanciación propia de la obra artística, en la estética misma de la narración.  En el caso de La vida de Pi el maestro Lee volcó toda su maestría en la estética del lenguaje visual y reservó apenas un par de plumazos, simplones y un tanto estereotipados,   para el sentido misma de la historia. 

En otros trabajos suyos, ciertamente menos vistosos que La vida de Pi, Lee ha logrado un mejor  equilibrio entre la estética del lenguaje y la contundencia del  mensaje transmitido. Comer, beber y amar (1994) y Sentido y sensibilidad (1995)  son dos claros ejemplos.  Más allá de la forma como oriente mira y propone una lectura del mundo,   la mirada  humana es universal y nunca se conforma, por bella que ella sea, con la periferia de los seres y las cosas que la rodean.  

El balance final, el que queda después de ese derroche de fascinación visual, es que Lee, para no quedarse con el dudoso mérito del malabarismo tecnológico,  echó mano de una historia  tiznada de solidaridad, esperanza y fe. Y es en este enlace final de  forma y fondo donde la historia pierde su estatura porque la fantasía de la forma es más poderosa, mucho más,  que el débil fondo que apenas se insinúa. En esta oportunidad la cámara de Lee lleva más a la emoción del resplandor que a la zozobra de la reflexión.

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