FITZCARRALDO

FITZCARRALDO
FITZCARRALDO. Werner Herzog. Klaus Kinski

domingo, 29 de julio de 2012

UN CUENTO CHINO


ÍTULO ORIGINALUn cuento chino
AÑO2011
DURACIÓN93 min
PAÍSArgentina
DIRECTORSebastián Borensztein
GUIÓNSebastián Borensztein
MÚSICALucio Godoy
FOTOGRAFÍARolo Pulpeiro
REPARTORicardo DarínIgnacio HuangMuriel Santa AnaIván RomanelliVivian Jaber,
Enric CambrayPablo SeijoJoaquín Bouzas
PRODUCTORACoproducción Argentina-España; Pampa Films / Tornasol
PREMIOS2011: Festival de Roma: Mejor película, Premio del público
2011: Premios Goya: Mejor película iberoamericana
GÉNEROComediaDrama | Comedia dramática


Calificación  : Vale la pena

En Un cuento chino Roberto (Ricardo Darín) es un una suerte de ermitaño urbano cuya cueva de aislamiento es su modesta ferretería de barrio en la que se pasa el día contando bombillas y clavos y, claro, maldiciendo a uno que otro cliente que por allí se asoma.  Un hecho inesperado, el encuentro con un joven chino que no habla una sola palabra de español, le dará un giro a esa vida grisácea y sacará a flote lo peor - pero, también, lo mejor - de un hombre atrapado en la neurosis de su micro mundo urbano y rutinario.

Al finalizar la jornada, después de bajar las rejas de su negocio, Roberto se entrega a su pasión oculta: buscar en periódicos esas noticias extremas que resumen el sinsentido y la estulticia de la raza humana. Las busca con pericia minuciosa para luego recortarlas y almacenarlas en fólderes que más tarde apilará en un rincón de su taciturno apartamento.

Yo no sé bien a que se refieren algunos cuando con una fingida condescendencia se refieren a una película diciendo que es menor. Supongo que con eso quieren decir que la película les pareció buena pero no tanto como para colocarla en los estantes del gran cine. Las películas menores, si entiendo bien el concepto,  pasan la prueba de la buena confección pero no son prendas que merezcan mayor exhibición o perdurabilidad. Son, esas películas menores, adolescentes  fugaces a las que les faltó madurez y encanto para llegar a ser las mujeres, perturbadoras e inolvidables, que pretendieron ser.

No me parece que Un cuento chino sea una película menor. Si hemos de quedarnos en este riesgoso paralelismo de edades yo diría que es lo suficientemente mayor como para atraparnos en esa atmósfera que por fuera de toda grandilocuencia lo único que quiere es mostrarnos, con negras pinceladas de humor,   que tras la más sombría y taciturna de las existencias  siempre se esconde una posibilidad redentora, por fútil y ordinaria que esta pueda parecer.

En cuestiones de gusto en el cine hay, como en botica, un poco de todo. Hay quienes adoran las gestas homéricas; se sienten transportados ante esas escenas en las que miles de extras se movilizan hacia batallas descomunales o en las que las fantasías tecnológicas simulan, con sorprendente facilidad, la hecatombe de ciudades enteras o confrontaciones intergalácticas  . Hay otros, me cuento entre ellos, cuya transportación cinematográfica se logra con la simpleza de esa escena en la que un viejo abre cada mañana su local  en el que funciona una  fábrica de medias.

Un cuento chino tiene el encanto de lo ordinario. En ella nadie es particularmente bello lo que hace que todos sus personajes adquieran una inexplicable belleza ; como la vida esta plagada de eventos deslucidos y repetitivos, un Cuento chino es un relato de como la ordinariez puede verse de pronto importunada por un hecho extraordinario que lejos de contrariarla o negarla se limita a sonsacarle, ocultísima, su propia fantasía.

Darín está, como suele siempre estarlo, extraordinario. El papel le va a la medida y viéndolo uno se da cuenta, así sea por un momento, que nuestras ciudades están repletas de Robertos sombríos que se van secando  a fuerza de rutinas y hastíos y para los que talvez exista, en los resquicios de su ordinariez, discretos destellos de salvación.

Cuando fui a ver Un cuento chino sabía bien a que iba.  Película argentina con Darín. Con eso, casi todo estaba dicho y aunque nada es prenda de nada en materia de cine,  tenía asegurado mi encuentro con esa cultura filósofa, urbana, engreída, burlona y desesperanzada del pueblo argentino. 

Sin apelar a los ya tan desgastados realismos mágicos, Sebastián Borensztein, su director y guionista, logra un trabajo compacto en el que la simpleza de sus personajes y la aparente candidez de su historia, son el factor clave para lograr un relato cuyo tono esquiva con éxito el facilismo de la cometida barata y, sobre todo, la sensiblería del drama de pacotilla.

Me pongo a pensar, ya para terminar, si Borensztein habrá considerado otros finales. Me parece que el de Un cuento chino traiciona la línea sarcástica y gris que conduce toda la película.  Sin embargo y pensándolo bien se trataba de un cuento chino y para honrar esa condición tenía que tener ese toque fantasioso que no hace más que realzar el tan humano deseo  de los finales felices.     

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