FITZCARRALDO

FITZCARRALDO
FITZCARRALDO. Werner Herzog. Klaus Kinski

jueves, 2 de diciembre de 2010

RABIA



TÍTULO ORIGINAL Rabia

AÑO 2009 

DURACIÓN 95 min.    

PAÍS  España   

DIRECTOR Sebastián Cordero
GUIÓN Sebastián Cordero (Novela: Sergio Bizzio)
MÚSICA Lucio Godoy
FOTOGRAFÍA Enrique Chediak
REPARTO Martina García, Gustavo Sánchez Parra, Concha Velasco, Icíar Bollaín, Àlex Brendemühl, Fernando Tielve, Yon González, Xabier Elorriaga
PRODUCTORA Coproducción España-México-Colombia; Telecinco Cinema / Think Studio / Dynamo
PREMIOS 2010: Festival de Málaga: Biznaga de Oro a la mejor película y 3 premios más

GÉNERO Thriller. Drama. Romance

Clasificación : Vale la pena

Aunque pudo haberlo sido, Rabia no es una película que denuncie la discriminación y el mal trato a los que suelen verse sometidos en España los inmigrantes suramericanos. No obstante ser este el contexto de su trama, Rabia optó por adentrarse en la psicosis de un hombre inestable, carcomido por los celos que después de matar accidentalmente a su jefe, un capataz de la construcción, se refugia en la casa donde su novia trabaja como empleada del servicio.

No se trata, sin embargo, de una historia de complicidad amorosa porque Rosa (Martina García), así se llama ella, no sabe que su novio, José María (Gustavo Sánchez Parra) se oculta como una rata en el altillo de la inmensa casa. Es, por el contrario,  una historia contenida de tensión, rabia y amor. De contenida tensión porque no es un thriller clásico de suspenso pero sí mantiene al espectador expectante por la posibilidad, siempre inminente, de que descubran a José María; de contenida rabia, no porque ofendan los vulgares devaneos que todos tienen con Rosa, sino porque duele - y enamora también -   que sea en ella, noble y frágil, que converjan los desvaríos de unos hombres obnubilados con la sencillez de su belleza y de contenido amor porque tampoco se deja seducir por el facilismo de un romance heroico o tortuoso sino que prefiere conformarse con la insinuación de un amor ordinario capaz de enormes sacrificios.

Gustavo Sánchez Parra logra una actuación soberbia muy bien secundado por una cámara que capta esa mirada herida y asustadiza que entra y sale de la penumbra de sus estrechos escondidijos. Sánchez Ibarra actúa con la mirada y es impresionante su transformación física. Más allá de lo que pueda hacer el maquillaje, es evidente el adelgazamiento forzado al que debió someterse el actor mejicano, recordado por la inolvidable Amores perros,  para encarnar a ese hombre sometido a los demoledores efectos del hambre, el odio y el silencio.

Martina García encaja perfectamente en su papel. Rosa es una desconcertante mezcla de humildad y coraje y su discreta belleza parece venir de dentro, del dolor que siente, de un pasado abandonado abruptamente y de esos encuentros precipitados que en su sentir elemental se llaman amor. Rosa tiene la distinción de la sencillez y la cámara aprovecha muy bien esa presencia que rompe con muchos de los paradigmas asociados a la belleza femenina.

Y está, junto a ellos, al servicio de ellos e incluso por encima de ellos, la casa. Rabia es especialmente un tributo a ese espacio - sentido infantilmente siempre como inmenso -  atiborrado de cosas e historias llamado casa. Rabia pudo haberse llamado  La casa porque todo acontece en ella y porque todo pudo haber acontecido allí por la infinidad de sus espacios, por sus interminables recovecos,  por sus olores adheridos a las paredes y los muebles y por todos esos objetos que han ido acumulando con el paso del tiempo el testimonio mudo de las historias vistas. La casa de Rabia es la casa de los padres, esa suerte de casa museo donde todo envejece llevándose consigo la memoria inútil de lo que un día se creyó importante.

La cámara de Rabia se extasía en la casa. La recorre de arriba abajo y de abajo arriba. José María esta recluido en ella porque su única posibilidad absurda de libertad se la da su encierro en ella. Rosa dejó su casa al otro lado del océano y esta, inmensa y ajena, es ahora la suya o lo es por lo menos su habitación estrecha. Para los jefes de Rosa la casa es el escenario obligado de sus discordias otoñales y, también, el escenario que les recuerda que sólo se tienen el uno al otro y para sus hijos la casa paterna es y será por siempre ese referente impreciso de que alguna vez fueron niños.

Como toda gran casa, la casa de Rabia nos permite ver sin ser vistos, hablar sin ser oídos, hacer sin que nadie sepa que hemos hecho. Haciéndonos creer todo eso es la casa misma la que se queda con lo que vimos, oímos o hicimos y se lo guarda hasta ese incierto momento en el que las cosas y las historias terminan  revelándose solas porque no otro es el destino inevitable de todo secreto. 

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