FITZCARRALDO

FITZCARRALDO
FITZCARRALDO. Werner Herzog. Klaus Kinski

sábado, 27 de octubre de 2012

PIERROT LE FOU



TÍTULO ORIGINALPierrot le Fou
AÑO1965
DURACIÓN
PAÍS
DIRECTORJean-Luc Godard
GUIÓNJean-Luc Godard
MÚSICAAntoine Duhamel
FOTOGRAFÍARaoul Coutard
REPARTOJean-Paul BelmondoAnna KarinaDirk SandersJean-Pierre Lèaud,
Raymond Devos,Graziella GalvaniLaszlo SzaboSamuel Fuller
PRODUCTORACoproducción Francia-Italia; Rome Paris Films / S.N.C. /
Dino de Laurentiis Cinematographica
GÉNERODrama | Nouvelle vague
Calificación : Sin calificación



La obra de Jean Luc Godard (  Al final de la escapada, 1960, Una mujer es una mujer, 1961, El desprecio, 1963, Banda aparte, 1964, Pierrot le fou,1965, Número dos, 1975, Pasión, 1982 y Nuestra música, 2004 entre muchas otras) despierta pasiones y decepciones. Para sus seguidores estamos ante un genio que revolucionó la forma de hacer el cine y es eso lo que lo hace merecedor  de un sitial de culto en el mundo del celuloide.  Para quienes no le rinden tributo (decir sus contradictores u opositores sería un despropósito) su obra carece de una línea consistente y está llena de altibajos.

En la vasta producción cinematográfica de Godard Pierrot le fou es una ficha clave. Lo primero que hay que hacer para eludir los extremos del elogio fácil o de la descalificación apresurada es ubicarnos en el año en el que se la hizo: 1965. Época convulsa en la que la nueva estética era , antes que nada, la estética de la ruptura. Europa asistía a un período de cambio jalonado por una generación inconforme que ya no le veía mayor sentido a unas instituciones decrépitas y a una cultura anquilosada en un pasado que no podía seguir reverenciándose.  

Es en este escenario de cambio que Godard irrumpe con su Pierrot le fou. Lo hace al mejor estilo del momento con una propuesta subversiva que se lo permite todo porque, anticipándose a uno de los célebres graffitis de mayo del 68, lo único prohibido era prohibir. La película es un movie road que arrastra  a Jean Paul Belmondo y a Anna Karina, actores dilectos de Godard, por el sur de Francia. Es una huída sin tono de escapada; es un romance sin enamoramiento; es una tentativa de musical sin música, es un thriller sin tensión y sin suspenso;  es una historia sin argumento; es un guión con merodeos poéticos pero sin verdadera poesía y es, en fin, uno de esos amasijos propios del que se cree con licencia para transgredir la regla que sea.  No puede negarse que cada  sketch de  Pierrot le fou - la película no es más que un aglomerado de estos - es una pieza de creatividad subversiva.  Pero a un tal reconocimiento también hay que agregarle que el resultado del juego de Godard es una pieza amorfa que no atrapa al espectador  y que, bien por el contrario, termina incomodándolo no obstante la clara percepción de que se está ante un hombre que para su momento destrozó los cánones clásicos del como hacer una película.

Para muchos - sus razones y sinrazones tendrán -  Pierrot le fou tiene unas claves de entendimiento que le dan coherencia y armonía a aquello que, a primera vista,  carece de ambas.  Son los mismos que un tour de force intelectual encuentran en la película de Godard una cantidad de señas iconoclastas que, paradójicamente, les merecen culto. 

Más allá de la controversia alrededor de  Pierrot le fou,  personalmente la encuentro caótica y deshilvanada.  La creatividad está siempre ligada a la libertad pero sus mejores logros estéticos exigen un cauce, una disciplina de expresión. En la película de Godard el espectador  hace un permanente esfuerzo por conectarse con algo que nunca llega a visualizar o a sentir.  Le toca entonces, post film, hacer una construcción mental para darle algún sentido a lo que vio y para extraer de lo visto ese placer que debió darse - y no se dio -  durante la proyección.

Las buenas películas tienen esa rara virtud de fascinar cuando se las mira y, vistas ya, de lograr que esa fascinación inicial se llene luego de aristas e inesperados matices. Pierrot le fou no fascina;  cuando más, provoca una reacción  analítica en torno a la ruptura estilística de su director pero no, a mi juicio, ese toque, perturbador y perdurable, con el que siempre quisiéramos  salir de la sala de cine.

Nota a deshoras: Se salva, y solo a sí misma se salva, la escena en el puerto en la que un hombre le cuenta a Belmondo como lo persigue esa insoportable música que siempre estuvo ligada a sus fracasos amorosos. En el plano de la imposibilidad me quedo con esa otra película, la que supo mantener el tono absurdo y bello de esta escena. Con ella los dejo







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