TÍTULO ORIGINAL | Elegy | ||
AÑO | 2008 | ||
DURACIÓN | 108 min. | Trailers/Vídeos | |
PAÍS | Estados Unidos | Sección visual | |
DIRECTOR | Isabel Coixet | ||
GUIÓN | Nicholas Meyer (Novela: Philip Roth) | ||
MÚSICA | Varios | ||
FOTOGRAFÍA | Jean-Claude Larrieu | ||
REPARTO | Ben Kingsley, Penélope Cruz, Dennis Hopper, Patricia Clarkson, Peter Sarsgaard, Deborah Harry, Charlie Rose, Antonio Cupo, Sonja Bennett, Chelah Horsdal | ||
PRODUCTORA | Lakeshore Entertainment | ||
GÉNERO | Romance. Drama | Drama romántico | ||
Clasificación : Buen plan
En La Elegida David Kapesh (Ben Kingsley) es un profesor universitario de literatura. De entrada hay que decir - y eso ya va diciendo mucho - que David Kapesh es un encantador profesor de literatura. Pudiera haberse dicho que David Kapesh es un carismático profesor de literatura, pero la verdad es que Kapesh solo alcanza el encanto, no así el carisma. Y es apenas encantador porque todo permite inferir que lo suyo, antes que transmitir, es seducir. Estamos ante el prototipo del intelectual maduro y libre que consciente (o quizás inconsciente) de la inevitable decadencia de sus otros encantos, se perfuma con sus conocimientos. Es el hombre de las citas cultas, de las seductoras comparaciones, de las caricias demasiado aprendidas. Kapesh se engalana para sus jóvenes alumnas a las que le resulta relativamente fácil derrumbar, literalmente hablando, con una frase de Shakespeare o con el fingido estremecimiento ante un rostro de Goya. Y aparece entonces, después de haber entrado tarde a clase y con un escote discreto e insinuante, la Consuela (Penélope Cruz), mezcla demasiado perfecta de candor y fuego, de pudor y sensualidad, de juventud y desconcertante adultez.
En La Elegida David Kapesh (Ben Kingsley) es un profesor universitario de literatura. De entrada hay que decir - y eso ya va diciendo mucho - que David Kapesh es un encantador profesor de literatura. Pudiera haberse dicho que David Kapesh es un carismático profesor de literatura, pero la verdad es que Kapesh solo alcanza el encanto, no así el carisma. Y es apenas encantador porque todo permite inferir que lo suyo, antes que transmitir, es seducir. Estamos ante el prototipo del intelectual maduro y libre que consciente (o quizás inconsciente) de la inevitable decadencia de sus otros encantos, se perfuma con sus conocimientos. Es el hombre de las citas cultas, de las seductoras comparaciones, de las caricias demasiado aprendidas. Kapesh se engalana para sus jóvenes alumnas a las que le resulta relativamente fácil derrumbar, literalmente hablando, con una frase de Shakespeare o con el fingido estremecimiento ante un rostro de Goya. Y aparece entonces, después de haber entrado tarde a clase y con un escote discreto e insinuante, la Consuela (Penélope Cruz), mezcla demasiado perfecta de candor y fuego, de pudor y sensualidad, de juventud y desconcertante adultez.
Es en una fiesta donde Kapesh la aborda con un deseo galopante que disfraza mal con su intelectualidad tan frágil como cautivadora. Van luego al teatro, toman vino en el piso de él y a partir de estos primerizos encuentran se arriesgan, esporádica y erráticamente, a ser pareja. Él, atónito con la belleza de ella y ella, al principio, un tanto enigmática pero luego esperanzada en algo que nunca resulta claro.
Los treinta años que los separan parecieran ser la sombra que pronto oscurecerá el idilio. Sin embargo él siente que Consuela no es una más; es, simple y llanamente, mucho más que una. Y así se va tejiendo esta historia que uno dudaría en calificar como de amor. Es más bien el cruce casual de dos anhelos que descubren destellos en el otro para llegar a un desenlace forzado que pretende invertir el orden de las cosas para que sea de ella la frase que debió ser siempre la de él: perdóname, es tarde, estoy cansada y, aunque quisiera, ya no tengo nada para darte…
La Elegida pudo ser, por muchas razones, mucho mejor película de la cinta, apenas pasable, que es. Pudo ser mejor si Isabel Coixet hubiera sido fiel a su trayectoria y no hubiera sucumbido a la tentación de dirigir al limón como lo hizo esta vez acompañada de Elizabeth Koishet. Apostaría a que la Coixet aderezó algunos cuadros con sus brochazos pero eso no es suficiente si se quiere asegurar un tono constante y propio como aquel al que nos tiene acostumbrados. Pudo ser mejor si la historia hubiera buceado más a fondo en las vicisitudes de los encuentros dispares, pero prefirió los lugares comunes tan propios de los amores que con poética de pacotilla han dado en llamar otoñales. Pudo ser mejor si la Consuela no hubiera sido tan Penélope Cruz. En la película hay demasiada cámara para ella, demasiado deleite con su rostro y su cuerpo, demasiada ella desplazándolo todo y ella con tanto desgano, apenas modelando sus inocultables encantos. Qué diferencia con la Penélope de Vicky Cristina Barcelon. Pudo ser mejor si a la tentativa amorosa que la historia es, se la hubiera despojado del infaltable y azucarado piano, del viento en la playa jugueteando con el pelo de ella, del cuarto oscuro en el que, de a pocos, va emergiendo el rostro que él capturó con su anacrónica y romántica Leica.
La Elegida pudo ser, por muchas razones, mucho mejor película de la cinta, apenas pasable, que es. Pudo ser mejor si Isabel Coixet hubiera sido fiel a su trayectoria y no hubiera sucumbido a la tentación de dirigir al limón como lo hizo esta vez acompañada de Elizabeth Koishet. Apostaría a que la Coixet aderezó algunos cuadros con sus brochazos pero eso no es suficiente si se quiere asegurar un tono constante y propio como aquel al que nos tiene acostumbrados. Pudo ser mejor si la historia hubiera buceado más a fondo en las vicisitudes de los encuentros dispares, pero prefirió los lugares comunes tan propios de los amores que con poética de pacotilla han dado en llamar otoñales. Pudo ser mejor si la Consuela no hubiera sido tan Penélope Cruz. En la película hay demasiada cámara para ella, demasiado deleite con su rostro y su cuerpo, demasiada ella desplazándolo todo y ella con tanto desgano, apenas modelando sus inocultables encantos. Qué diferencia con la Penélope de Vicky Cristina Barcelon. Pudo ser mejor si a la tentativa amorosa que la historia es, se la hubiera despojado del infaltable y azucarado piano, del viento en la playa jugueteando con el pelo de ella, del cuarto oscuro en el que, de a pocos, va emergiendo el rostro que él capturó con su anacrónica y romántica Leica.
Hay que decir, porque merece ser dicho, que Ben Kingsley reafirma su clase. A un buen actor se lo prueba en una película del montón. En este caso Kingsley es superior al papel que le encomendaron y es sobre todo superior a su compañera de reparto. Lo secunda bien Dennis Hopper haciendo del viejo amigo. Las conversaciones con este son las pocas inmersiones en una película que apenas roza la superficie del agua.
Yo me quedo con la Coixet de La vida sin mí y me quedo también con el Kingsley que siempre siempre encarna, de manera comprometida y entregada, todos y cada uno de sus personajes.
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