TITULO ORIGINAL | Deux jours à tuer | ||
AÑO | 2008 | ||
DURACIÓN | 85 min. | Trailers/Vídeos | |
PAÍS | Francia | ||
DIRECTOR | Jean Becker | ||
GUIÓN | Jean Becker, Eric Assous, Jérôme Beaujour (Novela: François d'Épenoux) | ||
MÚSICA | Alain Goraguer, Patrick Goraguer | ||
FOTOGRAFÍA | Arthur Cloquet | ||
REPARTO | Albert Dupontel, Marie-Josée Croze, Pierre Vaneck, Jean Dell | ||
PRODUCTORA | ICE3 / Studio Canal / France 2 Cinéma | ||
WEB OFICIAL | http://www.deuxjoursatuer-lefilm.com/ |
Clasificación : Vale la pena
Leí, ante de verla, que Dejadme de quererme o Deux jours a tuer, su título original, es una película muy francesa. Con todo y eso - o quizás por eso - me fui a verla y comprobé que, efectivamente, es una película muy francesa. Decir que algo es muy francés provoca de inmediato el interrogante de que es lo que hace que una obra, una película en este caso, sea muy francesa. ¿Porqué una película no es muy alemana o muy sueca o muy uruguaya pero sí, en cambio, muy francesa? Hay acaso un sello especial asociado con esa procedencia? Quizás sean Francia y Estados Unidos los dos países que más evocan con sus nombres estilos cinematográficos propios. Cuando se dice de una película que es muy americana ya sabemos, con aplausos o rechiflas, a qué nos estamos refiriendo. Otro tanto sucede con esas películas muy francesas que vuelven, fallida o exitosamente, a esa ambigua fórmula que entremezcla sensibilidad con desdén, desprendimiento con dejadez, trascendencia con pesadez.
Dejadme de quererme es una película que desnuda, sin mayores contemplaciones, las hipocresías que rodean la convivencia humana. Se trata de un ejercicio desgarrado, sin pompas y sin discursos que no apela a escenas extremas o delirantes. Se sirve, por el contrario, de una cotidianidad plagada de fingimientos a la cual un hombre, hastiado, decide renunciar. No es un héroe, es un hombre cualquiera que ya no quiere seguir cargando el fardo de una actuación permanente. Prefiere sacrificar el aparente amor que se le tiene si ese es el costo de optar por una existencia, quizás no más feliz, pero sí definitivamente más auténtica.
Antoine decide, aparentemente de buenas a primeras, tirar por la borda el cerco burgués que ha labrado durante los últimos veinte años de su vida. Renuncia a su trabajo, vende su parte de la empresa y en un reparto alocado de insultos y bofetadas deja a su fiel mujer, a sus hijos y a sus más cercanos amigos. Sólo conserva, como propulsor de evasión, su veloz BMW que habrá de llevarlo al reencuentro con su padre.
Dejad de quererme no tiene la finura melancólica de Conversaciones con mi jardinero (2007) pero sí se le siente el inconfundible tono narrativo de Jean Becker, el director de ambas. En sus películas siempre hay un contrapunteo entre la desolación y la esperanza. Del hundimiento queda la posibilidad del rescate y desde el punto de vista del lenguaje narrativo, lo que siempre sobresale en su cinematografía es una estética que entremezcla la amargura con una muy medida dosis de ternura. Becker no emplea las licencias fáciles de la emoción. Su obra respira desencanto pero es de esa propia desolación de la que su lente sabe extraer un tono paradójicamente reconfortante. Dejad de quererme se resume en el abandono de las apariencias y en el desprecio de las imposturas sociales. En lugar de aquellas y de estas Becker propone un retorno a lo elemental pero no por la ruta simple de la felicidad sino por el más intrincado camino del reconocimiento de nuestra soledad.
El gran mérito de Dejad de quererme es su aproximación sincera a los altibajos del hombre ordinario: Antoine es una mezcla desconcertante de cobardía y coraje; en Cecile se amalgaman el dolor y la comprensión y el padre es la expresión agridulce del distanciamiento y la solidaridad. A Becker lo obsesiona el tema del otro, es decir, la constatación reiterada de que la vida no tiene sentido sin la comprensión y, también, sin la oposición con el otro.
En el fondo quien pida que no se le quiera a lo que está aspirando es a otro tipo, quizás más auténtico, de querencia.
El gran mérito de Dejad de quererme es su aproximación sincera a los altibajos del hombre ordinario: Antoine es una mezcla desconcertante de cobardía y coraje; en Cecile se amalgaman el dolor y la comprensión y el padre es la expresión agridulce del distanciamiento y la solidaridad. A Becker lo obsesiona el tema del otro, es decir, la constatación reiterada de que la vida no tiene sentido sin la comprensión y, también, sin la oposición con el otro.
En el fondo quien pida que no se le quiera a lo que está aspirando es a otro tipo, quizás más auténtico, de querencia.
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