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Después de una discusión conyugal
Sarah (Audrey Tautou) deja su casa para ir a cumplir su turno al hospital. Paul (Benoit Magimel) queda en casa
con ese sinsabor de la palabra hiriente que pudo atajarse y a la que luego se
la ve partir henchida de una rabia que parecía entonces tan justa y ahora tan
desproporcionada. La espera se prolonga. Por horas, por días, por semanas,
meses y años. Sarah no regresa. Pudo haber muerto pero los cadáveres avisan;
pudo haberlo dejado todo pero dos hijos son un imán demasiado poderoso;
pudieron raptarla pero los
captores tarde que temprano hacen sonar el teléfono… Ante el sinsentido de esta
partida, Paul decide volver al pueblo olvidado que lo vio crecer. Su hermano
mayor (Antoine Duléry), ese que siempre se queda aferrado al confort de pacotilla que le dio la
familia paterna, le ofrece un trabajo como instructor en una academia de
automovilismo. Paul se verá forzado a reescribir las líneas de su vida en esa
lejanía cargada de recuerdos y fantasmas. Se dará cuenta que ni la más rotunda
renuncia será capaz de detener una vida que siempre se da sus mañanas y
termina, por contrarios que sean los vientos, imponiéndose.
Vientos contrarios, la segunda película del joven actor y director
francés Jalil Lespert , es uno de esos relatos que no obstante
las constantes amenazas de ahogo, termina flotando airoso. En su primera media hora el ritmo de la
película se contagia del encierro
de su protagonista. La historia se queda quieta y todo parece condenado a la introspección ciega provocada por el desespero de un hombre que lo ha perdido todo
o, mejor, que quiere darlo todo por perdido. Es a partir de cierto momento que una
fuerza imprecisa lo revuelve todo y le inyecta vida a un relato hasta ese momento un tanto aletargado.
Contra todo pronóstico serán ese hermano ordinario y grisáceo y un inesperado compañero de tragedia (Remzy Bedia) los que se prestarán para convulsionar un micro universo condenado a la culpa y
el recuerdo. Lespert entendió que había que violentar el tono de contención y
encierro con el que discurre la primera parte de la película. Se tomó su tiempo para hacerlo pero lograda esa implosión comienzan a sentirse, hasta ahora apenas
anunciados, esos vientos contrarios.
En su última media hora Vientos contrarios hace que sus
protagonistas lloren, beban, abracen, sangren, agredan, griten y se
confiesen; es ese último tramo el
que le da sentido a un
recogimiento narrativo que más parecía un callejón sin salida. Lo
curioso es que la tardanza de esa implosión de sensaciones y sentimientos
termina dándole un tono perfecto al reencuentro de la esperanza. Si Lespert no
se hubiera cuidado de mantener el
quietismo de su relato y en lugar de hacerlo muy pronto lo hubiera
adornado con la conmoción del
desespero y la culpa, Vientos contrarios hubiera
quedado reducida a unos de esos pastiches en los que, con tono de
moraleja, a la noche más oscura
siempre le sigue el amanecer más claro.
Vientos contrarios es discretamente optimista. Y es ese tono menor
en su declaración de esperanza la que la hace más convincente y la que termina
dándole la redondez, no siempre evidente y visible a primera vista, de las
buenas películas.
1 comentario:
Acabo de verla, es una pelicula introspectiva con ese giro inesperado que cambia el enfoque y aunque absurdo que un dolor abrumador traiga vientos de esperanza.
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