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Clasificación: Vale la pena
Apenas ahora, cinco años después
de su estreno, llega fugazmente a nuestra cartelera Juego de Escena. Es con ocasión de la Feria del Libro Bogotá 2012 y
por ser Brasil el país anfitrión, que se proyecta esta película del director
brasilero Eduardo Coutinho.
Juego de Escena es un juego inteligente. Juego no en el sentido de la
mera lúdica sino juego en la acepción de un conjunto de elementos
estratégicamente dispuestos para conseguir un resultado. Una compañía de producción publica un aviso
en un diario local convocando a mujeres mayores de 18 años para que relaten sus
vidas, material a partir del cual se proyecta realizar un documental. 83 mujeres atienden el llamado y de
ellas, en junio de 2006, 23 son
filmadas en el teatro Glauce Rocha de Río de Janeiro. Apenas unos meses
después, en septiembre de 2006, un grupo de actrices encarna a estas mujeres reales. Al hacerlo, las actrices - ellas
también mujeres reales – le revelan
al entrevistador el torrente de emociones que les supuso no ser ellas mismas,
las reales que son, sino esas otras mujeres tachonadas por historias reales a las que se había entrevistado y
que ellas, apenas, representaban. Todo esto tiene por escenario la silla de la
entrevistada y, a sus espaldas, el teatro vacío. Coutinho además de
dirigirla fue el guionista de esta
sorprendente e inclasificable película que a punto de entrevistas logra un
entramado donde la verdad se traslapa con la interpretación y en la que uno
nunca sabe bien si lo que ve y oye es un testimonio desgarrador, una actuación
contundente o la inevitable mezcla de ambos.
En Juego de Escena es apenas normal que el espectador experimente una
sensación extraña a lo largo de toda la proyección. Es más, creo que el uno de
los grandes méritos de Juego de Escena
es lograr esa extrañeza sensitiva
en el espectador. A la segunda o tercera entrevista - todas ellas entrelazadas
y entrecortadas - se espera que la
película empiece, que la trama se desate y que arranque a verse, verdaderamente actuada, la historia
fragmentaria y repetitivamente narrada por las entrevistadas. Y eso no sucede.
Lo que sucede es que las entrevistas se anudan para terminar conformando una
extraña hilera de testimonios e interpretaciones. El juego de Coutinho no es el de la historia
que se plantea, desarrolla y remata, sino aquel otro de intersecar los
distintos planos de lo real y lo actuado a través de un puñado de mujeres que
escarban en un pasado, propio o ajeno,
para verbalizar ante la cámara un sentimiento inevitablemente tamizado
por su estado de ánimo y, también, inevitablemente deformado por la presencia
de una cámara que impone siempre, en un mayor o menor grado, una dosis de
fingimiento.
Además de una inteligente e
inusual propuesta cinematográfica, Juego
de Escena es también una respetuosa incursión por un universo femenino
poblado de anhelos y desesperanzas en el que al dolor más agudo lo sucede, sin
explicación alguna, la
incondicional entrega. Todas las entrevistadas, relatando o actuando, son
antes que nada mujeres reales que
expresan sus sentimientos con esa versatilidad multiforme del alma femenina. Es magistral la
forma como Coutinho apenas se insinúa en las escenas. No pregunta. Se limita,
en su rol de entrevistador, a unas
discretas anotaciones que sirven para
que la entrevistada deje aflorar sus talentos y, especialmente, sus
sentimientos.
En una de las entrevistas la
mujer se refiere al llanto. Dice
que la diferencia entre el llanto actoral y el real es que en el primero la
actriz se esfuerza por demostrar que llora a tal punto que la mejor
interpretación es aquella en la que la lágrima, redonda y evidente, termina deslizándose por la mejilla. En
el llanto real, en cambio, la mujer que llora quiere, por sobre todo, esconder
su llanto y por eso contrae sus facciones en ese inútil esfuerzo por evitar que
la lágrima se fugue de sus ojos. Juego de escena es una continua
alternancia entre uno y otro llanto; es, más allá de la transgresión de los
métodos tradicionales de narración, un contrapunteo entre lo real y lo actuado
sirviéndose de un ramillete - que no de un puñado y de paso me corrijo - de
mujeres que rebosan, cada una a su manera, vitalidad, rebeldía, hermosura y
maternidad. A la final poco importa cuales de ellas actuaban y cuales no. Todas
lo hacen pero no por ello fingen; por el contrario, al hacerlo representando a
otras o a sí mismas representándose, vuelven a poner de presente, en medio de todas sus convulsiones
y vicisitudes, que este planeta existe porque ellas tienen el don de engendrar
la vida.
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