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Calificación : Vale la pena
Crecí con los cómics de los
sesenta y de los setenta y eso, de entrada, marca una gran diferencia. Recuerdo la avidez con la que de niño
me dedicaba a leer las aventuras
ilustradas de Batman y Robin. Recuerdo, también recuerdo, esa enorme
frustración que sentí cuando la capa que mis papás me regalaron (obsequio por
comprar un par de tenis marca Croydon) no se extendía como una carpa henchida
cuando yo corría como si lo hacía, espectacular y negrísima, la del hombre
murciélago.
Los cómics con los que crecí
eran, vistos con la distorsión que imprime el paso del tiempo, elementales y
simples. El héroe se enfrentaba al villano y cuando la derrota era inminente,
un inesperado halo de fuerza invertía el orden de los sucesos y el bien, oculto
siempre tras una máscara enigmática, terminaba derrotando a un mal que, aún
maltrecho y herido, dejaba anunciado su regreso.
Mis héroes, los de entonces, eran
seres esencialmente solitarios, serios y circunspectos. El escaso humor de esas
aventuras corría por cuenta de uno que otro malhechor, inteligente y
sarcástico, que siempre se burlaba del rol salvador y por ende algo patético de
sus alados contrincantes. Con esas
imágenes – y con los sentimientos a ellas ligados - me quedé por muchos años hasta que vino el reencauche o ,
mejor, la repotencialización de los héroes de entonces. Así tenía que ser y por
supuesto está bien que así haya sido. Batman no podía seguir siendo el héroe
rollizo de entonces al que siempre lo salvaba, a última hora, un milagroso bati
artefacto. Tenía que sucederlo un Batman apuesto y atlético que entremezclara
el charme del millonario Bruno Díaz
con ese mundo oscuro en el que, siendo apenas un niño, Batman selló su
penumbroso compromiso de luchar contra el mal.
Pese a la avasalladora tecnología
y a las huestes de geeks que esta ha
congregado, yo sigo prefiriendo, remodelados como lo exige el paso del tiempo y
sobre todo como lo piden las nuevas generaciones, el old fashioned de mis héroes de infancia. Me gusta su insobornable
soledad, su adusta seriedad, su incapacidad de amar y esa inconfesable
inconformidad con el rol de super stars
que les tocó afrontar. Debió ser
entonces este anclaje afectivo el que me impidió sumergirme del todo en Los Vengadores, la muy elogiada película de Marvel Studios, con
guión y dirección de Joss Whedon . Los
Vengadores es un derroche de entretención bien lograda que reúne a un
disímil grupo de super héroes
encargados de librar a la ciudad, cual otra sino Nueva York, de la amenaza de un temible enemigo. Durante más de dos horas el espectador
se sentirá abrumado por el desparrame de tecnología y de seguro pasará, como
dicen los españoles, un palomitero buen rato.
Pero más allá de sus atributos de
una buena entretención, Los Aventureros deja
- o al menos a mí me dejó – una sensación de atiborre donde tanta
espectacularidad deja el sinsabor del vacío; un despliegue cuasi ilimitado
donde lo más termina siendo menos. Pareciera una necedad descalificar esta
película por la pobreza de su historia pero es evidente que en Los Vengadores todo el peso narrativo se
dejó en los hombros de sus personajes que más que afrontar su cometido guerrero
lo que hacen es disfrutar la encomienda que se les hizo. Todos ellos lucen
mejor solos que acompañados porque están hechos, lo repito, para la lucha
solitaria. Cuando a mis grandes héroes de la infancia los juntaron bajo el
dudoso rótulo de los Superamigos fue
evidente como la unión lejos de realzar sus virtudes terminó diluyendo su carisma.
Los fanáticos dirán - y razón
quizás no les faltará - que
estamos ante una epopeya básica escrita sin grandilocuencias pero sí con la
precisión emotiva de la fantasía; que esta reunión marveliana de grandes
superhéroes es un crossover frenético
y que el no la haya disfrutado es porque sus tornillos, de tan bien apretados
que están, lo han privado de gozarse este fascinante desvarío. Puede que así sea pero tengo que decir,
a contracorriente de casi todo lo que he leído sobre Los Vengadores, que me pareció, más que una buena película, un
video juego bien amplificado que cumple satisfactoriamente con su objetivo
elemental de entretener pero sin dejar huella alguna. La historia es lineal y
sosa y el esfuerzo por evitar que sus protagonistas se opaquen entre sí termina
dando por resultado un grupo que sobresale por su falta de cohesión. En medio
de esta congregación un tanto
forzada de super estrellas sobresalen sin lugar a dudas Iron Man y Hulk pero no
por que encarnen realmente al héroe que batalla por una gran causa sino porque
tienen la inteligencia, esencialmente humana, de burlarse de sí mismos y de
todos aquellos que los rodean.
Los vengadores es una película para gozársela sin circunloquios
analíticos o intelectuales. Es eso lo que explica su enorme aceptación entre un
público que siempre está dispuesto a rendirse, extasiado, ante unos seres extraordinarios que no
se cansan de luchar contra un enemigo cada vez más sofisticado y creativo.
Personalmente creo que la
verdadera renovación de nuestros queridos super héroes no está en la cantidad de
rayos letales que se disparen en batallas cuasi cósmicas ni, tampoco, en la
banalización, tiznada de humor, de
sus misiones. Creo que su nueva
versión debe apuntar hacia enemigos más discretos y anónimos pero no por eso
menos agresivos y contundentes como pueden serlo, sin duda, aquellos que
llevamos dentro. Mi muy querido Batman es un perfecto ejemplo.
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