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Calificación: Muy recomendada
No es el legendario Steve Mcqueen de Papillon (1973) y de Infierno en la torre (1974). Es el menos conocido, pero quizás más rotundo y contundente, Steve Mcqueen director y guionista de Hunger (2008), la película irlandesa que describe la vida en una cárcel de máxima seguridad en el convulso 1981 cuando el IRA promovió una huelga de hambre. En Shame, su segunda película, Mcqueen explora el insaciable drama de un neoyorquino que vive obsesionado, no con las mujeres, sino con la fugacidad intensa - con la intensidad fugaz - de los encuentros sexuales. Para Brandon Sullivan (Michael Fassbender ) el día - con su noche, por supuesto - gira y se justifica alrededor de la posibilidad de yacer, no importa cual sea ella, con una mujer. Yacer en todas sus acepciones: copular con ella, tenderse con ella y, de alguna manera, también morir con ella.
Shame es explícita y cruda pero nunca vulgar o burda. Si bien sus escenas pueden violentar o agredir lo hacen con tal maestría que después del impacto visual queda el desasosiego propio de ese lenguaje bien manejado que cala hasta las huesos al punto incluso de sentirlos lastimados. La destreza cinematográfica de Mcqueen está tan presente en la perfecta escena de la cena neoyorquina como en las rojizas e impactantes imágenes de Brandon en un bar homosexual. Mcqueen no persigue el aplauso benévolo ni tampoco espera los premios del público. Lo suyo es la inmersión sin condescendencias en un hombre atrapado en sus demonios que ve como ellos lo llevan del éxtasis a la demolición. Lograr esto sirviéndose de muy pocas palabras y, en cambio, de muchos rostros y muchas escenas que llegan a ser incluso lacerantes, es el incuestionable acierto de Shame. La cámara de Mcqueen exprime al punto de hacer sangrar pero no con pretensiones de morbosidad. La oscuridad y la irracionalidad de los laberintos humanos son mostrados por Mcqueen con un lente extremo y amargo que elude eficazmente lo exagerado. Hay demasía justificada, no exceso gratuito.
Shame tiene dos escenas memorables. En la primera Sissy Sullivan (Carey Mulligan), hermana de Brandon, canta New York, New York en un bar. La escuchan su hermano y un amigo. Es un canto lentísimo que paladea cada palabra no con el regocijo turístico que produce la Gran Manzana sino con la vivencia amarga del que sabe como la vida se deshace en cada esquina de esa ciudad, atroz y fascinante. La Mulligan lo revela todo diciendo nada. La canción la destroza pero al hacerlo la enaltece. Eso suele pasarle a esos seres sin destino que por un momento se sobreponen a su ruindad y emergen como dioses fugaces de neón (“ I´m the king of the hill, top of the heap…”) . Eso le pasa a Sussy frente al micrófono cuando afuera la ciudad inmensa es el eco perfecto, amalgama de pavimento y luces, de su interpretación.
La segunda es la comida de Brandon con una compañera de trabajo. Están en un restaurante cualquiera y hablan como lo haría una pareja cualquiera. Es en esta ordinariez donde está la magia de la escena. Mcqueen logra que la cámara parezca ausente, que la escena no transmita ningún mensaje distinto a la aplastante realidad de dos seres, esencialmente desconectados que peso a ello se ansían y entre los cuales se entromete la cotidianidad representada por un mesero indiscreto que insiste en sugerir un pinot noir para la cena. El realismo no se logra, a mi gusto, ni con la inestable cámara del dogma ni con el uso intensivo del plano subjetivo. Lo logra una cámara que capte con todo respeto un suceso sin falsearlo y sin que el mismo se preste a una grandilocuencia fingida o a la transmisión de un mensaje que se sienta sobrepuesto. Una prueba de ello es esta escena en la que, como en la vida real, todo se interpone en la comunicación de dos individuos que comen juntos pese a la insalvable distancia que los separa. La foto que encabeza esta nota pertenece a esa magnífica escena.
Fassbender y Mulligan son contundentes en sus actuaciones. Viéndolo en su soberbia actuación se entiende porque el primero está en las dos películas de Mcqueen y estará también en la tercera (12 years a slave)
Los dejo con Sissy, estremecedora e inmensa, en su New York, New York
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