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Suelo decir que mis favoritas son las películas urbanas y contemporáneas. Con este inocultable esnobismo lo que aspiro a decir es que las películas que prefiero son aquellas cuya trama transcurre, hoy, en una ciudad cualquiera; con esto lo que aspiro a decir es que mi preferencia cinematográfica no está con los relatos de época, ni con las historias rurales ni, especialmente, con la ciencia ficción. Está, en cambio, con esas historias anónimas, simples o desgarradoras, que le suceden a un hombre – o a una mujer - común y corriente, uno de esos o de esas que espera a nuestro lado el cambio del semáforo o que nos da la espalda en la sala de espera de un aeropuerto.
Si el contemporáneo y urbano fuera efectivamente mi gusto cinematográfico nada más distante para satisfacerlo que Juegos del hambre. La última película de Gary Ross se sitúa en Panem, la confederación de doce distritos que reemplazaría, en algún futuro, lo que hoy son los Estados Unidos. Bajo el comando de un poder centralizado cada distrito debe elegir dos representantes, hombre y mujer, que se enfrenten, no sólo con sus rivales de los otros distritos, sino también con su compañero de distrito de forma tal que después de la confrontación sólo quede un vencedor.
Juego del hambre relata esta batalla y su mérito está en que pudendo haberse quedado en un fútil entretenimiento de balas y bellos, optó por una línea mucho más interesante sin descuidar el elemento clave de la emoción sostenida. Para decirlo de otro modo: la película mantiene su vibrato de acción y suspenso pero lo hace sirviéndose de varios factores que impiden que se la sume al paquete comercialoide de las películas para adolescentes .
Juego del hambre relata esta batalla y su mérito está en que pudendo haberse quedado en un fútil entretenimiento de balas y bellos, optó por una línea mucho más interesante sin descuidar el elemento clave de la emoción sostenida. Para decirlo de otro modo: la película mantiene su vibrato de acción y suspenso pero lo hace sirviéndose de varios factores que impiden que se la sume al paquete comercialoide de las películas para adolescentes .
Los juegos del hambre son, entre otras varias cosas, una mofa inteligente y mordaz de esos realities que en un desafortunado momento invadieron nuestras pantallas. La batalla entre los elegidos es transmitida a los distritos donde sus habitantes siguen, tan angustiados como alienados, los pormenores del enfrentamiento. Como lo pretende todo reality algunos de los elegidos se vuelven dioses que, para serlo, necesitan el antagonismo de unos demonios. Es la forma milenaria de asegurar un culto masivo basado siempre en la confrontación entre un mal y un bien. Y, también como en todo reality, hay un conductor que se sustrae de la aventura que viven los elegidos y, a la vez, de la tonta inmersión del público en lo que se le vende - a muy bajo precio - como una realidad. El objetivo perverso es lograr una inversión de las realidades en la que el artificio que se proyecta en las pantallas parezca lo real y, en cambio, la realidad se reduzca a una butaca para verlo. En Los juegos del hambre el conductor nos recuerda al guasón de Batman una suerte de clown provisto de ese empalagoso encanto que serpentea entre la carcajada, la mirada incisiva y una actitud corporal moldeada para atraer, al punto de la manipulación, la atención del público.
El mérito de Los juegos del hambre es servirse del concepto del reality para desnudar sus flaquezas pero, simultáneamente, aprovechar un lenguaje que a todos nos resulta próximo y que, gústenos o no, tiene la magia de entremezclar en la baraja las cartas de nuestra realidad con aquellas otras de una realidad impostada hecha a la medida de nuestros deseos y fantasmas.
La película echa mano de una curiosa combinación de elementos que, lejos de disonar, logra un claro impacto de singularidad y diferenciación. A las atractivas figuras de los jóvenes guerreros, se las contrasta con los estrambóticos personajes que parecieran sacados de un carnaval veneciano. Para la muestra la foto que encabeza esta nota. Aparte del logro estético de estos últimos personajes, su profunda diferencia con los rostros, anónimos y grises, de los espectadores, es brutal.
La congregación de todos estos personajes rompe el molde tradicional de la aventura juvenil y le da a la película una marca propia que abre las puertas a otros públicos usualmente reacios a los crepúsculos quinceañeros. Otro tanto sucede con el contrapunteo escénico entre el lugar selvático donde discurre el enfrentamiento y las salas computadorizadas desde las que se sigue y manipula la aventura. En tanto que el primero jalona el relato, las segundas le sustraen dramatismo a los hechos y le inyectan el ingrediente desestabilizador de la frontera entre la verdad y la mentira. Mayor es este contraste escénico cuando en el auditorio atiborrado los protagonistas de la historia son entrevistados con todo el glamour que exige la televisión. Algo similar pasa con las armas empleadas en el combate. Pudiendo haber sido sofisticados artefactos con rayos de algún tipo, la protagonista emplea el emblemático arco con sus flechas.
La congregación de todos estos personajes rompe el molde tradicional de la aventura juvenil y le da a la película una marca propia que abre las puertas a otros públicos usualmente reacios a los crepúsculos quinceañeros. Otro tanto sucede con el contrapunteo escénico entre el lugar selvático donde discurre el enfrentamiento y las salas computadorizadas desde las que se sigue y manipula la aventura. En tanto que el primero jalona el relato, las segundas le sustraen dramatismo a los hechos y le inyectan el ingrediente desestabilizador de la frontera entre la verdad y la mentira. Mayor es este contraste escénico cuando en el auditorio atiborrado los protagonistas de la historia son entrevistados con todo el glamour que exige la televisión. Algo similar pasa con las armas empleadas en el combate. Pudiendo haber sido sofisticados artefactos con rayos de algún tipo, la protagonista emplea el emblemático arco con sus flechas.
Al final el espectador queda con la equívoca sensación de que la batalla, habiéndose dado, tuvo tantos ingredientes de manipulación mediática que muchas de las cosas que vio obedecieron a la predestinación de un guión efectista y vendedor. Pero también queda en el espectador esa tenue percepción de que en el hombre siempre quedará un reducto que se resistirá al dominio abyecto, a la deshumanización trajeada de entretención.
Ya en Winter´s bone (2010) Jennifer Lawrence nos había demostrado su estirpe actoral. Acá la confirma con un papel más que convincente en el que la belleza emerge de la actitud y no a la inversa como tantas veces sucede en la frágil pasarela por la que desfilan muchas bellas del cine.
Tengo entonces que corregirme: mis favoritas no son las películas contemporáneas y urbanas. Mis favoritas son aquellas películas que, sin importar ni el tiempo ni el espacio escogido, logran contar con convicción e innovación las historias ya conocidas.
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