FITZCARRALDO

FITZCARRALDO
FITZCARRALDO. Werner Herzog. Klaus Kinski

sábado, 27 de noviembre de 2010

Déjame entrar



TÍTULO ORIGINAL Låt den rätte komma in (Let the Right One In)

AÑO 2008 

DURACIÓN 114 min.    

PAÍS    Suecia 

DIRECTOR Tomas Alfredson
GUIÓN John Ajvide Lindqvist 
MÚSICA Johan Söderqvist
FOTOGRAFÍA Hoyte Van Hoytema
REPARTO Kåre Hedebrant, Lina Leandersson, Per Ragnar, Henrik Dahl, Karin Bergquist, Peter Carlberg, Ika Nord, Mikael Rahm, Karl-Robert Lindgren, Anders T. Peedu
PRODUCTORA EFTI
WEB OFICIAL http://www.lettherightoneinmovie.com/
PREMIOS 2009: BAFTA: Nominada a la mejor película extranjera
2009: Premios Goya: Nominada a la mejor película europea
2009: Premios del cine europeo: 3 nominaciones: película, música, premio del público
2008: Festival de Sitges: Gran Premio. Nominada a la mejor película
2008: Festival de Tribeca: Mejor película
2008: Festival de Göteborg: Mejor película, mejor fotografía
2009: Premios Saturn: Mejor película internacional. 3 nominaciones

GÉNERO Fantástico. Drama. Terror. Romance | Vampiros. Amistad. Infancia. Película de culto

Clasificación : Imprescindible

Hay películas a las que vamos movidos por algo que tiene trazos de presentimiento y, también,  marcas de ordinaria curiosidad.  Ha de ser el afán,  el inútil afán por expresar lo inexpresable, el que me lleva a creer que fui a ver Déjame entrar arrastrado por esa perturbadora sensación de que tenía  que verla o, quizás mejor, de que si no la veía me quedaría faltando algo. La privación de lo que nunca se ha tenido provoca, en quien la siente,  una ansia maleable que lo lleva a recrear constantemente aquello que, sin haber nunca existido, siente como perdido. La verdad, esa deslucida verdad que solemos maquillar con el proceso reconstructivo del recuerdo, es que fui a ver Déjame entrar  simplemente porque mi hermano me dijo, sin haberla visto él, que venía precedida de muy buenos comentarios y que  la crítica especializada la consideraba como una de las mejores películas de miedo. Entre la fantasía amañada de creer que la vi. empujado por una suerte de conjuro o la desabrida tesis de que fui, como tantos otras veces, por una recomendación confiable , prefiero pensar, así sea una simple mentira enhebrada por estas palabras,  que llegue a Déjame entrar porque así tenía que ser, porque en mi cadena cinematográfica tenía que estar este singular y sorprendente eslabón.

Déjame entrar es, en el más sentido y elevado de sus significados, un cuento de niños, el cuento de dos niños, dos preadolescentes,  que se encuentran en medio de una ciudad sumida en la blancura de su invierno eterno; dos seres incomprendidos y maltratados que vislumbran, confundiéndolo quizás con el temprano amor, el solaz  de estar con ese otro que nos acepta con nuestros fragilidades y miedos. El, Oskar, es un niño de doce años que para escapar del hostigamiento permanente de sus compañeros de curso se encierra en la fragilidad de su mundo interior: ella, Eli, es también una niña cuyos doce años son una cifra estática tras la cual se oculta la vida atemporal de una vampiresa. La encrucijada de su encuentro es  saber que, no obstante no poder estar juntos, juntos estarán por siempre.

Decir que Déjame entrar es una película de miedo es, por lo menos, inexacto como inexacto es también decir que es una película de amor. Tiene sin embargo mucho más de amor que de miedo o quizás sea más preciso decir que es una historia inusual de amor que provoca también una particular sensación de miedo. A diferencia de las clásicas películas de miedo Déjame entrar no persigue, ni provocar  esos sustos momentáneos ni, tampoco,  sembrar ese desasosiego en el alma que dejan las buenas películas de este género. Tampoco estamos ante el típico relato amoroso que va desde la historia rosa hasta el suplicio de una relación perturbada y destructiva. Déjame entrar es el relato contenido de una posibilidad de amor entre dos seres que desconocen, el uno por edad y la otra por naturaleza,  el sentido ambiguo de lo que pudiera ser el  amar pero que están, el uno respecto del otro, enteramente dispuestos a dar.

Hay que decir con rotunda claridad que Déjame entrar es una película excepcional. La forma como se narra la historia es fascinante. Su ritmo es mesurado pero no lento y lo que pudieran ser sus escenas fuertes, son cuadros de  tono acentuado, nunca exagerado. Mención especial merece Eli, su protagonista. Se trata de un ser que nos envuelve, al punto de un casi inconfesable enamoramiento,  con esa mixtura de ternura, terror, sensualidad y extrañeza. No es una mujer ni es tampoco una niña; no es humana pero se subliman en ella lo mejor y lo peor de nuestra condición. Es inevitable estar con ella y comprenderla en esa condena eterna de necesitar, más allá de cualquier fuerza, sangre humana para atender las demandas naturales de su esencia.

Desde una apreciación estrictamente cinematográfica la película logra un clima sorprendente. Los seres que la pueblan nos resultan  a la vez que extraños y distantes, sorprendentemente próximos y posibles. Las expresiones de comprensión y solidaridad de sus protagonistas son desgarradoras y extremas pero no tienen ni la irrealidad  de la ficción  ni el fatuo de la fantasía. El frío de la ciudad  y la oscuridad que inunda sus días se instalan en nuestras pupilas creando esa atmósfera hipnótica que atraviesa de principio a fin toda la película.

Lo que hace grande a una película es que su historia, cualquiera que ella sea, se cuente de tal forma que nos resulte imposible desprendernos de ella. No es una cuestión  ni de credibilidad, ni de verosimilitud. Ni siquiera, como suele mal entendérsela, de belleza. Se trata de una escasísima congregación de elementos que nos hacen parte de lo narrado, que nos convierten en protagonistas callados capaces de hacer nuestros, acomodándolos como podamos, los sentimientos y sensaciones que la película nos genera.

Yo también le digo a Eli, al oído y sin miedo - o quizás con el deseo - de sus atroces reacciones, que me deje entrar; que me permita perderme por un largo instante en esos ojos que acogen y amenazan, que me deje rozar su piel para volver a entender que el mejor contacto es a veces el que no se da, el que apenas llega a insinuarse. Y sé, también se, que como a Oskar tampoco se me dejará entrar porque es la latencia del deseo y no su consumación la que nos mantiene vivos, la que nos permite amar la diferencia y saber que podemos estar con el otro aun cuando nos separen los abismos de nuestras estrechas posibilidades.

Termino diciendo que anoto a Déjame entrar en el casi inamovible listado de mis películas favoritas.  

No hay comentarios: