TITULO ORIGINAL | Slumdog Millionaire | |||
AÑO | 2008 | Ver trailer externo | ||
DURACIÓN | 120 min. | Trailers/Vídeos | ||
PAÍS | Inglaterra | |||
DIRECTOR | Danny Boyle, Loveleen Tandan | |||
GUIÓN | Simon Beaufoy (Novela: Vikas Swarup) | |||
MÚSICA | A.R. Rahman | |||
FOTOGRAFÍA | Anthony Dod Mantle | |||
REPARTO | Dev Patel, Freida Pinto, Madhur Mittal, Anil Kapoor, Irrfan Khan, Mia Drake | |||
PRODUCTORA | Coproducción Reino Unido-EEUU; Fox Searchlight / Warner Independent / Celador Films / Film4 | |||
WEB OFICIAL | http://slumdog.filmax.com/ |
Clasificación : Muy recomendada
Un humilde muchacho que sirve té en un centro de atención telefónica en la India decide participar en el concurso Quién quiere ser millonario. Elegido como concursante desconcierta al animador y a toda la audiencia por el acierto en todas sus respuestas. Basta verlo para saber que dista mucho del estereotipo intelectual que alardea de su saber. Parece, bien por el contrario, un chiquillo asustado que no mide bien los cientos de miles de rupias, los millones de rupias, que va ganando con sus respuestas y que lo harán, consumándose en él el eterno sueño de tantos, millonario.
Los dueños y los directivos del programa sospechan que algo se ha salido de su control. Se debe ganar hasta donde los indicadores de audiencia lo permitan. De allí en adelante y sobre todo tratándose de un pobre, joven y asustadizo repartidor de té, la explicación de un triunfo tan abrumador no puede ser otra que el fraude. Por esa razón se le pide a la policía que averigüe la verdad antes del día previsto para el programa decisivo en el que el joven concursará por una descomunal suma de rupias. Qué métodos deban emplearse para desenmascarar el aparente engaño importa poco; importa mucho, en cambio, su efectividad. A medida que avanza el inclemente interrogatorio al que someten al inusual concursante, este explica dónde y qué circunstancias aprendió las respuestas dadas. Cada uno de los relatos con los que explica de donde provienen sus respuestas tiene un ritmo impactante y nos muestra una India desgarrada, convulsionada y corrupta. Su aprendizaje no es de libros y aulas, es de las calles de su Mumbay, ciudad atroz y fascinante donde la vida pese a valer tan poco florece indómita, lastimada y esperanzada.
Fue en Mumbay donde conoció, le cuenta a su interrogador, al amor de su vida, a su Latika y es a ella a quien busca a través del programa. Si ella, aficionada como miles al programa, lo ve en la pantalla el reencuentro será posible. Los millones de rupias están allí como una clave, como el acertijo de la fortuna, como una trampa emotiva en la que bien vale la pena caer sin cabeza ni medida.
La idea es genial. No tiene sentido, por supuesto que no lo tiene, filtrar la historia por odioso tamiz de la posibilidad. Que Jamal gane millones de rupias con respuestas aprendidas en la calle es sin duda, desde la fría perspectiva de la probabilidad, un desvarío, una mera ensoñación. Que Jamal estreche entre sus brazos a Latika y al hacerlo silencie el estrépito de un añoso metro es pura y simple fantasía. Pero ni la afrenta contra las reglas de la probabilidad, ni el aparente facilismo del final feliz le quitan a Slumdog millonarie su fascinación, su impronta de espléndida película.
De Slumdog millonaire podrá decirse - y se ha dicho ya - que pudo haber sido una denuncia frenética de los vicios que carcomen la sociedad india y que, al borde de haberlo sido, prefirió quedarse en la opción trillada de la historia rosa de la pareja que se reencuentra en una estación bulliciosa y escenifica, por una instante, la posibilidad del amor feliz. Podrá decirse - y se ha dicho ya - que sucumbió a tan banal tentación y que apenas intentó unos trazos sobre la miseria que bulle en las ciudades de la India. Podrá decirse - y se ha dicho ya - que Slumdog millonaire recurrió a la segura y trillada fórmula del triunfo en el último segundo, del beso esperado, de la belleza, tan artificial como americana, de un escenario multicolor sobre el que se monta una coreografía rítmica y pegajosa. Podrá decirse - y se ha dicho ya - que si las cosas no hubiesen terminado de esa manera sino con un Jamal lastimado y una Latika atrapada por las redes de la corrupción, Slumdog millonaire se hubiera salvado y hubiera sido una buena película.
Yo me atrevo a decir todo lo contrario: que Slumdog millonaire es una buena película, una excelente película, porque no se dejó tentar por el facilismo de hacerlo todo a lo serio, con finales dramáticos o, peor aún, sin finales, con esa suerte de abandonos que dejan en el espectador un incómoda sensacion de engaño. Quien quiere ser millonario es buena porque sin caer en los planos del sentimentalismo vacuo, se atreve a la esperanza y al amor; porque en un ámbito contaminado de supuestas realidades se atreve, de frente, a la ficción porque la entiende, no como un escapismo ingenuo de la realidad sino como un medio eficaz para abordarla y teñirla como saben hacerlo los que para vivirla, a la realidad, la miran y a través de relatos la falsean para hacerla, moldeada con mentiras, más verdadera.
Un humilde muchacho que sirve té en un centro de atención telefónica en la India decide participar en el concurso Quién quiere ser millonario. Elegido como concursante desconcierta al animador y a toda la audiencia por el acierto en todas sus respuestas. Basta verlo para saber que dista mucho del estereotipo intelectual que alardea de su saber. Parece, bien por el contrario, un chiquillo asustado que no mide bien los cientos de miles de rupias, los millones de rupias, que va ganando con sus respuestas y que lo harán, consumándose en él el eterno sueño de tantos, millonario.
Los dueños y los directivos del programa sospechan que algo se ha salido de su control. Se debe ganar hasta donde los indicadores de audiencia lo permitan. De allí en adelante y sobre todo tratándose de un pobre, joven y asustadizo repartidor de té, la explicación de un triunfo tan abrumador no puede ser otra que el fraude. Por esa razón se le pide a la policía que averigüe la verdad antes del día previsto para el programa decisivo en el que el joven concursará por una descomunal suma de rupias. Qué métodos deban emplearse para desenmascarar el aparente engaño importa poco; importa mucho, en cambio, su efectividad. A medida que avanza el inclemente interrogatorio al que someten al inusual concursante, este explica dónde y qué circunstancias aprendió las respuestas dadas. Cada uno de los relatos con los que explica de donde provienen sus respuestas tiene un ritmo impactante y nos muestra una India desgarrada, convulsionada y corrupta. Su aprendizaje no es de libros y aulas, es de las calles de su Mumbay, ciudad atroz y fascinante donde la vida pese a valer tan poco florece indómita, lastimada y esperanzada.
Fue en Mumbay donde conoció, le cuenta a su interrogador, al amor de su vida, a su Latika y es a ella a quien busca a través del programa. Si ella, aficionada como miles al programa, lo ve en la pantalla el reencuentro será posible. Los millones de rupias están allí como una clave, como el acertijo de la fortuna, como una trampa emotiva en la que bien vale la pena caer sin cabeza ni medida.
La idea es genial. No tiene sentido, por supuesto que no lo tiene, filtrar la historia por odioso tamiz de la posibilidad. Que Jamal gane millones de rupias con respuestas aprendidas en la calle es sin duda, desde la fría perspectiva de la probabilidad, un desvarío, una mera ensoñación. Que Jamal estreche entre sus brazos a Latika y al hacerlo silencie el estrépito de un añoso metro es pura y simple fantasía. Pero ni la afrenta contra las reglas de la probabilidad, ni el aparente facilismo del final feliz le quitan a Slumdog millonarie su fascinación, su impronta de espléndida película.
De Slumdog millonaire podrá decirse - y se ha dicho ya - que pudo haber sido una denuncia frenética de los vicios que carcomen la sociedad india y que, al borde de haberlo sido, prefirió quedarse en la opción trillada de la historia rosa de la pareja que se reencuentra en una estación bulliciosa y escenifica, por una instante, la posibilidad del amor feliz. Podrá decirse - y se ha dicho ya - que sucumbió a tan banal tentación y que apenas intentó unos trazos sobre la miseria que bulle en las ciudades de la India. Podrá decirse - y se ha dicho ya - que Slumdog millonaire recurrió a la segura y trillada fórmula del triunfo en el último segundo, del beso esperado, de la belleza, tan artificial como americana, de un escenario multicolor sobre el que se monta una coreografía rítmica y pegajosa. Podrá decirse - y se ha dicho ya - que si las cosas no hubiesen terminado de esa manera sino con un Jamal lastimado y una Latika atrapada por las redes de la corrupción, Slumdog millonaire se hubiera salvado y hubiera sido una buena película.
Yo me atrevo a decir todo lo contrario: que Slumdog millonaire es una buena película, una excelente película, porque no se dejó tentar por el facilismo de hacerlo todo a lo serio, con finales dramáticos o, peor aún, sin finales, con esa suerte de abandonos que dejan en el espectador un incómoda sensacion de engaño. Quien quiere ser millonario es buena porque sin caer en los planos del sentimentalismo vacuo, se atreve a la esperanza y al amor; porque en un ámbito contaminado de supuestas realidades se atreve, de frente, a la ficción porque la entiende, no como un escapismo ingenuo de la realidad sino como un medio eficaz para abordarla y teñirla como saben hacerlo los que para vivirla, a la realidad, la miran y a través de relatos la falsean para hacerla, moldeada con mentiras, más verdadera.
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