TITULO ORIGINAL | Dialogue avec mon jardinier | ||
AÑO | 2007 | ||
DURACIÓN | 109 min. | ||
PAÍS | Francia | ||
DIRECTOR | Jean Becker | ||
GUIÓN | Jean Becker, Jean Cosmos, Jacques Monnet (Novela: Henri Cueco) | ||
MÚSICA | |||
FOTOGRAFÍA | Jean-Marie Dreujou | ||
REPARTO | Daniel Auteuil, Jean-Pierre Darroussin, Fanny Cottençon, Alexia Barlier, Hiam Abbass, Élodie Navarre | ||
PRODUCTORA | ICE3 / K.J.B. Production / Studio Canal / France 2 (FR2) / Rhône-Alpes Cinéma |
Clasificación : Muy recomendada
Las miradas y quizás más que las miradas, es la forma de mirar la que caracteriza una buena actuación. Eso lo prueban, en Conversaciones con mi jardinero, las miradas - el mirar - de sus protagonistas: Jean Pierre Darroussin, el jardinero y Daniel Auteuil, el pintor.
Las miradas y quizás más que las miradas, es la forma de mirar la que caracteriza una buena actuación. Eso lo prueban, en Conversaciones con mi jardinero, las miradas - el mirar - de sus protagonistas: Jean Pierre Darroussin, el jardinero y Daniel Auteuil, el pintor.
Hay una escena en la que ambos están en el jardín: Auteuil frente a su lienzo salpicado de manchas coloridas que pretenden ser el paisaje que lo rodea y a su lado Darroussin mirando los brochazos incipientes. Lo que pintas no es lo que veo a mi alrededor, le dice en sus toscas palabras a Auteuil y este lo mira asombrado, incluso fascinado, por esa honestidad tan elemental. Allí se entrecruzan, sin jamás agredirse, tan opuestas y distantes, esas dos miradas - esos dos mirares - . No las reúne ni el arte, ni la compasión. Las congrega, sin ninguna pretensión, una amistad que se remonta a un salón de clases, a un petardo infantil en una torta de cumpleaños.
La buena actuación no es sólo aquella en la que al personaje se le hace sobresalir por alguna marginalidad; una buena actuación es también aquella que reproduce lo común y corriente, lo casi imperceptible, lo ordinario.
Conversaciones con mi jardinero es la historia del reencuentro de dos amigos. El uno, pintor parisino, desencantado de cuanto le rodea decide volver a su casa de infancia. El otro, jardinero enraizado a la tierra que lo vio nacer y crecer, afronta, mas no enfrenta, los estragos que en su cuerpo dejó toda una vida de operador ferroviario. Un aviso en el que el primero solicita los servicios de un jardinero para su casa y la respuesta del segundo a ese llamado, los reúne nuevamente. La película no es más - y con eso lo es todo - que los encuentros periódicos y los diálogos de estos dos hombres que empiezan, a velocidades y con actitudes muy distintas, el declive de sus vidas.
El cine tiene el don de falsear la vida para desentrañar su más profunda verdad. En la vida real de seguro así no sucedería un reencuentro de estos dos amigos. De hecho es bien improbable que un jardinero de oficio, no de hobby, se reencuentre con un compañero suyo de escuela que ahora es un pintor reputado. Pero incluso si asumiéramos la posibilidad de este reencuentro o de cualquier otro (los amantes de otrora, ahora en el mismo café de entonces; los soldados heridos en el mismo campo de batalla, ahora recluidos en el mismo hogar geriátrico etc.), sucedería de otra forma, sucedería como sucede todo en la cotidianidad que nos circunda, es decir, no como lo muestra el cine, fragmentariamente y desde fuera, sino de una manera plana y continuada y, sobre todo, sin ese visor externo que hace del cine lo que el cine es.
El cine tiene el don de falsear la vida para desentrañar su más profunda verdad. En la vida real de seguro así no sucedería un reencuentro de estos dos amigos. De hecho es bien improbable que un jardinero de oficio, no de hobby, se reencuentre con un compañero suyo de escuela que ahora es un pintor reputado. Pero incluso si asumiéramos la posibilidad de este reencuentro o de cualquier otro (los amantes de otrora, ahora en el mismo café de entonces; los soldados heridos en el mismo campo de batalla, ahora recluidos en el mismo hogar geriátrico etc.), sucedería de otra forma, sucedería como sucede todo en la cotidianidad que nos circunda, es decir, no como lo muestra el cine, fragmentariamente y desde fuera, sino de una manera plana y continuada y, sobre todo, sin ese visor externo que hace del cine lo que el cine es.
A nuestra vida, a esta vida, no la vemos desde fuera y a la vida de los otros si bien desde fuera la vemos, no podemos verla con la peculiar y excepcional forma que emplea el cine.
De la relación entre Dujardin y Dupinceau no tendríamos la misma impresión si realmente los hubiéramos conocido pero por haberlos conocido en la pantalla rescatamos de su relación, proyectado hacia toda relación humana, el valor de esa honestidad ligada siempre a la simplicidad. Por eso no es una exageración decir que el cine, además de entretenernos, nos muestra los hechos como nunca podríamos verlos, nos hace sentir la inmensidad y la pequeñez de otra manera y nos muestra también al ser humano desde una dimensión que no solemos abordar en nuestra cotidianidad. Por eso también somos, no es una exageración decirlo, el cine que hemos visto.
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