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Calificación : Vale la pena
Que me desmientan los biógrafos
y los sicólogos pero yo creo que
una semana bien vivida y bien contada es suficiente para retratar a una
persona. En Mi semana con Marilyn su
director, Simon Curtis, logra
transmitirnos ese desenfado, a la vez irritante y seductor, con el que la emblemática rubia se levantaba, algo atolondrada, cada
día. La semana de la película fue sin duda una semana especial. La Monroe (Michelle Williams) llega a rodar
una película en Londres precedida de su bien merecida fama de diva incumplida e
inmanejable. Llega tomada de
gancho de su esposo Arthur Miller
(Dougray Scott) evidenciando que más allá de la pose para una fotografía, a la
pareja le quedaban muy pocos días. La espera su compañero protagónico Sir Laurence
Olivier (Kenneth Branagh) quien tendrá que sufrirla para así también poder gozarla . Se le
cruzará en el camino Colin Clark
(Eddie Redmayne) un despistado muchacho que encontró en el rol de utilero la
manera de meterse en los intríngulis de la producción de una película.
Semana suficiente para acercarnos al ícono
cinematográfico porque durante ella su matrimonio se resquebraja; suficiente
porque en esos días su talento se tambalea y porque su belleza muestra sus impurezas;
suficiente porque las drogas se esparcen sobre la mesa y porque la flecha de la
ruleta se detendrá en ese utilero de paso que por esa semana fue, con toda la
intensidad y también con toda la ingenuidad del término, el novio de Marilyn
Monroe.
Mi semana con Marilyn es una película que se ajusta muy bien a sus
pretensiones. Curtis no persiguió con ella ni una exhaustiva biografía de la
leyenda ni, tampoco, una densa inmersión en el drama que fue la comedia de su
vida. Mi semana con Marilyn es, como
ella, algo ligera pero con esa
ligereza que tiene el don de
perturbar todo aquello que roza. La Monroe tuvo ese inexplicable encanto
de ser la más bella sin serlo; de ser la más sensual sin serlo y de atraer
hacia su centro, sin mayor talento, todas las cámaras que la miraran. Ese es y ese será por siempre el
fenómeno Marilyn Monroe.
Sin mayores ambiciones pero sí
con muchos aciertos lo que logra Curtis es un acercamiento, más de provocación que de profundización, al ídolo. La Monroe fue siempre un vientecillo
ligero y torpe al que solo detenía – y eternizaba – el flash de la cámara
fotográfica. Esa mezcla de lo
etéreo con lo permanente se logra muy bien
en Mi semana con Marilyn alternando la imagen estática de la fotografía con el curso de la película .
Lo fascinante de la Monroe era que a su banalidad la completaba un aura involuntaria de atracción y deseo. Ella no se lo proponía, simplemente le surgía. Esta mezcla desconcertante de no me doy cuenta pero sé que el mundo se derrumba a mi paso, está perfectamente representada en Mi semana con Marilyn. Michelle William lo hace con la espontaneidad que la tarea requería. La actriz captó de la diva ese sonambulismo causado por las drogas y, especialmente, por ese no pertenecer a este mundo y saber que con un guiño o con un dedo en la boca lo tenía a sus pies.
Lo fascinante de la Monroe era que a su banalidad la completaba un aura involuntaria de atracción y deseo. Ella no se lo proponía, simplemente le surgía. Esta mezcla desconcertante de no me doy cuenta pero sé que el mundo se derrumba a mi paso, está perfectamente representada en Mi semana con Marilyn. Michelle William lo hace con la espontaneidad que la tarea requería. La actriz captó de la diva ese sonambulismo causado por las drogas y, especialmente, por ese no pertenecer a este mundo y saber que con un guiño o con un dedo en la boca lo tenía a sus pies.
Mi semana con Marilyn es
una mirada de quien estuvo cerca de ella y, por ello, con la distorsión inevitable que causa
tal proximidad. Una semana con la Monroe obnubila, decepciona, intriga,
desconcierta y enamora porque estar con ella es darse cuenta que su cercanía es
un engaño, que su belleza es un
fingimiento supremo, que su voz
tiene la condena del eco, que la hemos inventado y sublimado a partir de un
deseo insatisfecho y que lo que en ella vemos es apenas la luminiscencia de lo
que nunca estuvo. No en vano es, en toda la extensión del término, una
estrella.
Nota a deshoras: y si nos quedamos viéndola un rato....
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