FITZCARRALDO

FITZCARRALDO
FITZCARRALDO. Werner Herzog. Klaus Kinski

domingo, 22 de abril de 2012

JUEGO DE ESCENA



TÍTULO ORIGINALJogo de cena
AÑO2007
DURACIÓN100 min
PAÍS
DIRECTOREduardo Coutinho
GUIÓNEduardo Coutinho
MÚSICA
FOTOGRAFÍAJacques Cheuiche
REPARTODocumentaryMarília PêraAndrea BeltrãoFernanda TorresAleta Gomes Vieira,
Claudiléa Cerqueira de LemosDébora AlmeidaGisele Alves MouraJeckie Brown,
Lana Guelero,Maria de Fátima BarbosaMarina D'EliaMary Sheila,
Sarita Houli Brumer
PRODUCTORAMatizar / VideoFilmes
GÉNERODocumental | Cine experimental

Clasificación: Vale la pena

Apenas ahora, cinco años después de su estreno, llega fugazmente a nuestra cartelera Juego de Escena. Es con ocasión de la Feria del Libro Bogotá 2012 y por ser Brasil el país anfitrión, que se proyecta esta película del director brasilero Eduardo Coutinho. 

Juego de Escena es un juego inteligente. Juego no en el sentido de la mera lúdica sino juego en la acepción de un conjunto de elementos estratégicamente dispuestos para conseguir un resultado. Una  compañía de producción publica un aviso en un diario local convocando a mujeres mayores de 18 años para que relaten sus vidas, material a partir del cual se proyecta realizar un documental.  83 mujeres atienden el llamado y de ellas, en junio de 2006,  23 son filmadas en el teatro Glauce Rocha de Río de Janeiro. Apenas unos meses después, en septiembre de 2006, un grupo de actrices encarna a estas mujeres reales. Al hacerlo, las actrices - ellas también mujeres reales – le revelan al entrevistador el torrente de emociones que les supuso no ser ellas mismas, las reales que son, sino esas otras mujeres tachonadas por historias reales a las que se había entrevistado y que ellas, apenas, representaban. Todo esto tiene por escenario la silla de la entrevistada y, a sus espaldas, el teatro vacío. Coutinho además de dirigirla fue el guionista de esta sorprendente e inclasificable película que a punto de entrevistas logra un entramado donde la verdad se traslapa con la interpretación y en la que uno nunca sabe bien si lo que ve y oye es un testimonio desgarrador, una actuación contundente o la inevitable mezcla de ambos.

En Juego de Escena es apenas normal que el espectador experimente una sensación extraña a lo largo de toda la proyección. Es más, creo que el uno de los grandes méritos de Juego de Escena  es lograr esa extrañeza sensitiva en el espectador. A la segunda o tercera entrevista - todas ellas entrelazadas y entrecortadas -  se espera que la película empiece, que la trama se desate y que arranque a verse, verdaderamente actuada, la historia fragmentaria y repetitivamente narrada por las entrevistadas. Y eso no sucede. Lo que sucede es que las entrevistas se  anudan para terminar conformando una extraña hilera de testimonios e interpretaciones. El juego de Coutinho no es el de la historia que se plantea, desarrolla y remata, sino aquel otro de intersecar los distintos planos de lo real y lo actuado a través de un puñado de mujeres que escarban en un pasado, propio o ajeno,  para verbalizar ante la cámara un sentimiento inevitablemente tamizado por su estado de ánimo y, también, inevitablemente deformado por la presencia de una cámara que impone siempre, en un mayor o menor grado, una dosis de fingimiento.

Además de una inteligente e inusual propuesta cinematográfica, Juego de Escena es también una respetuosa incursión por un universo femenino poblado de anhelos y desesperanzas en el que al dolor más agudo lo sucede, sin explicación alguna, la  incondicional entrega.   Todas las entrevistadas, relatando o actuando, son antes que nada mujeres reales que expresan sus sentimientos con esa versatilidad multiforme  del alma femenina. Es magistral la forma como Coutinho apenas se insinúa en las escenas. No pregunta. Se limita, en su rol de entrevistador,  a unas discretas anotaciones que sirven  para que la entrevistada deje aflorar sus talentos y, especialmente, sus sentimientos.

En una de las entrevistas la mujer  se refiere al llanto. Dice que la diferencia entre el llanto actoral y el real es que en el primero la actriz se esfuerza por demostrar que llora a tal punto que la mejor interpretación es aquella en la que la lágrima,  redonda y evidente, termina deslizándose por la mejilla. En el llanto real, en cambio, la mujer que llora quiere, por sobre todo, esconder su llanto y por eso contrae sus facciones en ese inútil esfuerzo por evitar que la lágrima se fugue de sus ojos.  Juego de escena es una continua alternancia entre uno y otro llanto; es, más allá de la transgresión de los métodos tradicionales de narración, un contrapunteo entre lo real y lo actuado sirviéndose de un ramillete - que no de un puñado  y de paso me corrijo -  de mujeres que rebosan, cada una a su manera, vitalidad, rebeldía, hermosura y maternidad. A la final poco importa cuales de ellas actuaban y cuales no. Todas lo hacen pero no por ello fingen; por el contrario, al hacerlo representando a otras o a sí mismas representándose,  vuelven a poner de presente, en medio de todas sus convulsiones y vicisitudes, que este planeta existe porque ellas tienen el don de engendrar la vida.

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martes, 10 de abril de 2012

LOS JUEGOS DEL HAMBRE



TÍTULO ORIGINALThe Hunger Games
AÑO2012
DURACIÓN142 min
PAÍSEstados Unidos
DIRECTORGary Ross
GUIÓNNovela: Suzanne Collins
MÚSICAJames Newton Howard, T-Bone Burnett
FOTOGRAFÍATom Stern
REPARTOJennifer LawrenceElizabeth BanksStanley TucciJosh HutchersonLiam Hemsworth,
 Woody HarrelsonDonald SutherlandToby JonesLenny Kravitz,
Wes BentleyPaula Malcomson,Isabelle Fuhrman
PRODUCTORALionsgate
WEB OFICIALhttp://www.thehungergamesmovie.com
GÉNEROCiencia ficción | Thriller futurista


Calificación: Vale la pena


Suelo decir que mis favoritas son las películas urbanas y contemporáneas. Con este inocultable esnobismo  lo que aspiro a decir es que las películas que prefiero son aquellas cuya trama transcurre, hoy, en una ciudad cualquiera; con esto lo que aspiro a decir  es que mi preferencia cinematográfica no está con los relatos de época, ni con las historias rurales ni, especialmente, con la ciencia ficción. Está, en cambio, con esas historias anónimas, simples o desgarradoras, que le suceden a un hombre – o a una mujer -  común y corriente, uno de esos o de esas que espera a nuestro lado el cambio del  semáforo  o que nos da la espalda en la sala de espera de un aeropuerto.

Si el contemporáneo y urbano fuera efectivamente mi gusto cinematográfico nada más distante para satisfacerlo que Juegos del hambre.  La última película de Gary Ross se sitúa en Panem, la confederación de doce distritos que reemplazaría, en algún futuro, lo que hoy son los Estados Unidos. Bajo el comando de un poder centralizado cada distrito debe elegir dos representantes, hombre y mujer, que se enfrenten, no sólo con sus rivales de los otros distritos, sino también con su compañero de distrito de forma tal que después de la confrontación sólo quede un vencedor. 


Juego del hambre relata esta batalla y su mérito está en que pudendo haberse quedado en un fútil entretenimiento de balas y bellos, optó por una línea mucho más interesante sin descuidar el elemento clave de la emoción sostenida. Para decirlo de otro modo: la película mantiene su vibrato de acción y suspenso pero lo hace sirviéndose de varios factores que impiden que se la sume al paquete comercialoide de las películas para adolescentes .

Los juegos del hambre son, entre otras varias cosas, una mofa inteligente y mordaz de esos realities que en un desafortunado momento invadieron nuestras pantallas. La batalla entre los elegidos es transmitida a los distritos donde sus habitantes siguen, tan angustiados como alienados, los pormenores del enfrentamiento. Como lo pretende todo reality algunos de los elegidos se vuelven dioses que, para serlo, necesitan  el antagonismo de unos demonios. Es la forma milenaria de asegurar un culto masivo basado siempre en la confrontación entre un mal y un bien. Y, también como en todo reality, hay un conductor que se sustrae de la aventura que viven los elegidos y, a la vez, de la tonta inmersión del público en lo que se le vende -  a muy bajo precio - como una realidad. El objetivo perverso es lograr una inversión de las realidades en la que el artificio que se proyecta en las pantallas parezca lo real y, en cambio, la realidad se reduzca a una butaca para verlo. En Los juegos del hambre el conductor nos recuerda al guasón de Batman una suerte de clown provisto de ese empalagoso encanto que serpentea entre la carcajada, la mirada incisiva y una actitud corporal moldeada para atraer, al punto de la manipulación, la atención del público.  

El mérito de Los juegos del hambre es servirse del concepto del reality para desnudar sus flaquezas pero, simultáneamente, aprovechar un lenguaje que a todos nos resulta próximo y que, gústenos o no, tiene la magia de entremezclar en la baraja las cartas de nuestra realidad con aquellas otras de una realidad impostada hecha a la medida de nuestros deseos y fantasmas.

La película echa mano de una curiosa combinación de elementos que, lejos de disonar, logra un claro impacto de singularidad y diferenciación. A las atractivas figuras de los jóvenes guerreros, se las contrasta con los estrambóticos personajes que parecieran sacados de un carnaval veneciano. Para la muestra la foto que encabeza esta nota.  Aparte del logro estético de estos últimos personajes, su profunda diferencia con los rostros, anónimos y grises, de los espectadores, es brutal. 


La congregación de todos estos personajes rompe el molde tradicional de la aventura juvenil y le da a la película una marca propia que abre las puertas a otros públicos usualmente reacios a los crepúsculos quinceañeros. Otro tanto sucede con el contrapunteo escénico entre el lugar selvático donde discurre el enfrentamiento  y las salas computadorizadas desde las que se sigue y manipula la aventura. En tanto que el primero jalona el relato, las segundas le sustraen dramatismo a los hechos y le inyectan el ingrediente desestabilizador de la frontera entre la verdad y la mentira. Mayor es este contraste escénico cuando en el auditorio atiborrado los protagonistas de la historia son entrevistados con todo el glamour que exige la televisión. Algo similar pasa con las armas empleadas en el combate. Pudiendo haber sido sofisticados artefactos con rayos de algún tipo, la protagonista emplea el emblemático arco con sus flechas.   

Al final el espectador queda con la equívoca sensación de que la batalla, habiéndose dado, tuvo tantos ingredientes de manipulación mediática que muchas de las cosas  que vio obedecieron a la predestinación  de un guión efectista y vendedor.  Pero también queda en el espectador esa tenue percepción de que en el hombre   siempre quedará un reducto que se resistirá al dominio abyecto, a la deshumanización trajeada de entretención.

Ya en Winter´s bone (2010) Jennifer Lawrence nos había demostrado su estirpe actoral. Acá la confirma con un papel más que convincente en el que la belleza emerge de la actitud y no a la inversa como tantas veces sucede en la frágil pasarela por la que desfilan muchas bellas del cine.

Tengo entonces que corregirme: mis favoritas no son las películas  contemporáneas y urbanas. Mis favoritas  son aquellas películas que, sin importar ni el tiempo ni el espacio escogido,  logran contar con convicción e innovación las historias ya conocidas. 







viernes, 6 de abril de 2012

SHAME




TÍTULO ORIGINALShame
AÑO2011
DURACIÓN99 min
PAÍSReino Unido
DIRECTORSteve McQueen
GUIÓN

Steve McQueen, Abi Morgan
MÚSICAHarry Escott
FOTOGRAFÍASean Bobbitt
REPARTOMichael FassbenderCarey MulliganJames Badge DaleNicole BeharieJake Richard Siciliano,
Hannah WareAlex ManetteChris MiskiewiczJay FerraroAnna Rose HopkinsEric Miller
PRODUCTORAFilm4 / UK Film Council / See-Saw Films
PREMIOS2011: Festival de Venecia: Copa Volpi al Mejor actor (Fassbender), Premio FIPRESCI
2011: Premios BAFTA: Nominada a mejor film británico y actor (Fassbender)
2011: Globos de Oro: Nominada a Mejor actor dramático (Fassbender)
2011: Festival de Sevilla: Mejor director, mejor actor (Michael Fassbender) (ex-aequo)
2011: Satellite Awards: 6 nominaciones, incluyendo mejor película y director
2011: Independent Spirit Awards: Nominada a Mejor película extranjera
2011: British Independent Film Awards: Mejor actor (Fassbender). 6 nominaciones.
2011: Asociación de Críticos de Los Angeles: Mejor actor (Michael Fassbender)
2011: Critics Choice Awards: Nominada a mejor actor (Fassbender) y actriz sec. (Mulligan)
GÉNERODrama | Erótico


Calificación: Muy recomendada

No es el legendario Steve Mcqueen de Papillon (1973) y de Infierno en la torre (1974).  Es el menos conocido, pero quizás más rotundo y contundente, Steve  Mcqueen director y guionista de Hunger (2008), la película irlandesa que describe la vida en una cárcel de máxima seguridad en el convulso 1981 cuando el IRA promovió una huelga de hambre.  En Shame, su segunda película, Mcqueen explora el insaciable drama de un neoyorquino que vive obsesionado, no con las mujeres, sino con la fugacidad intensa - con la intensidad fugaz -  de los encuentros sexuales. Para Brandon Sullivan (Michael Fassbender ) el día - con su noche, por supuesto - gira y se justifica alrededor de la posibilidad de yacer, no importa cual sea ella,  con una mujer. Yacer en todas sus acepciones: copular con ella,  tenderse con ella y, de alguna manera, también morir con ella.

Shame es explícita y cruda pero nunca vulgar o burda. Si bien sus escenas pueden violentar o agredir lo hacen con tal maestría que después del impacto visual queda el desasosiego propio de ese lenguaje  bien manejado que cala hasta las huesos al punto incluso de sentirlos lastimados.  La destreza cinematográfica de Mcqueen está tan presente en la perfecta escena de la cena neoyorquina como en las rojizas e impactantes imágenes de Brandon en un bar homosexual. Mcqueen no persigue el aplauso benévolo ni tampoco espera los premios del público. Lo suyo es la inmersión sin condescendencias en un hombre atrapado en sus demonios que ve como ellos lo llevan del éxtasis a la demolición. Lograr esto sirviéndose de muy pocas palabras y, en cambio, de muchos rostros y muchas escenas que llegan a ser incluso lacerantes, es el incuestionable acierto de Shame. La cámara de Mcqueen exprime al punto de hacer sangrar pero no con pretensiones de morbosidad. La oscuridad y la irracionalidad de los laberintos humanos son mostrados por Mcqueen con un lente extremo y amargo que elude eficazmente lo exagerado. Hay demasía justificada, no exceso gratuito.

Shame tiene dos escenas memorables. En la primera  Sissy Sullivan (Carey Mulligan), hermana de Brandon, canta New York, New York en un bar. La escuchan su hermano y un amigo. Es un canto lentísimo que paladea cada palabra no con el regocijo turístico que produce la Gran Manzana sino con la vivencia amarga del que sabe como la vida se deshace en cada esquina de esa ciudad, atroz y fascinante.  La  Mulligan lo revela todo diciendo nada. La canción la destroza pero al hacerlo la enaltece. Eso suele pasarle a esos seres sin destino que por un momento se sobreponen a su ruindad y emergen como dioses fugaces de neón (“ I´m the king of the hill, top of the heap…”) . Eso le pasa a Sussy frente al micrófono cuando afuera la ciudad inmensa es el eco perfecto,  amalgama de pavimento y luces, de su interpretación.

La segunda es la comida de Brandon con una compañera de trabajo. Están en un restaurante cualquiera y hablan como lo haría una pareja cualquiera. Es en esta ordinariez donde está la magia de la escena. Mcqueen logra que la cámara parezca ausente, que la escena no transmita ningún mensaje distinto a la aplastante realidad de dos seres, esencialmente desconectados que peso a ello se ansían y entre los cuales se entromete la cotidianidad representada por un mesero indiscreto que insiste en sugerir un pinot noir  para la cena. El realismo no se logra, a mi gusto, ni con la inestable cámara del dogma ni con el uso intensivo del plano subjetivo. Lo logra una cámara que capte con todo respeto un suceso sin falsearlo y sin que el mismo se preste a una grandilocuencia fingida o a la transmisión de un mensaje que se sienta sobrepuesto. Una prueba de ello es esta escena en la que, como en la vida real,  todo se interpone en la comunicación de dos individuos que comen juntos pese a la insalvable distancia que los separa. La foto que encabeza esta nota pertenece a esa magnífica escena.

Fassbender y Mulligan son contundentes en sus actuaciones. Viéndolo en su soberbia actuación se entiende porque el primero está en las dos películas de Mcqueen y estará también en la tercera (12 years a slave)



Shame es una de esas películas que no se repiten. Como logra con maestría su propósito de zarandearnos, basta con verla una vez. Al que sí hay que volver a ver es a Mcqueen un director británico precedido ya por dos películas que tienen un personalísimo sello de autenticidad y honestidad. 

Los dejo con Sissy, estremecedora e inmensa, en su New York, New York