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Clasificación: Muy recomendada
En la escuela (entrañable palabra
que rebasa en significado y resonancia al colegio, al instituto o al liceo) se
dan cita una serie de microuniversos que se intersecan dejándose recíprocas
huellas. Está el microuniverso de cada muchacho: expectante, convulso, crítico,
inexperto, auténtico y temeroso; está el microuniverso del maestro : generoso,
desarraigado, irreal y vanidoso; está el microuniverso de todos y cada uno de
los que orbitan alrededor del binomio sagrado que conforman profesor y alumno: los
padres, el contador, las secretarias, el administrador, los cocineros, el sicólogo, la enfermera y el jardinero,
microuniversos, estos últimos, discretos, un tanto anónimos, un tanto secretos.
La escuela está hecha para que
estos microuniversos se entrecrucen y para que sea de ese constante roce que
aprendan a girar sobre sus propios ejes. La formación de los muchachos es el
eje central de toda institución educativa pero esta intención no opaca el
proceso que viven todos aquellos cuyos días transcurren en esa irrealidad, tan
hondamente real, que es la vida escolar.
El profesor Lazhar es una tentativa lograda. Tentativa porque la
cámara que mira siempre será - y no más que eso podrá ser – un
acercamiento a la historia
relatada. Lograda porque pese a
ser una aproximación alcanza una muy bien medida dosis de transmisión y
conmoción. En este caso se trata
de una escuela en la que una maestra se suicida colgándose en su propio salón
de clase. Dos de sus alumnos presencian la escalofriante escena y es ese hecho
el que habrá de asomarlos o, mejor, empujarlos, a una realidad que en circunstancias normales les habría
sido totalmente ajena y remota: la posibilidad siempre latente de la muerte. El
señor Lazhar, un profesor argelino, se ofrece para llenar la vacante. No sin cierta vacilación la institución lo recibe y es así
como comienza un viaje lleno de
bifurcaciones que conducen, las unas, a las almitas de unos jóvenes que
empiezan a experimentar el sufrimiento consustancial a la existencia humana,
las otras a sus compañeros de oficio y las últimas, introspectivas, a su propio mundo plagado de
incertidumbres e injusticias.
No estamos ante una nueva
denuncia de lo que sucede en el aula de clase, ni estamos tampoco ante una de
esas desgarradoras denuncias cinematográficas que nos muestran que las
atrocidades no necesariamente tienen que darse en los campos de guerra, en las
esquinas oscuras o en los cinturones de miseria de nuestras ciudades; que
también pueden darse el curso de la escuela, ese espacio ingenuo donde un puñado de personas persigue, o
debiera perseguir al menos, un ascenso en el conocimiento humano. Lo que nos propone El profesor Lazhar es otra cosa . Es, pienso y siento yo, la reivindicación de la ruta simple
del enseñar y el aprender. La escuela, no importa cuales sean sus
circunstancias y sus dificultades, siempre debiera ser un escenario lúdico que trajee
de entretención el aprendizaje. Lo que hace el señor Lazhar, soberbiamente
interpretado por Mohamed Fellag, es servirse de una situación extrema para enaltecer el
valor olvidado que en el proceso de formación tienen la timidez, la simpleza y la sencillez.
Su director, Philippe
Falardeau, logra un tejido narrativo cuasi perfecto. El suicidio de la maestra
es, visualmente, apenas una toma.
De los niños no hay manipulación alguna. En escala, ni héroes ni
villanos; sin escalas, seres humanos que
temprano se tropiezan con esa realidad de preguntas sin respuestas. El
profesor ni es redentor , ni es ídolo; es apenas - y eso es lo es todo -
alguien que les hace saber a sus alumnos que crecer es un proceso, tan gozoso
como doloroso y que la mejor manera de quedarse es saber despedirse.
En las escuelas franco parlantes se le
dice a los profesores monsieur,
señor. El título original de la película es Monsieur
Lazhar. No hay homenaje más discreto, sentido y profundo que llamar señor o señora a aquel que nos enseña. Por la forma como llega a la escuela, por el pasado que lo
acompaña, por la manera como sin invadirlos rodea y abraza a sus alumnos y por
la coherencia entre lo que es y lo que enseña, este profesor Lazhar merece que
se le llame, con toda la significación del término, monsieur Lazhar.
1 comentario:
Gracias por su aporte cinéfilo.
En Costa Rica no hay mucha tradición bloguera, por eso muchos abandonan los blogs que abren, pero yo sigo terco...
Lo invito a que pase a mi blog y lea lo del apocalíptico 666. Gracias.
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