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Cómo puede una película ponernos
de frente ante seres humanos que tanto se nos parecen? Pareciera suficiente asegurar un buen reparto, un guión
convincente y unas locaciones adecuadas. Para lo demás bastaría una cámara
asertiva que captara, sin excesos pero también sin faltas, la historia y el
talante de los personajes que se nos quieren transmitir. Sin embargo no basta
todo esto para que sintamos como espectadores - como se siente en Una separación - que esos seres que
vemos en la pantalla son inquietantemente reales. No son héroes, ni tampoco son
villanos. Se limitan a ser quienes
son ante unas situaciones críticas que hacen aflorar en ellos, lo mejor y lo
peor de su ordinaria condición humana. Ha de ser talvez la forma como se ensamblan entre sí las piezas
argumentales la que provoca esa
indescriptible sensación de estar, no ante hechos reales, pero sí ante una
forma muy real, muy humana, de afrontar unos determinados hechos. Pero es sobre
todo esa clara determinación de abandonar lo bullicioso, lo fingido, lo ideal y
lo emotivo, lo que le confiere a este tipo de relatos su elemento diferencial. Una separación es, en sentido, una pieza
cinematográfica magistral.
El matrimonio conformado por Nader (Peyman
Moaadi) y Simin (Leila Hatami) atraviesa una profunda crisis . Como ella no encontró en él el respaldo
para irse juntos de Irán en búsqueda de una mejor fortuna, Simin propone una separación formal
. Nader se opone y defiende con obstinación la causa de
su permanencia en su país y, más que en este, en su hogar. Según él, su
lugar es al lado de su padre a
quien debe acompañar en el
padecimiento de un Alzheimer que
lo ha encerrado en un mundo de fantasmas y silencio . En medio de los dos y de
sus obcecados razonamientos de disputa, su única hija se encierra, aún más de lo ordinario, en los incomprendidos resguardos de la adolescencia. Un enfrentamiento de Nader con la mujer que le ayuda a cuidar a
su padre y a quien se vio forzado a contratar ante el abandono de su mujer, desencadenará un serie de eventos que
habrán de desnudar las muy distintas e inesperadas consecuencias de la
ruptura.
Una
separación es más la descripción de todo lo que trae consigo este tipo de
rompimiento que una profundización sicológica en sus causas. A raíz del
accidente de su empleada, Nader y toda su resquebrajada familia se ven
envueltos en la maraña de un sistema judicial cuya precariedad queda
sintetizada en un juez que imparte justicia como si de comerciar en un mercado
persa se tratase. En medio de esta situación Asghar Farhadi nos muestra una
Irán despojada de las falsedades que siempre nos transmiten las imágenes
mediáticas; una Irán más convulsionada por los micro conflictos
de sus habitantes que por los vaivenes de la política internacional.
La fascinante de Una separación es la caracterización de todos y cada uno de sus
personajes. Los hechos los culpan
a todos y a todos se les puede, de alguna manera, exculpar frente a ellos.
Nader tiene razón en querer acompañar a un anciano frágil que si bien
quizás ya no lo reconoce como hijo, él sí lo reconoce como padre; uno entiende a Simin en su maternal y
también femenino afán de procurarle a su familia y procurarse a sí misma, un
entorno más promisorio. Y también podemos hacer nuestras otras causas que muestra la película: la del esposo de la empleada de Nader con un temperamento inestable y agresivo pero cuya desesperación se entiende viéndolo impotente ante los vericuetos de un sistema judicial que lo avasalla, La otra, la de una adolescente obligada a decidir
entre unos padres que ingenuamente acuden a la mentira para justificar sus comportamientos. Provistos todos ellos de unas razones
que por propias las creen irrefutables, se entrelazan en unos enfrentamientos
que más allá de toda frontera
cultural, geográfica o ideológica, lo que hacen es llevarnos ante el espejo, para así reconocer el claroscuro de nuestra condición humana. Eso somos. Seres aferrados a esperanzas propias que más
de una vez obramos, sin darnos apenas cuenta, como marionetas de unas razones
pasajeras a las que nos empeñamos en darles el dudoso pasaporte de la verdad.
Con un tono sobrio, Una
separación logra un retrato perturbadoramente exacto del hombre que somos. El cine nos ha mal enseñado a
las caracterizaciones retocadas del ser humano. Malos perversamente malos o
buenos de bondad caricaturesca. Y somos otros. Somos los Nader y los Simin que
sobrellevamos a diario nuestra existencia aferrados a esas precarias razones -
armazón de verdades y mentiras - que hemos moldeando como nuestras y en las que
se dan cita, como en la canción, cosas santas y, también, cosas mundanas.
1 comentario:
Le tengo respeto y admiración al cine iraní. Por su riqueza conceptual y por sus expresivas maneras para narrar. Me convencen los directores iraníes: los que hacen cine en Irán o los que han optado por el exilio por razones políticas. A Irán, los países occidentales, con Estados Unidos a la cabeza, lo acusan de muchas cosas. Yo solo lo acuso de hacer muy buen cine. Ahora, en Costa Rica, el estreno de la película Una separación (2011), de Asghar Farhadi, solo viene a confirmar mi opinión. Escrita por el propio director, la historia de esta película es profundo reflejo del drama familiar pasado entre situaciones políticas, convicciones religiosas, condiciones económicas y motivaciones humanas. Es muy fino el bisturí que usa el director Asghar Farhadi.Con personajes muy bien delineados, perfectamente definidos, esculpidos desde la esencia misma de lo humano, las actuaciones son sorprendentes. El desarrollo de los diálogos es vibrante, inteligente y comprometido. La casi total ausencia de música los refuerza: opción riesgosa. Es parte de una película vitalista, movida por las energías de sus propios personajes. Una separación es película que ningún cinéfilo, ninguno, puede pasar por alto. Verla es un privilegio
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