|
Clasificación : Buen plan
Cuando el cine se mete con los grandes
desastres que provoca la naturaleza o la conducta humana, el resultado suele
ser, cinematográficamente hablando, un desastre más. Traigo a colación como
pequeña pero significativa muestra, La aventura del Poseidón (1972) de Ronald Neame, Terremoto (1974) de Mark Robson, Meteoro (1979) donde repite Neame y la
tan celebrada Titanic (1997) de James
Cameron.
El cine catastrofista o el disaster
film tiene por lo general una estructura simple y básica: al evento
catastrófico, para evitarlo o para afrontar sus consecuencias, lo encara
un anti-héroe o un puñado de
anti-héroes. Ciudadanos de a pie, seres
comunes y corrientes que de pronto
se topan, realzada su indefensión,
con la tierra crujiente, con la ola descomunal, con las llamas
imbatibles, con la desmesura de la tormenta o con el avasallador cuerpo
estelar. Es ante esas fuerzas
incontenibles que emerge la insospechada valentía de unos seres a los que la
ruleta de la vida pone en unos trances que bordean la más fantasiosa de las
ficciones. Al final queda claro que si bien la naturaleza es soberbia y todo
poderosa, no menos claro es que el hombre es capaz de sacar fortalezas y
enterezas que lo hacen capaz de afrontar, en defensa propia y de los
suyos, la adversidad más extrema.
En este cine se suele echar mano de grandes estrellas para que representen a
esas víctimas valerosas que desde muy temprano atenúan sus bellezas con heridas
en el rostro, con sus pelos empapados y, siempre, con la mirada anegada en la
angustia y en el miedo. Es una forma distinta de presentarnos a los bellos,
disfrazados con esas tragedias que repletan las salas de cine porque indudable
y morbosamente la hecatombe siempre nos atrae y más ahora cuando , de la mano
con el 3D, las olas o los escombros parecen reventar en nuestra silla.
Lo imposible es, sin un ápice de creatividad, el típico disaster film. Henry (Ewan McGregor) y
María (Naomi Watts) conforman, junto con sus tres hijos, una de esas familias
que Johnson & Johnson apetecería para sus comerciales de jabones
espumosos. Llegan a pasar la navidad en un lujoso y playero hotel de Tailandia.
Año 2004. Estando en plan de piscina y playa los sorprende la llegada furibunda
de un tsunami. Todo queda arrasado y es de esa desolación pantanosa que emerge
la Watts con uno de los hijos. Con una pierna gravemente herida emprende, con
el mayor de los críos, la búsqueda
del resto de la familia. Al otro lado del fango lo propio sucede con el padre y
los otros dos niños. Sobrevivientes de la catástrofe se darán también a la
tarea paralela de hallar, bajo la amenaza latente de la muerte, a la mamá y al hermano perdidos.
Estas búsquedas cruzadas
conforman la trama de Lo imposible. El
hilo narrativo sigue las peripecias de cada uno de los grupos familiares
acercándolos poco a poco pero siempre dejando al espectador en ese borde
ansioso que mira, de un lado, el posible y feliz encuentro y, del otro, la
pérdida desgarradora. Su director,
el español Juan Antonio Bayona, se sirvió de todos – absolutamente todos – los
lugares comunes del relato catastrófico: una música atiborrada de percusiones
amenazantes, las heridas exactas, las ropas estéticamente destrozadas, el
encuentro que se aproxima y se distancia,
la muerte pisando los
talones y al final, que feliz y que lamentable a la vez, los héroes abrazándose
en un nuevo tsunami de solidaridad, afecto y emoción. Manipulación pura. Bien
hecha, pero hueca. Otro disaster palomitero
del que se esperaba más porque, quien lo creyera, es una película española. Y
digo quien lo creyera porque uno aguardaría del talento hispano un
distanciamiento creativo del cliché americano. Pero no. Lo imposible es la sumatoria de todo lo conocido en la materia y
eso la hunde, como película, en el confortable sillón de lo olvidable. Inaceptable
que en la película la comunidad tailandesa aparezca como un decorado de
fondo, útil apenas para resaltar
la belleza heroica, que no el bello heroísmo, de sus glamorosos protagonistas.
A veces, suele suceder con el western como género, es el apego a las
formas y a los elementos arquetípicos el que le da a la creación el valor de la
tradición pero otras veces, como sucede con Lo
imposible, es este mismo apego a los caracteres de este tipo de cine el que
vuelve la película un trabajo intrascendente no obstante la juiciosa
elaboración de sus piezas. Bayona sabía lo que hacía y lo hizo bien. No quiso
romper moldes; quiso por el contrario servirse de ellos porque su resultado
está, de muchísimo tiempo atrás, plenamente asegurado.
El que la película esté basada en
hechos reales no es más, desde el
punto de vista cinematográfico, que un embeleco. El cine es y será por siempre
esa fascinante mentira que alcanza, por la alquimia que emana de su propia esencia,
toda la dimensión y toda la contundencia de una incuestionable verdad . Si el
tsunami del 2004 levantó por los aires empapados a una pareja de españoles y a
sus tres hijos, eso no hace más creíble ni mejor contada, en Lo imposible, la historia de Ewan y Naomi. Lo que importa en el cine,
trátese de la nariz creciente de Pinocho o de la búsqueda implacable de Osama
bin Laden, es que lo que se nos muestre realmente acontezca - y permanezca - en esa dimensión y en esa verdad que
entretejen las imágenes y el espectador que las mira.
Aunque la imposibilidad del título de la película alude a lo increíble que
tuvo que haber sido, en la realidad, el reencuentro de esta familia después de
la catástrofe, forzado e impostado le parece a uno en Lo imposible el reencuentro, en la mentira del cine, de esta
familia después de la catástrofe. Quizás con menos manipulación efectista se
hubiera logrado un mejor resultado de credibilidad pero también con menos
manipulación efectista el efecto de atracción masiva se habría visto afectado. Bayona lo sabía y optó por la atracción masiva, léase, por la
taquilla.
No hay comentarios:
Publicar un comentario