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Calificación : Vale la pena
Se la anunció con un afiche en el que se le proponía
al lector escoger, entre tres, dos posibilidades. Amor, felicidad e hijos eran
las tres opciones. Sugestivo juego mediante el cual se insinuaba el tema de Amigos con hijos , la película de la
actriz y directora Jennifer Westfeld.
Tres parejas cuyos
integrantes bordean los cuarenta
años están viviendo los avatares de la vida adulta. Dos de ellas tienen hijos y
es evidente que la inercia de los años y la atención que demandan los chicos
han ido atenuando ese resplandor que los llevó a vivir juntos y a conformar una familia. El dúo restante,
la propia Westfeld y Adam Scott, no sabe bien si es o no una pareja. La conforman en la medida
en que él y ella comparten muchas cosas al punto de que, sin los sobresaltos de
la pasión, se sienten muy a gusto
el uno con el otro dispensados como están de los desgastes, casi siempre
engañosos, del cortejo y la conquista.
Pero a la vez no la conforman en la medida en que no han querido
arriesgarse a vivir juntos; han eludido, con inteligencia creen ellos, los roces y sinsablores que consigo
trae la convivencia. Las cosas se
complican cuando en medio de esa relación sin ataduras ni compromisos deciden
tener un hijo. Ha de ser posible, con ingenuidad piensan ellos, compartir la emoción de un hijo sin
tener que pagar por ello el alto precio de sus sobrevaloradas libertades. Puestos a escoger dos entre tres (amor,
hijos y felicidad) se le sobreponen a la regla y escogen las tres. De que tanto
se las pueda agrupar o de que tanto dos de ellas excluyen necesariamente la
tercera es de lo que se ocupa, con una discreta profundidad que a simple
vista no se advierte, Amigos con hijos.
Varias cosas hacen de esta
película una experiencia placentera y reconfortante. Placentera porque tiene
ese tono leve y cuidadosamente elaborado de las comedias norteamericanas en las
que todo parece bello, siempre enmarcado en ciudades con parques arborizados en
los que la gente corre, monta bicicleta o empuja cochecitos . Ciudades en las
que, llegada la noche, esa misma gente se reúne en bulliciosos restaurantes y
en concurridas mesas ríe, come, conversa y, sin falta, toma vino tinto como si este
fuera una impronta indeleble de la felicidad. Pero Amigos con hijos no se queda en esa suave ligereza propia de la
comedia norteamericana, citadina, feminista y contemporánea. Jennifer Westfeld se atreve a subir un
peldaño más y le mete a la historia una pregunta honda formulada desde la
lisura, quizás apenas aparente, de su trama. ¿Amar será una cuestión de
saber convivir en medio de las arideces que provoca el paso del tiempo o será,
ese esquivo amar, una cuestión de libertades que rechaza los devastadores
efectos de la rutina? Esa es la pregunta que jalona toda la película y es ella
la que, sin arruinar ese toque placentero de la comedia, la escala para dejarnos
la reconfortante impresión de haber visto algo más que un divertimento de
domingo en la noche.
El guión, la dirección y la
actuación de la Westfeld tienen el mérito de no haber feminizado ni el enfoque
ni el tratamiento de la historia. En ella se dan cita, sin privilegios ni
prerrogativas, las visiones femenina y masculina de las vicisitudes de la vida
en pareja cuando al fulgor inicial lo aplana, inmisericorde, la monotonía de los días compartidos y
ese encuentro, emocionante pero también agobiante, con unas criaturas llamadas
hijos. Uno de los valores de esta película está en ponernos otros ojos, en
asomarnos a unos hechos que con los nuestros seguramente habríamos valorado de
otra forma. En Amigos con hijos nos
parece que parcelas de verdad y razón acompañan cada una de las visiones y
valoraciones de sus personajes. Es posible que nos identifiquemos más con
algunas de ellas pero siempre quedará la conciencia de que, tratándose de
relaciones humanas, una única razón y una única verdad no son más que
imposiciones culturales, religiosas o institucionales que a la vuelta de la
esquina se convierten en simples humaredas.
Lo que hace de Amigos con hijos una película
remarcable es que desde su
fidelidad a la comedia ligera lanza dardos, discretos pero punzantes, para que
a la sonrisa del espectador la suceda, proyectada hacia su propia vida, esa
silenciosa pregunta de si en algún momento nos hicimos a la idea de que tarde que temprano el triángulo en cuyos vértices están la
felicidad, el amor y los hijos, se desmorona para cederle su lugar a una línea
que solo conecta dos de ellos.
Sin estruendos moralistas y sin
romanticismos de pacotilla Amigos con hijos arriesga su respuesta
frente a este interrogante y lo hace con la sencillez, el humor y la frescura con los que siempre
debería encararse la resolución de estas, nuestras grandes preguntas.
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