FITZCARRALDO

FITZCARRALDO
FITZCARRALDO. Werner Herzog. Klaus Kinski

domingo, 2 de septiembre de 2012

AMIGOS CON HIJOS



TÍTULO ORIGINALFriends with Kids
AÑO2011
DURACIÓN107 min
PAÍSEstados Unidos
DIRECTORJennifer Westfeldt
GUIÓNJennifer Westfeldt
MÚSICAMarcelo Zarvos
FOTOGRAFÍAWilliam Rexer
REPARTOMegan FoxKristen WiigJon HammMaya RudolphChris O'DowdAdam Scott,
Edward BurnsJennifer WestfeldtSamantha Bee
PRODUCTORALocomotive / Points West Pictures / Red Granite Pictures
GÉNEROComedia

Calificación : Vale la pena

Se la anunció  con un afiche en el que se le proponía al lector escoger, entre tres, dos posibilidades. Amor, felicidad e hijos eran las tres opciones. Sugestivo juego mediante el cual se insinuaba el tema de Amigos con hijos , la película de la actriz y directora Jennifer Westfeld.

Tres parejas cuyos integrantes  bordean los cuarenta años están viviendo los avatares de la vida adulta. Dos de ellas tienen hijos y es evidente que la inercia de los años y la atención que demandan los chicos han ido atenuando ese resplandor que los llevó a vivir juntos y a  conformar una familia. El dúo restante, la propia Westfeld y Adam Scott,  no sabe bien si es o no una pareja. La conforman en la medida en que él y ella comparten muchas cosas al punto de que, sin los sobresaltos de la pasión,  se sienten muy a gusto el uno con el otro dispensados como están de los desgastes, casi siempre engañosos, del cortejo y la conquista.  Pero a la vez no la conforman en la medida en que no han querido arriesgarse a vivir juntos; han eludido, con inteligencia creen ellos,  los roces y sinsablores que consigo trae la convivencia.  Las cosas se complican cuando en medio de esa relación sin ataduras ni compromisos deciden tener un hijo. Ha de ser posible, con ingenuidad piensan ellos,  compartir la emoción de un hijo sin tener que pagar por ello el alto precio de sus sobrevaloradas libertades.  Puestos a escoger dos entre tres (amor, hijos y felicidad) se le sobreponen a la regla y escogen las tres. De que tanto se las pueda agrupar o de que tanto dos de ellas excluyen necesariamente la tercera es de lo que se ocupa, con una discreta profundidad  que a simple vista no se advierte,  Amigos con hijos.

Varias cosas hacen de esta película una experiencia placentera y reconfortante. Placentera porque tiene ese tono leve y cuidadosamente elaborado de las comedias norteamericanas en las que todo parece bello, siempre enmarcado en ciudades con parques arborizados en los que la gente corre, monta bicicleta o empuja cochecitos . Ciudades en las que, llegada la noche, esa misma gente se reúne en bulliciosos restaurantes y en concurridas mesas ríe, come, conversa y, sin falta, toma vino tinto como si este fuera una impronta indeleble de la felicidad. Pero Amigos con hijos no se queda en esa suave ligereza propia de la comedia norteamericana, citadina, feminista y contemporánea.  Jennifer Westfeld se atreve a subir un peldaño más y le mete a la historia una pregunta honda formulada desde la lisura, quizás apenas aparente, de su trama. ¿Amar será una cuestión de saber convivir en medio de las arideces que provoca el paso del tiempo o será, ese esquivo amar, una cuestión de libertades que rechaza los devastadores efectos de la rutina? Esa es la pregunta que jalona toda la película y es ella la que, sin arruinar ese toque placentero de la comedia, la escala para dejarnos la reconfortante impresión de haber visto algo más que un divertimento de domingo en la noche.

El guión, la dirección y la actuación de la Westfeld tienen el mérito de no haber feminizado ni el enfoque ni el tratamiento de la historia. En ella se dan cita, sin privilegios ni prerrogativas, las visiones femenina y masculina de las vicisitudes de la vida en pareja cuando al fulgor inicial lo aplana, inmisericorde,  la monotonía de los días compartidos y ese encuentro, emocionante pero también agobiante, con unas criaturas llamadas hijos. Uno de los valores de esta película está en ponernos otros ojos, en asomarnos a unos hechos que con los nuestros seguramente habríamos valorado de otra forma. En Amigos con hijos nos parece que parcelas de verdad y razón acompañan cada una de las visiones y valoraciones de sus personajes. Es posible que nos identifiquemos más con algunas de ellas pero siempre quedará la conciencia de que, tratándose de relaciones humanas, una única razón y una única verdad no son más que imposiciones culturales, religiosas o institucionales que a la vuelta de la esquina se convierten en simples humaredas.

Lo que hace de Amigos con hijos una película remarcable  es que desde su fidelidad a la comedia ligera lanza dardos, discretos pero punzantes, para que a la sonrisa del espectador la suceda, proyectada hacia su propia vida, esa silenciosa pregunta de si en algún momento  nos hicimos a la idea de que  tarde que temprano el triángulo en cuyos vértices están la felicidad, el amor y los hijos, se desmorona para cederle su lugar a una línea que solo conecta dos de ellos.  

Sin estruendos moralistas y sin romanticismos  de pacotilla Amigos con hijos arriesga su respuesta frente a este interrogante y lo hace con la sencillez, el humor  y la frescura con los que siempre debería encararse la resolución de estas, nuestras grandes preguntas. 


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