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Calificación : Vale la pena
En Un cuento chino Roberto (Ricardo Darín) es un
una suerte de ermitaño urbano cuya cueva de aislamiento es su modesta
ferretería de barrio en la que se pasa el día contando bombillas y clavos y,
claro, maldiciendo a uno que otro cliente que por allí se asoma. Un hecho inesperado, el encuentro con
un joven chino que no habla una sola palabra de español, le dará un giro a esa
vida grisácea y sacará a flote lo peor - pero, también, lo mejor - de un hombre
atrapado en la neurosis de su micro mundo urbano y rutinario.
Al finalizar la jornada, después
de bajar las rejas de su negocio, Roberto se entrega a su pasión oculta: buscar
en periódicos esas noticias extremas que resumen el sinsentido y la estulticia
de la raza humana. Las busca con pericia minuciosa para luego recortarlas y
almacenarlas en fólderes que más tarde apilará en un rincón de su taciturno
apartamento.
Yo no sé bien a que se refieren algunos cuando con una
fingida condescendencia se refieren a una película diciendo que es menor. Supongo que con eso quieren decir
que la película les pareció buena pero no tanto como para colocarla en los
estantes del gran cine. Las películas menores, si entiendo bien el
concepto, pasan la prueba de la
buena confección pero no son prendas que merezcan mayor exhibición o perdurabilidad.
Son, esas películas menores, adolescentes
fugaces a las que les faltó madurez y encanto para llegar a ser las
mujeres, perturbadoras e inolvidables, que pretendieron ser.
No me parece que Un cuento chino sea una película menor. Si hemos de quedarnos en este
riesgoso paralelismo de edades yo diría que es lo suficientemente mayor como
para atraparnos en esa atmósfera que por fuera de toda grandilocuencia lo único
que quiere es mostrarnos, con negras pinceladas de humor, que tras la más sombría y
taciturna de las existencias siempre
se esconde una posibilidad redentora, por fútil y ordinaria que esta pueda
parecer.
En cuestiones de gusto en el cine
hay, como en botica, un poco de todo. Hay quienes adoran las gestas homéricas;
se sienten transportados ante esas escenas en las que miles de extras se
movilizan hacia batallas descomunales o en las que las fantasías tecnológicas
simulan, con sorprendente facilidad, la hecatombe de ciudades enteras o
confrontaciones intergalácticas . Hay
otros, me cuento entre ellos, cuya transportación cinematográfica se logra con
la simpleza de esa escena en la que un viejo abre cada mañana su local en el que funciona una fábrica de medias.
Un cuento chino tiene el encanto de lo ordinario. En ella nadie es
particularmente bello lo que hace que todos sus personajes adquieran una
inexplicable belleza ; como la vida esta plagada de eventos deslucidos y
repetitivos, un Cuento chino es un
relato de como la ordinariez puede verse de pronto importunada por un hecho extraordinario
que lejos de contrariarla o negarla se limita a sonsacarle, ocultísima, su
propia fantasía.
Darín está, como suele siempre
estarlo, extraordinario. El papel le va a la medida y viéndolo uno se da
cuenta, así sea por un momento, que nuestras ciudades están repletas de
Robertos sombríos que se van secando
a fuerza de rutinas y hastíos y para los que talvez exista, en los
resquicios de su ordinariez, discretos destellos de salvación.
Cuando fui a ver Un cuento chino sabía bien a que
iba. Película argentina con Darín.
Con eso, casi todo estaba dicho y aunque nada es prenda de nada en materia de
cine, tenía asegurado mi encuentro
con esa cultura filósofa, urbana, engreída, burlona y desesperanzada del pueblo argentino.
Sin apelar a los ya tan desgastados
realismos mágicos, Sebastián Borensztein, su director y guionista, logra un
trabajo compacto en el que la simpleza de sus personajes y la aparente candidez
de su historia, son el factor clave para lograr un relato cuyo tono esquiva con
éxito el facilismo de la cometida barata y, sobre todo, la sensiblería del
drama de pacotilla.
Me pongo a pensar, ya para
terminar, si Borensztein habrá considerado otros finales. Me parece que el de Un cuento chino traiciona la línea
sarcástica y gris que conduce toda la película. Sin embargo y pensándolo bien se trataba de un cuento chino
y para honrar esa condición tenía que tener ese toque fantasioso que no hace más
que realzar el tan humano deseo de
los finales felices.