FITZCARRALDO

FITZCARRALDO
FITZCARRALDO. Werner Herzog. Klaus Kinski

sábado, 31 de marzo de 2012

LA INVENCION DE HUGO

TÍTULOORIGINAL
Hugo (Hugo Cabret)
AÑO
2011
DURACIÓN
127 min.
PAÍS
Estados Unidos

DIRECTOR
GUIÓN
John Logan (Libro: Brian Selznick)
MÚSICA
Howard Shore
FOTOGRAFÍA
Robert Richardson
REPARTO
PRODUCTORA
GK Films / Infinitum Nihil / Warner Bros. Pictures
WEB OFICIAL
PREMIOS
2011: Oscars: 5 premios técnicos. 11 nominaciones, incluyendo mejor película y director
2011: National Board of Review: Mejor película y mejor director
2011: Globos de Oro: Mejor director. 3 nominaciones, incluyendo Mejor película dramática
2011: Premios BAFTA: Mejor diseño de prod. y sonido. 9 nom, incluyendo mejor director
2011: Critics Choice Awards: Mejor dirección artística. 11 nominaciones
2011: Satellite Awards: Mejores efectos visuales. 5 nomin., incluyendo mejor película
2011: Asociación de Críticos de Los Angeles: Mejor diseño de producción
GÉNERO



Calificación: Muy recomendada

Mi gusto por los relojes es heredado. Aunque se decía joyero y platero mi papá era, esencial y entrañablemente, relojero. Me parece estar viéndolo con ese cabezal blanco que sostenía, a modo de unos curiosos anteojos, dos lupas de las que se  servía para observar las minúsculas y fascinantes maquinarias de los relojes de cuerda.  De allí mi atracción por todo tipo de relojes pero sobre todo por aquellos que al abrirlos dejan ver ese diminuto universo de engranajes y discos que terminan moviendo - con endiablada precisión - horarios, minuteros y segunderos.

Mi pasión por los libros está ligada a todo su entorno. Me seducen, aún antes de abrirlos, los libros de lomo ancho y pasta dura. Una sala de lectura con techos altos y lámparas de escritorio esparciendo sus discretos conos de luz, es una tentación a la que nunca quisiera resistirme.

Es una escasa y muy limitada manera de decirlo pero el cine, antes que gustarme mucho, me completa a tal punto que no alcanzo a concebirme hoy – ni tampoco podré hacerlo mañana – sino es a través de esas otras vidas y de esos otros momentos que me han desfilado sobre la pantalla grande.

Pues bien, es de relojes, libros y cine - añádanle a la mezcla estaciones y trenes - que está hecha la pasta con la que Scorsese moldeó La invención de Hugo, una película a cuyo encanto  es imposible rehuir sobre todo si la vida, la vida de quien la ve, ha estado alguna vez ligada, no a un reloj a un libro o a una película determinada, sino  a las maquinarias que ilusamente miden el tiempo, a las historias empapeladas y a esa fantasía que discurre ante nuestros ojos regalándonos la posibilidad de traspasar las fronteras de nuestra cotidianeidad.

Las aventuras de un niño son un material inagotable del que puede extraerse desde la más pueril de las historias hasta el más aterrador de los dramas. Apoyado en el fantástico guión de John Logan, Scorsese logra un imperceptible y a la vez contundente balance entre la diversión puramente infantil y el impacto emotivo para todo tipo de público. Solemos decir, cuando vamos al cine con nuestros hijos, que los acompañamos a hacerlo. En La invención de Hugo si bien puede seguir siendo cierta esta situación, no cabe la menor duda de que a partir de algún momento de la proyección somos nosotros, los padres, los que pasamos a sentirnos acompañados por nuestros hijos.  

Con una producción  cuidadosa que no cae en el artificio elaborado, Hugo escarba en el cajón de los recuerdos y toma de él juguetes tan preciados como la Paris de los años treinta, como el inamovible romanticismo de las estaciones de tren, como el destartalado robot que a lo Pinocho pareciera que ya casi nos habla… Lo encantador de la película es que siendo todo un retro emotivo es, a la vez, una aventura de hoy que – así lo comprobé encuestando a mis hijas – fascina a  niños y adolescentes.

Scorsese, el hombre de cintas tan imprescindibles como Taxi Driver y Toro Salvaje se despoja de su inconfundible y muy neoyorquina  estela de gangster, corrupción y violencia, para armar esta vez un cuento  cuyo imán está, como en todo buen cuento, en lograr que todos quienes lo vemos quisiéramos de una u otra manera protagonizarlo.

La técnica en La invención de Hugo es impecable. Ya nos hemos ido acostumbrando a la intromisión óptica del 3D y prueba de ello es este Hugo que muy pronto nos hace olvidar que llevamos, más livianas que las que a modo de lupa usaba mi papá para ver sus relojes, las famosas gafitas negras. Pero más que el 3D lo que sí resulta cada vez más sorprendente es la textura de las imágenes. Unos se pregunta si se trata de muñecos humanizados o de humanos “muñequizados” y sorprende encontrarnos con actores tan recordados como Ben Kingsley desplazándose sin ningún esfuerzo entre la materialidad corpórea de un personaje real y la fantasía etérea de un muñeco imaginado.

La invención de Hugo está plagada de claves y referencias.  El sueño del descarrilamiento del tren es una evocación del fatal accidente que sucedió en la estación de Montparnasse en el año 1895.  La estación donde transcurre la historia es un puzzle arquitectónico armando con elementos  de distintas estaciones: la gare de Monstparnasse, la gare du Nord, la gare de Lyon y la gare de Austerlitz . Pero sobre todo La invención de Hugo es un cofre mágico del que Scorsese va sacando, como el mago que fue el propio Méliès, pañuelos blanquinegros o coloreados que entrelazados constituyen un vibrante homenaje a la historia misma del cine.  Uno de ellos, La llegada del tren a la estación (L’arrivé d’un train en gare de la Ciotat, Lumière, 1895) muestra la sorpresa de los espectadores de entonces que sintieron que la locomotora se les venía encima, algo parecido a lo que hoy se siente cuando el 3D nos provoca esa sensación de desprendimiento de la pantalla. Un segundo pañuelo, El hombre mosca (Safety last!, Fred C. Newmeyer/Sam Taylor, 1923) recordado por la escena en la que Hugo huye de su perseguidor colgándose de las inmensas manecillas del reloj y, por supuesto, tercer pañuelo, la joya de la corona: el Viaje a luna (Le voyage dans la lune, George Méliès, 1902), esa luna herida por un cohete que se le ha incrustado en el ojo. Todo un sentido homenaje a los inicios del cine que no cae ni la odiosa erudición cinéfila, ni en la remembranza acartonada y repetitiva.  Un tributo bien hecho que emociona por su impecable confección y por el material fílmico del que se sirve.

Aunque respetable es lamentable ver como algunos críticos o simples opinadores de ocasión descalifican una película por apelar a escenas cuyo efecto conmovedor está, de alguna manera, garantizado.  Una escena en la que Méliès, al que se había dado por muerto, asiste a un  homenaje que se le rinde y donde se rueda, treinta años después,  una película suya que se creía desaparecida tiene que ser – y está bien que así sea – una escena vibrante y emotiva. Lo cuestionable en el cine es la emoción desprovista de sustancia y razón, pero aquella otra armada con las fibras auténticas de nuestros anhelos es la esencia misma del cine. Reconózcanlo o no los críticos que se ufanan de su acidez y de su mordacidad, el cine es y será - siempre y por siempre -  un lugar de ensoñación.

Ahora que lo pienso olvidé agradecerle a mis hijas por haberme acompañado, ellas a mí, a ver  La Invención de Hugo.



miércoles, 21 de marzo de 2012

PINA



TÍTULO ORIGINALPina
AÑO2011
DURACIÓN 100 min.
PAÍS
DIRECTORWim Wenders
GUIÓNWim Wenders
MÚSICAThom
FOTOGRAFÍAHélène Louvart
REPARTODocumentaryPina BauschRegina AdventoMalou AiraudoRuth Amarante,
Rainer Behr,Andrey Berezin,
Damiano Ottavio BigiBénédicte Billet
PRODUCTORACoproducción Alemania-Francia-GB; Zweites Deutsches Fernsehen (ZDF)
/ Neue Road Movies
WEB OFICIALhttp://pina-film.de/
PREMIOS2011: Oscar: Nominada al Mejor largometraje documental
2011: Premios del Cine Europeo: Mejor documental
2011: Premios BAFTA: Nominada a mejor película de habla no inglesa
2011: Festival de Berlín: Sección oficial (Fuera de competición)
2011: Satellite Awards: Nominada a Mejor largometraje documental
GÉNERODocumentalMusical | BalletBaile3-D
Calificación: Muy recomendada


En Pina, Wim Wenders, el  director de las inolvidables El cielo sobre Berlín (1987) y Tan lejos tan cerca (1993), se adentra en el convulso mundo de la Bausch y a través de sus bailes nos aproxima - estremeciéndonos y provocándonos -  a una obra que muchos desconocíamos.

Pina es, de alguna forma, el anti documental. Y lo es porque en lugar de irse por la ruta cómoda del relato biográfico, Wenders opta por hablar de la artista sólo a través de sus coreografías, todas ellas bailadas, danzadas y actuadas - con pasión visceral - por sus discípulos.  A Pina sólo se la ve de vez en cuando como una sombra furtiva escondiéndose tras el humo de sus cigarrillos. Queda claro en todo caso que lo suyo no era ni la intromisión, ni la imposición; queda claro que lo suyo, con sus alumnos, era apenas una insinuación, una invitación para que estos  hallaran, en la levedad moldeable de los cuerpos, su mejor vehículo de expresión. Así lo manifiestan todos ellos en sus entrevistas cuando sin moldear una sola palabra en silencio lo dicen todo como reiterándole al mundo circundante que no pocas veces las menos elocuentes de nuestras expresiones son nuestras propias palabras.

A medida que la película avanza es imposible no dejarse llevarse por el magnetismo de sus escenas. Cada baile es, desde el punto de vista cinematográfico, una pieza magistral. Más allá del valor artístico de la danza, el gran mérito de Pina es hacer buen cine con este material. Y se lo hace con una muy bien lograda conjunción de elementos. 


Uno de ellos, destacadísimo, es la cámara y su movimiento. Para transmitir la energía del baile, la cámara debe deslizarse de tal forma que en lugar de paralizar visualmente la imagen, la movilice con su propio ritmo. La cámara, al igual que sus objetivos, también debe bailar.  


Otro elemento fascinante es la ambientación de cada danza.  Lo que se logra en Pina es la contundencia de la sobriedad en los gestos, el vestuario y los decorados, entremezclada con la idea genial de sacar el baile al campo y a la calle. Varias escenas son en Wuppertal la ciudad donde murió la Bausch y cuyo tren colgante es una constante alegoría a la danza como una posibilidad de suspender en el aire, lo que pareciera condenado a arrastrarse por el piso.  


Por último está la deliberada ausencia de cualquier hilo narrativo que se pretenda contador de historias. Es por eso que la película tenía que llamarse, sin agregado alguno, Pina. La película es ella pero no ella a través de su historia, sino ella a través de unos soberbios pincelazos de su obra que la dibujan, nunca con la precisión de un retrato pero sí, como ella siempre lo quiso, con la sutileza de un boceto. 

miércoles, 14 de marzo de 2012

TAN CERCA TAN FUERTE


TÍTULO ORIGINAL     Extremely Loud and Incredibly Close

AÑO                          2011

DURACIÓN               129 min.

PAÍS                         Estados Unidos

DIRECTOR               Stephen Daldry

GUIÓN                     Eric Roth (Novela: Jonathan Safran Foe)

MÚSICA                    Alexandre Desplat

FOTOGRAFÍA            Chris Menges

REPARTO                 Thomas Horn, Tom Hanks, Sandra Bullock, Max Von Sydow, Viola Davis,
                        Jeffrey Wright, John Goodman, Zoe Caldwell, Dennis Hearn, Paul Klementowicz

PRODUCTORA          Warner Bros. Pictures

PREMIOS                  2011: Oscars: 2 nominaciones: Mejor película y actor secundario (Max Von Sydow)
                        2011: Critics Choice Awards: Mejor intréprete joven (Thomas Horn). 4 nominaciones
                                2012: Festival de Berlín: Sección oficial de largometrajes (fuera de competición)

GÉNERO                  Drama | 11-S. Melodrama


Calificación: Buen plan

Si nos tocara reducir a adjetivos la obra reciente del director  Stephen Daldry diríamos: Billy Elliot, emotiva; Las Horas, conmovedora; La Lectora, irregular y Tan cerca tan fuerte, manipuladora. En efecto, en su último trabajo, la injustamente nominada al Oscar Tan cerca tan fuerte, Daldry echa mano de los recursos más baratos para conmover, sólo periféricamente, al espectador. Ya de por sí la historia tiene su gran potencial lacrimógeno. Oskar (Thomas Horn) es un niño precoz que luego de perder a su padre (Tom Hanks) en la tragedia del 11/9, se dedica a descifrar el secreto que este le dejó: la cerradura que ha de abrir una misteriosa llave abandonada en un jarrón azul.  Mientras que el muchacho merodea fantasiosamente por todos los rincones de Nueva York, su madre (Sandra Bullock) lo sigue de cerca procurando recuperar el espacio amoroso que por años colmó su amado esposo.  El solo resumen de la historia ya pone en evidencia una trama que se tejió con la clara intención de usar todas y cada una de sus puntadas para atacar la piel, que no el alma, de los espectadores.

Han dicho algunos que lo único rescatable de esta prescindible película es la actuación de Horn. Tengo mis dudas. Una cosa es la destreza que aflora del talento y otra que esa misma destreza se encauce a través de un personaje creíble, por fantasioso que este sea. Oskar es, por caricaturesco, un tanto empalagoso. Que ese defecto no le sea atribuible al actor sino al creador del personaje es parcialmente cierto porque al personaje siempre lo moldea, en definitiva, la caracterización que le imprima su portador.

De las otras actuaciones, especialmente la de la Bullock, sólo decir que como ya es habitual en sus roles sus personajes son demasiado ella y no aquellos otros que debieran ser ; la Bullock es una mujer bella que nunca logra despojarse de la estela de su estrellato opacando así, paradójicamente,  todos sus personajes. Quizás excepcione la regla, confirmándola, su discreto y muy bien logrado papel en Crash (Paul Haggis, 2004). Hasta al propio Max Von Sydow, el abuelo de Oskar y candidatizado también a un Oscar como actor de reparto, le endosan un papel cuyo atractivo aparente pronto se disuelve en una impostura pasada de raya. Y del gran Hanks sólo decir que hay quienes nos quedamos, o nos estancamos,  con su personaje en Filadelfia (Jonathan Demme 1993), un hombre al que su agonía no le impide estremecerse ante la soberbia interpretación de la Mamma morta de Giordano en la voz de la Calla. Después ha hecho cosas importantes pero como pasa con  su compañera de reparto, sus personajes siempre adolecen de un aire constante de apenas buen fingimiento

Para que sea valioso y perdurable, el efecto emotivo en el cine no debe ser el resultado facilista de acudir a esas herramientas sensibleras del montón cuya eficacia de pacotilla ya está más que comprobada. Este es, sin más, el gran defecto de Tan cerca tan fuerte. Daldry, que no es ningún novato en el asunto, se dejó tentar por esas fichas conocidas que si bien parecieran conmover, en el fondo no causan conmoción alguna y dejan en el espectador un cierto sinsabor de embauco, una incómoda sensación de una bienintencionada pero burda manipulación. 

Cuando en el cine se alcanza bien el efecto emotivo antes que el llanto lo que se logra en el espectador es esa anegación en los ojos que vuelve por un instante acuosa la imagen que estos ven; la emoción lograda es aquella que alcanza un ritmo sostenido durante la trama y no, como tantas veces sucede cuando se la manipula, esa emoción instantánea provocada por una imagen prefabricada o por unos personajes trillados a los que se les explota, abusivamente,  su arista conmovedora. Me refiero, por ejemplo, a la mentirosa ternura del viejo o al sacrificio que tanto se presta - y entonces apesta - para exagerar el rol de la madre abnegada. Personajes que están hechos a puntos de falsetes y que apuntan hacia el blanco fácil de la emoción cutánea y no, que es lo difícil y a la vez lo valioso,  hacia ese estremecimiento contenido que suele quedarse adherido en algún recoveco interno y que nada tiene que ver ni con la lágrima fácil, ni con el aplauso emocionado.

Los logros emotivos de Tan cerca tan fuerte son bagatelas pasajeras. Lo cuestionable  no es que lo sean, lo cuestionable es que se los haya revestido de trascendencia para colarlos, incluso en los corredores chismosos de la Academia,  con la impronta postiza de una buena película. 

La emoción, la perdurable, no es un chispeo instantáneo del sentimiento es , más bien, una sacudida del alma.