TÍTULO ORIGINAL | Super 8 | ||
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DURACIÓN |
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PAÍS |
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DIRECTOR | J.J. Abrams | ||
GUIÓN | J.J. Abrams | ||
MÚSICA | Michael Giacchino | ||
FOTOGRAFÍA | Larry Fong | ||
REPARTO | Joel Courtney, Riley Griffiths, Elle Fanning, Ryan Lee, Gabriel Basso, Zach Mills, Kyle Chandler, Ron Eldard, Noah Emmerich, David Gallagher, Glynn Turman, Amanda Michalka | ||
PRODUCTORA | Amblin Entertainment / Bad Robot / Paramount Pictures / Relativity Media | ||
WEB OFICIAL | http://www.super8-movie.com/ | ||
GÉNERO | Ciencia ficción. Aventuras | Extraterrestres. Años 70. Adolescencia |
Calificación : Muy recomendada
El tiempo es capaz de lo inimaginable. Embellece lo que fuera opaco y opaca lo que fuera bello. A su paso todo termina rindiéndose porque todo es, todos somos, lo que el tiempo hace de nosotros.
Del binomio cine-tiempo emergen fascinantes fenómenos. Pienso, por ejemplo, en el encanto que algunas películas adquieren con el simple discurrir de los años. Sentarse a ver una película como Las uvas de la ira (1940) de Jhon Ford o Los cuentos de Tokio (1953) del maestro Ozu, tiene por supuesto el placer que dejan sus impecables narraciones, sus memorables personajes y, en fin, la hechura de unas películas que se ganaron ya desde hace mucho tiempo y con total justicia el título de imprescindibles. Pero verlas tiene también esa inexplicable magia que el tiempo les imprime a ellas, ya viejas, y a nosotros que hoy las vemos. Cada vez que nos sentamos a ver una de estas películas nos exponemos al riesgo de una alquimia a través de la cual el tiempo - el transcurrido entre el momento en que se la hizo y el momento en el que se la ve - transforma, sin siquiera rozarla, la película que estamos viendo.
Para quienes disfrutamos de estos retornos cinematográficos es claro que otra es la mirada, distinta a la habitual, que con ellos debemos emplear; no se ve La mujer del cuadro (1944) de Fritz Lang con los mismos ojos que se ve Seven (1995) de David Fincher o la archifamosa Pulp Fiction (1994) de Quentin Tarantino. Aunque la insufrible relatividad del tiempo impide trazar una frontera entre el cine viejo y el cine nuevo, me atrevo a decir que ante el primero de ellos el alma espectadora, más que los ojos por los que esta se asoma, se dispone de otra manera. Es como si la retrospección en la que nos embarcamos nos obligara a deponer algunos de los filtros que usualmente empleamos para ver una película; se trata no sólo de optar por una mirada contextualizada que nada tiene de condescendiente, sino de degustar ese tono, ese bouquet que adquieren, con el paso del tiempo, las buenas - y a veces también las no tan buenas - películas.
Con la coproducción de Steven Spielberg, J.J Abrams (Star Trek, Misión Imposible, Lost (TV) ) escribe y dirige Super 8 , una película que trajea de aventura adolescente todo un tributo a una manera de hacer cine e, incluso más allá, todo un homenaje al oficio mismo de hacer una película. Joe Lamb (Joel Courtney) es un muchacho - endeble vocablo para denominar a aquel que dejó de ser niño y no llega aún a la adultez - que tiene un grupo de amigos con el que está haciendo una película de zombies. Del reparto sobresale la bella Alice Dainard (Elle Fanning), una niña - en femenino la palabra es más larga y comprensiva - que elude las obsesiones de un padre marcado por un pasado que lo agobia y de la que Joe, a tientas y sin saberlo bien, comienza a enamorarse. Será rodando su propia película como este grupo de amigos se ve envuelto en una aventura que involucra a las autoridades locales, a seres inesperados, a los padres de los protagonistas y, por supuesto, a los dos chicos que desde sus roles y funciones en la película, ella actriz principal él maquillador y técnico de sonido, comienzan a bordar su propia historia.
En Super 8 el tiempo juega de una manera especial. No se trata de sentarnos hoy a ver una película de los setentas; se trata de sentarnos hoy a ver una película de hoy pero hecha como si se estuviera en los setentas. No estamos entonces ante esa película cuyo encanto - o buena parte de él al menos - está dado por su tono un tanto demodé. No, en este caso estamos ante un ejercicio retro que mediante el rescate del viejo formato que utilizaba la película de 8 milímetros, nos devuelve a un resultado cinematográfico que teníamos olvidado. No se trata de una mera nostalgia tecnológica. A lo que el espectador se expone en Super 8 es a todo un conjunto de elementos que en su momento sirvieron para armar una buena entretención.
Sirviéndonos de la comparación no es entonces el capricho esnobista del que hoy oye, por sólo diferenciarse de los demás, su música en acetatos; es más bien el reencuentro del melómano, no sólo con las posibilidades – y también las enormes limitaciones – del acetato, sino con todo el universo que en su momento rodeó esa forma de oír la música.
Sirviéndonos de la comparación no es entonces el capricho esnobista del que hoy oye, por sólo diferenciarse de los demás, su música en acetatos; es más bien el reencuentro del melómano, no sólo con las posibilidades – y también las enormes limitaciones – del acetato, sino con todo el universo que en su momento rodeó esa forma de oír la música.
Alguien me preguntó si Super 8 me habría parecido tan buena, como ahora esta me lo parece, si la hubiera visto en el 79. Me quedé pensando un rato para recordarme más de treinta años atrás yendo, con la avidez de entonces, a ver una película como Super 8. Tan posible es que me hubiera gustado como que, zarandeado entonces por mis primeros titubeos intelectuales, la hubiera descalificado. Lo cierto es que verla hoy, en medio del desaforado imperio digital, me pareció todo un tributo reconciliador con una forma irrepetible y a mi juicio más auténtica de expresar emoción en la pantalla.
Rendido a través del proyecto de unos chicos de hacer su propia película, Super 8 es también y sobre todo un homenaje al oficio mismo de hacer cine. Joe, Alice y sus amigos están haciendo una película de zombies. En la película de Abrams este elemento no es tan sólo un juego infantil o adolescente del cual se hace desprender toda la trama de la narración. Ni lo uno, ni lo otro; ni es un juego de chicos, ni es tampoco un pretexto argumental para adentrar al espectador en la historia de fondo. Joe y sus amigos no están jugando a hacer cine; lo están de veras haciendo y Abrams se sirve de esto para mostrarnos, desde su estructura más elemental, como nacen todas las películas.
En la memoria queda una de las escenas iniciales: los chicos están grabando y deciden servirse, como marco natural para la escena, del tren que viene. Es en medio del micrófono elevado, de la actuación sorprendente de Alice, del vestuario improvisado y de los demás elementos de la rudimentaria puesta en escena, que pasa el tren anunciando con su estridencia el comienzo de la aventura. Véanla:
En la memoria queda una de las escenas iniciales: los chicos están grabando y deciden servirse, como marco natural para la escena, del tren que viene. Es en medio del micrófono elevado, de la actuación sorprendente de Alice, del vestuario improvisado y de los demás elementos de la rudimentaria puesta en escena, que pasa el tren anunciando con su estridencia el comienzo de la aventura. Véanla:
La nota: Otra escena memorable: Joe convierte a Alice en una aterradora zombie. Más que la destreza del maquillador lo que logra esa transformación es la atracción, apenas insinuada pero arrolladora, entre los dos. Aquí la Fanning fascina.
Aunque estas notas habían hasta ahora eludido las clásicas puntuaciones a ellas terminaron llegando. A partir de esta y en adelante calificaré las películas comentadas de la siguiente manera: Imprescindible, equivalente a las 5 estrellas; Muy recomendada, equivalente a las 4 estrellas; Vale la pena, equivalente a las 3 estrellas; Buen plan, equivalente a 2 estrellas y Mejor quedarse en casa, equivalente a 1 estrella. No podré entonces servirme de las medias estrellas que, si bien se las mira, terminan siendo innecesarias.
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