FITZCARRALDO

FITZCARRALDO
FITZCARRALDO. Werner Herzog. Klaus Kinski

sábado, 17 de diciembre de 2011

NAOMI UNA JOVEN Y BELLA ESPOSA


TÍTULO ORIGINALHitpartzut X
AÑO2010
DURACIÓN102 min.
PAÍS
DIRECTOREitan Tzur
GUIÓNEdna Mazya
MÚSICAAdrien Blaise
FOTOGRAFÍAShai Goldman
REPARTOMelanie PeresOrna PoratYossi PollakSuheil HaddadRami Heuberger
PRODUCTORAEZ Films / July August Productions
GÉNERODrama


Calificación: Vale la pena


Por momentos la bella Melanie Peres me recordó a Gwyneth Paltrow.  La figura espigada, la piel tan blanca y un aire entre misterioso e inalcanzable, me hicieron crear entre las dos ese puente frágil de la comparación.  En Naomi, una joven y bella esposa, la Peres es Naomi, una mujer que sin llegar a los treinta años comparte su vida con un hombre que ya bordea los sesenta.  La relación confunde y entremezcla admiración,  ternura y hastío; dos soledades distintas que se entregan al espejismo del acompañamiento, al bálsamo vespertino de las cabezas recostadas en los hombros.


Para Ilan Ben Natan (Yossi Pollak), un connotado profesor de astrofísica, el amor por Naomi no puede ser más que un acto pasivo e impotente de contemplación intelectual.  Naomi  le cuida y le consiente pero de tarde en tarde huye tras su amante dejando tras de sí ese rastro inevitable que Ilan seguirá hasta toparse de frente con una infidelidad que ya se presentía en las citas impostadas y, sobre todo, en el impertinente celular. El nudo de la historia está en la reacción que provocará en Ilan el saberse, más que engañado, inevitablemente decepcionado. La ruptura de una esperanza otoñal puede ser tan o  más devastadora que la más adolescente de las traiciones.

A medida que la película avanza uno siente que está ante una historia conocida. El hombre mayor,  la mujer menor y la incomprensión resultante. No es la primera vez, ni será tampoco la última, que el cine se acerca a este tipo de relación dispar donde , según cual sea la perspectiva del guión y la conducción del director, siempre se arriesga un pronóstico sobre la posibilidad del amor, sobre la viabilidad misma de la convivencia entre dos seres separados, más que por un montón de años, por las visiones tan diversas de la vida que consigo trae el inexorable paso del tiempo.

Pese a la veteranía de varios de sus actores principales (junto a Yossi Pollak , Orna Porat y Suheil Haddad) y al cuidadoso manejo de la cámara que ofrece unos soberbios paisajes de la bella Haifa, en Naomi se siente cierta superficialidad en el manejo del tema. Es como si Eitan Tzur, su director,  se hubiera contentado con un sobrevuelo temático sin mayores compromisos. A veces  - y esta es una de esas veces - no basta con los encuadres taciturnos ni con las melancólicas escenas; a veces es necesario llegarle más a fondo a las almas implicadas sobre todo si, como en este caso, estas han merodeado o incluso se han extraviado en los recovecos más ruines del comportamiento humano. Naomi deja pasar la oportunidad de una inmersión sicológica más profunda  y se conforma con un guión pando que pudo ir más allá de las conmociones que puede llegar a causar una infidelidad y exigirle mucho más a los actores y que pudo, también,  moderar la diferencia actoral tan marcada entre la Peres y sus compañeros de rodaje. Ella es bella, los demás son grandes. 

Naomi es una de esas películas que se deja ver con agrado pero frente a la cual uno termina preguntándose si trasladada a otros escenarios, cinematográfica o existencialmente más próximos como Nueva York o Bogotá,  mantendría su encanto y uno se contesta que quizás no, que su historia es algo plana y que, sin duda, su valor y su atracción están, más que en la historia misma, en ese tono atenuado que se le siente de principio a fin y que procede de su protagonista, un hombre que en el ocaso de su vida creyó poder apresar entre sus manos uno de esos cuerpos fugaces cuyo comportamiento celestial sólo es posible explicar en la tarima profesoral.

Eitan Tzur deja apenas sugerido que quizás sí sea posible la convivencia de dos seres separados por tantos años, pero que lo será, no por virtud de un tardío enamoramiento, sino por uno o varios de esos lazos que sin nadie preverlo se entrelazan y nos atan a los demás más allá de nuestros deseos y especialmente más allá, mucho más allá, de lo que alguna vez pensamos fueron los dictados de nuestros sueños. A lo mejor esa sea la clave no sólo de la posible convivencia entre Ilan y Naomi, sino la de cualquiera otra pareja sin importar ni los años, ni los colores, ni las culturas de quienes la conforman.

El título origina de Naomi,  Hitpartzut X alude al fenómeno cósmico que se presenta cuando dos cuerpos celestiales se aproximan. Antes que acoples lo que entonces se produce son unas erupciones energéticas que ponen en evidencia una de dos cosas: o que dichos cuerpos están diseñados para vagar por el universo sin que los unos se encuentren con los otros, o que las fuerzas de ese universo se recomponen, así sea brusca y explosivamente, cuando dichos cuerpos se encuentran.  Si el símil de título original es con nosotros y con nuestras relaciones de convivencia con el otro,  yo quiero pensar, junto con Eitan Tzur, que estamos hechos para juntarnos, así nuestros acercamientos sean siempre la implosión de unas energías cuya atracción inevitable reside, precisamente, en su diversidad.    





domingo, 27 de noviembre de 2011

Breve encuentro


TÍTULO ORIGINALBrief Encounter
AÑO1945
DURACIÓN
Trailers/Vídeos
85 min
PAÍS
DIRECTORDavid Lean
GUIÓNNoël Coward, David Lean, Anthony Havelock Allan
MÚSICARachmaninov
FOTOGRAFÍARobert Krasker (B&W)
REPARTOCelia JohnsonTrevor HowardStanley HollowayJoyce CareyCyril RaymondEverley GreggValentine Dyall
PRODUCTORACineguild
PREMIOS1946: 3 nominaciones al Oscar: Mejor director, actriz (Celia Johnson), guión
1946: Festival de Cannes: Gran Premio del Festival (Ex-aequo)
GÉNERORomanceDrama | Drama románticoMelodrama


Calificación: Muy recomendada


Películas  como el Breve encuentro de David Lean reafirman lo tanto que queremos el cine.  Llevaba - y hoy aún llevo – más de un mes sin ir a una sala de cine; además de que la cartelera atraviesa por una de sus no pocas sequías, el tráfico caótico de esta ciudad en la que no para de llover hace cada vez más difícil llegar a los teatros y, para rematar, siempre están las fatigosas rutinas que se dan sus mañas para apartarnos de lo más nos gusta. 

Fue en estos insulsos días  de abstinencia cinematográfica cuando, rentándole películas a mis hijas en la tienda de videos, me topé en el estante de películas en venta con el Breve encuentro. Caja oscura con las fotos en blanco y negro de sus protagonistas. En la parte superior la leyenda Cine Clásico y, en la inferior, 100 Películas Inolvidables. Como suelo hacer en mis compras de libros y películas, me dejé llevar por ese sutil y desinformado impulso que suele no fallar y la compré. Aquí estuvo un par de días sobre mi escritorio esperando su turno hasta que una de estas recientes noches, afuera llovía profusamente, me puse a verla. Aunque el plan de ir al cine es insustituible, a veces una película en casa puede, como me sucedió con el Breve encuentro, sobrepasarnos por entero. En este caso me topé, sin recomendaciones y sin carteleras intrusivas, con una de esas películas que nos devuelve al gusto, primario y básico, de degustar el buen cine.


Breve encuentro no es, como pudiera parecer, la historia de una infidelidad. Es la historia de dos seres humanos, casados ambos y ambos envueltos en las tibiezas hogareñas, que se topan en el bar de una estación de trenes y sin siquiera sospecharlo se hunden, placentera y angustiadamente,  en una historia de amor, ellos que ya tenían por superados esos embates del corazón. Es cierto, como no va a serlo, que le son infieles a sus respectivas parejas pero el peso de la historia no recae en  esos adulterios usualmente convulsos y apasionados, sino en el melancólico desasosiego que los envuelve por no haber domado a tiempo un potro cuyo galope, ellos siempre lo supieron, no los conduciría a ninguna parte.

Lo que atrae de Breve encuentro es su permanente contención, su soberbia discreción. Podrá decirse que su tono recatado y la discreta insinuación que se emplea a lo largo de toda la narración no son más que dicientes muestras de una época ya ida - los mediados de los cuarenta -  marcada por las devastaciones de la segunda gran guerra y por un espíritu, el inglés en este caso, para entonces aprisionado entre formalismos y tradiciones. Sin embargo y aunque la película es, en efecto, el retrato de un momento y sus circunstancias, Breve encuentro tiene una atemporalidad que hace que la ocurrencia de su trama esté ligada, antes que a un momento o a una encrucijada histórica, a la textura misma del alma humana. La manera como los personajes expresan sus sentimientos y esa fascinante y a la vez perturbadora tensión en la que se ven envueltos, son las claves que hacen de un Breve encuentro un relato cuya credibilidad sentimental pisotea sin mayor compasión los cambios a los que está expuesta, por el simple paso del tiempo, nuestra manera de amar. La historia empieza por su final y transcurre, buena parte de ella,  en una estación donde los silbidos y los humos de los trenes siempre están anunciando partidas que serán llegadas y llegadas que, hace apenas un rato y para otro,  fueron partidas.  Es la voz narradora de la propia protagonista la que nos va develando el significado de esos sucesos que ahora van desfilando ante nuestros ojos.

Sería inexacto decir que las actuaciones de Celia Johnson y Trevor Howard son impecables. Son más bien, como entonces solían serlo, unas interpretaciones un tanto forzadas con poses y miradas que nos recuerdan lo teatral y, porque no, las fotos promocionales de algún cigarrillo sin filtro. Sin embargo es precisamente  este tipo de anacrónica impostura la que le da su enorme valor a estas dos interpretaciones. Es claro que si hoy en día dos actores intentaran replicar este estilo, difícilmente llegarían más allá del tablado experimental de un teatro colegial. Otra cosa sucede en Breve encuentro. Son las miradas extasiadas, las ansias contenidas y las desolaciones imborrables las que hacen que no sólo  la historia  narrada nos penetre, sino que nos solidaricemos con esa pareja cuya alegría intuimos tan frágil y pasajera como la vida de una pompa de jabón.  No se trata de una apología de la infidelidad, como tampoco de su condena moralista. De lo que se trata Breve encuentro es de una aproximación sutil y respetuosa a la convulsión que puede llegar a generar la desestabilización de nuestra nunca dominada parcela sentimental.

Si bien a David Lean se le recuerda por epopeyas tan famosas como Doctor Zhivago, Lawrence de Arabia o El puente sobre el río Kwai, no es ningún atrevimiento decir que a todas ellas las supera el tono menor, pero perfectamente afinado, de Breve encuentro. Una película en la que, como lo dijo alguna vez el maestro Ozu, el blanco y negro demuestra como con sus  variaciones y matices se puede alcanzar, al menos en la retina del alma, un enorme colorido.

Donde quiera que sea que rebobinemos las películas que hemos visto, al volver en el recuerdo con Breve encuentro me quedo con esa imagen en la que Laura y Alec, negándose por un rato la   realidad que afuera latía, se entregaban a esa verdad que les ofrecía la pantalla grande, los jueves por la tarde, antes del inevitable regreso a la certeza opaca de sus vidas.





domingo, 6 de noviembre de 2011

EL HOMBRE DE AL LADO



TÍTULO ORIGINALEl hombre de al lado
AÑO
2009
DURACIÓN
101 min.
PAÍS
  
DIRECTORMariano CohnGastón Duprat
GUIÓNMariano Cohn, Gastón Duprat
MÚSICASergio Pangaro
FOTOGRAFÍAMariano Cohn, Gastón Duprat
REPARTORafael SpregelburdDaniel AráozEugenia AlonsoEnrique GagliesiInés BudassiLorenza AcuñaEugenio ScopelDebora ZanolliBárbara HangRuben Guzman
PRODUCTORAAleph Media
PREMIOS2010: Festival de Sundance: Mejor fotografía - Drama (World Cinema)
2010: Nominada al Goya: Mejor película hispanoamericana
GÉNERODrama. Comedia

Calificación: Muy recomendada

Todo arranca con una pared, una pared cuyas dos caras se nos muestran  simultáneamente. Mientras que a la una un mazo la golpea rítmicamente, en la otra vemos como aparecen, provocados por los sincrónicos golpes, las primeras fisuras. Es ver, como nadie lo pudiera hacer, el golpe como es dado y, a la vez, el efecto por él causado.  Una visión total recordándonos que la percepción que está al alcance de nuestros ojos es siempre una parcela incompleta de la verdad.

Tras  la historia de una discordia entre dos vecinos, El hombre de al lado es una sorna magistral sobre la incomunicación de dos hombres forrados en las autenticidades y en las imposturas que les han ido imprimiendo su entornos socio culturales. Tras un poco de luz, Víctor (Daniel Aráoz), un vendedor de carros, decide romper la pared medianera que de su apartamento da a la sofisticada casa de su vecino Leonardo (Rafael Spregelburd), un afamado diseñador y profesor universitario quien se opone al proyecto.  De entrada el contraste es evidente: vendedor de carros y diseñador–profesor universitario. En las dudosas escalas del prestigio social el primero es un oficio ordinario, de mera subsistencia material. El segundo es, en cambio, una profesión refinada, un oficio culto. Y como ellas, así son quienes las ejercen. Víctor es primario,  auténtico y agresivo; Leonardo es sofisticado, solapado e inseguro.

Con una propuesta innovadora e inteligente El hombre de al lado recorre las variables de este conflicto, aparentemente rutinario, para extraer de él un retrato de  sociedades como las nuestras - las argentinas, las colombianas, las peruanas, en fin, las hispanoamericanas -  donde lo culto se equipara a un distanciamiento de los gustos populares y la adhesión un tanto cosmética a las tendencias que traza una selecta minoría. Leonardo pasa de su voseo bonaerense al alemán y del alemán al inglés; se refiere al living, no a la sala o al cuarto de estar; bebe vino tinto en estilizadas copas y oye las últimas vanguardias de la música europea. Víctor, en cambio, es un  hombre de mates que flirtea con la mujer que se le cruce y que no tiene ningún inconveniente en bailar como le plazca en una reunión social donde todos, al verlo, sentirán vergüenza ajena y, de seguro, envidia propia.

Este conflicto entre vecinos y su trasfondo socio cultural son magistralmente abordados en El hombre de al lado . Sus directores y guionistas , Mariano Cohn y Gastón Duprat, emplean unos primeros planos que se regodean con las fisonomías y los gestos de los personajes.  


La historia es contada de una manera básica y visualmente muy limpia, casi geométrica. El ritmo del relato tiene una curiosa asociación de amplitud y luz con las formas de la casa en la que vive Leonardo, una construcción de Le Courvoisier en la Plata, Argentina. La casa que los enfrenta, la  casa que marca sus diferencias, la casa que a la postre los congrega...
  

Víctor y Leonardo son, sin duda, caricaturas. En cada uno de ellos se extreman, no obstante la sutileza con la que se lo hace, los estereotipos de dos hombres, el uno de clase media y el otro de clase alta. Es de este contrapunteo de estilos que se construye una sátira inteligente, atravesada de principio a fin por ese humor en cuya discreción radica su demoledor efecto. La caricatura bien lograda no falsea, se limita a exagerar ciertos rasgos para deformar de manera risible a quien se caricaturiza. En este sentido es probable que no haya ni Víctores ni Leonardos; sin embargo el que no los haya, lejos de invalidar a aquellos dos que vemos en la película les da, en nuestra cultura, una valía universal.

Sería una necedad emotiva decir - aunque lo sintamos y pensemos -  que preferiríamos ser como el uno o como el otro. En mi caso la inevitable predilección por Víctor radica en la autenticidad del personaje. En el caso de Leonardo es estupenda la burla que a través de él se hace de nuestro modelo del hombre culto. Lo es o, mejor,  pareciera serlo, aquel que  busca lo raro, lo que sea distinto a lo que le gusta a los demás. Culto es aquel que encuentra texturas y matices allí donde el vulgo ve colores difusos u oye simples ruidos; culto es aquel que oye ópera o blues más por el status social que da el decir que se los oye, que por el gusto primario que debieran generarle. 

Pero más allá de esta burla en torno a las tergiversaciones sociales sobre lo culto, El hombre de al lado  también se mete con el vacío existencial que suele venir aparejado con esas visiones tan sofisticadas de la vida. La familia de Leonardo, encapsulada en la joya arquitectónica de Le Courvoisier, es una muestra total de incomunicación. Mientras que su hija no hace otra cosa que moverse como un robot frente a  la pantalla del televisor, su detestable mujer es todo un mar de superficialidad. De ambas intenta huir Leonardo cortejando torpemente a sus alumnas.

Si la historia se hubiera adentrado en el mundo de Víctor quizás también allí hubiera encontrado fingimientos, vacíos e infidelidades. No es, naturalmente, que estos estén asociados a esa plasticidad de quienes creen vivir en las refinadas esferas pero es indudable que el empeño esnobista conduce a ese desolador lugar en el no se es quien se pretende ser y se deja de ser quien realmente se es. 

Nota a deshora : Hay una escena memorable en El hombre de al lado. Leonardo está oyendo música con un amigo. Ambos están extasiados con las texturas y los matices de lo que están oyendo. Beben vino y comentan, como críticos sofisticados y especializados, el trabajo de este músico canadiense que ahora vive en Dusseldorf (referentes geográficos suficientes para que el gusto ya adquiera cierta alcurnia) El amigo elogia esos bajos rítmicos que le dan una misteriosa fuerza a la obra y que no son otra cosa, ramplona realidad,  que los golpes que  a martillo limpio Víctor le está propiciando  a la famosa pared medianera. Véanla.  



sábado, 15 de octubre de 2011

BEGINNERS



ÍTULO ORIGINALBeginners
AÑO
2011
DURACIÓN
105 min.
PAÍS


DIRECTORMike Mills
GUIÓNMike Mills
MÚSICARoger Neill, Dave Palmer, Brian Reitzell
FOTOGRAFÍAKasper Tuxen
REPARTOEwan McGregorChristopher PlummerMélanie LaurentGoran VisnjicBill Oberst Jr.Lou Taylor PucciJodi LongKai LennoxJessica Elder
PRODUCTORAFocus Features / Olympus Pictures / Parts and Labor
WEB OFICIALwww.beginners.es
GÉNERODrama. Romance | FamiliaEnfermedadHomosexualidad



Calificación : vale la pena



Toda historia de amor es imperfecta como imperfectas son todas las historias de amor que se cuentan en Beginners. Oliver (Ewan McGregor) conoce a Anna (Mélanie Laurent) y sin pretenderla la mujer de sus sueños le parece una compañera de ruta con quien bien vale la pena dar ese salto al vacío que es la convivencia. La conoce cuando él apenas está saliendo del desconcierto que le produjo la revelación de Hal (Christopher Plummer) su padre quien, al enviudar después de 44 años de matrimonio, le confiesa su homosexualidad. Y el asunto no se detiene allí. A sus setenta y tantos años el padre comienza una relación con un tipo al que bien puede llevarle treinta o más años. Y como si la sorpresa hubiese sido poca, vendrá luego un cáncer implacable que no pospuso mucho la contundente llegada de la muerte.

Podría decirse, con esa petulancia que siempre viene asociada a las nuevas terminologías, que Oliver creció en una familia disfuncional. Es eso lo que se expresa a través de unos recuerdos que siempre repiten unas mismas imágenes: un papá que se despide en el umbral de la puerta besando a la mamá con la ninguna pasión, con la apenas tibia conmiseración, de los besos en la frente;  una mamá disparándole con el arma imaginaria fabricada por sus dedos y él cayendo tan herido, moribundo ya, sobre el mullido tapete; un papá que de pronto cambia sus atuendos dándole ahora cabida a  los jersey violeta y, sobre todo, un papá sumido en una felicidad incomprensible y otoñal al lado de un hombre que hubiera podido ser ese hermano que nuca tuvo.

De la película de Mike Mills hay que destacar el lenguaje visual y el ingenioso manejo del tiempo. No se trata del habitual relato armado confusamente con saltos de tiempo; en Beginners se juega con el tiempo pero logrando un resultado envolvente que nos sumerge con suavidad en los pasados para luego emerger, sin tropiezos narrativos, en el presente. Además es sencillamente fascinante el empleo de la imagen y al decir esto no me refiero al cuadro que usualmente compone una determinada escena sino al empleo de otros recursos tan sencillos y contundentes como el dibujo infantil o esas secuencias de contexto que nos muestran, según cual fuera la época, quien era entonces el presidente, como era el cielo y cual la distribución de los astros en el firmamento. Mención y tributo aparte merece el pequeño perro, protagonista indiscutible, que como el Milou de Tintín desde su silencio perruno lo entiende todo.

De las actuaciones sólo decir lo que ya tanto se ha dicho. Que Cristopher Plummer se merecía un papel de estas dimensiones para rescatar, aquilatado por el paso del tiempo, su brillo actoral (la foto que encabeza estas líneas va en tributo al grande la La novicia rebelde) y que McGregor y la Laurent logran lo que pareciera, por contradictorio, imposible: una empatía total no obstante encarnar a una pareja que entremezcla vicisitudes y apasionamientos, emociones e inevitables distanciamientos. Yo no sé si el enlace o la química entre dos actores sea una cuestión espontánea y natural o sea, por el contrario,  el resultado de una perfecta compenetración de roles. Lo cierto es que estos dos dan la sensación de encajar perfectamente allí donde la historia es la de la imposibilidad de los acoples perfectos.

Es la disfuncionalidad de la familia de Oliver - mejor llamarla singularidad - la que explica que Oliver y Anna no protagonicen ni la típica y endulzada historia de amor ni, tampoco,  una de esas tormentosas pasiones que tanto gustan a algunos guionistas y directores y, por supuesto, a muchos espectadores. Lo de Oliver y Anna es un encuentro temeroso de dos seres que se atraen pero cuyas valijas están tan atiborradas de seres y pasados que temen, recíprocamente, que los amaneceres cotidianos sean mucho más complejos que ese ingenuo despertarse entrelazado con el ser amado. Desde este punto de vista Beginners es una propuesta refrescante - que no necesariamente feliz -  sobre la relación de pareja. Todos quisiéramos que aquel que tanto nos atrae llegara a nuestra vida tal y como precariamente lo hemos concebido, es decir, moldeado a la medida de nuestro inestable deseo. Y no es así. Nunca ha sido así y nunca será así. La otredad, siendo de la propia esencia de las relaciones humanas, es , a la vez, su gran escollo. Ni el otro es exacto a aquel a quien esperábamos, ni coincidimos con aquel que el otro esperaba de nosotros. De estas aproximaciones siempre inexactas se ocupa Beginners y lo hace con un tono donde se conjugan en un muy buen equilibrio, trascendencia y desenfado. Beginners es todo menos densa. Beginners es todo menos ligera. En ese balance descansa su encanto y es por eso que de ella se sale con una confortable sensación de identificación y compenetración. A fin de cuentas en cuestiones de amor todos somos y seremos ya por siempre, consumados principiantes.  

domingo, 9 de octubre de 2011

DE DIOSES Y HOMBRES


TÍTULO ORIGINALDes hommes et des dieux (Of Gods and Men)
AÑO
2010
DURACIÓN
120 min.  Trailers/Vídeos
PAÍS
  Sección visual
DIRECTORXavier Beauvois
GUIÓNXavier Beauvois, Etienne Comar
MÚSICAVarios
FOTOGRAFÍACaroline Champetier
REPARTOLambert WilsonMichael LonsdaleOlivier RabourdinPhilippe LaudenbachJacques HerlinLoïc PichonXavier MalyJean-Marie FrinAbdelhafid MetalsiSabrina OuazaniGoran Kostic
PRODUCTORAWhy Not Productions / France 3 Cinéma
WEB OFICIALhttp://www.sonyclassics.com/ofgodsandmen/
PREMIOS2010: Festival de Cannes: Gran Premio del Jurado
2010: 3 Premios Cesar: Mejor película, actor secundario y fotografía. 11 nominaciones
2010: BAFTA: nominada a la mejor película en habla no inglesa
2010: NBR - Asociación de Críticos Norteamericanos: mejor film extranjero
2010: Premios del Cine Europeo: Nominada mejor película y fotografía
2010: Independent Spirit Awards: Nominada mejor película extranjera
GÉNERODrama | ReligiónBasado en hechos reales


Clasificación: Vale la pena

Es curioso. El título original de la última película de Xavier Beauvois (El pequeño teniente 2005, Según Matthieu 2000, No olvides que vas a morir 1995 - Cinco años entre película y películaes Des hommes et de Dieux que literalmente traduce De hombres y de Dioses. No obstante la relativa simpleza de esta traducción se la llamó, entre nosotros, De Dioses y hombres.  El cambio, consistente en el orden de los sujetos, es más que sutil. El título en español empieza con la mención de los dioses para luego hacer la de los hombres. Lo contrario hace el título francés. Se pudiera divagar sobre las razones socio culturales implícitas en este cambio de orden y de tan inútil ejercicio quizás saldrían teorías, inevitablemente peregrinas, sobre la influencia del catolicismo, sobre el laicismo y, porque no, sobre la forma como las diferentes culturas abordan el interrogante de una posible vida eterna. Para no meterme en ese laberinto prefiero decir que después de haberla visto, la película de Beauvois es, sobre todo y en ese orden, una película sobre hombres y dioses, no una película sobre dioses y hombres. Ambos, agrego, con respetuosas minúsculas.

Estamos ante una conmovedora película cuyos lentes se posan (por la suavidad que este verbo evoca, difícil encontrar uno más adecuado para transmitir la idea) en la vida monástica de ocho religiosos católicos que conviven con sus vecinos musulmanes en una demostración cotidiana que la mayor fuerza que congrega y hermana a los hombres no es otra que su propia humanidad, iluminada y también tiznada,  de esperanzas, ilusiones, enfermedades y dolores. 


Amenazados por los conflictos internos que los rodean,  los monjes se enfrentan al dilema existencial de proteger sus vidas abandonado su convento o de exponer sus vidas a todo tipo de riesgos permaneciendo en ese hogar entrañablemente unido al sentido mismo de sus vidas. La decisión no es fácil y sobre ella recae todo el eje argumental de la película. Permanecer o partir.  Salvarse para no morir o, quizás, morir para poder salvarse.

De hombres y dioses (por lo dicho permítaseme rebautizarla así) es la historia de una duda permanente planteada desde la perspectiva humana, la duda sobre la existencia de una causa, más allá de  la ética racional,  que le de sentido a la entrega, a la compasión y al sacrificio. 


A Cristian (Lambert Wilson), no obstante ser el líder del grupo, se le ve afligido por la duda. Se retira al silencio envolvente de la naturaleza para hallar las esquivas respuestas y siempre queda la percepción de que sus difíciles decisiones, al igual que las de su compañeros de grupo,  no son el objeto de una salvadora revelación sino la construcción, siempre endeble, de una muy humana reflexión. 


No por importancia, no por orden creativo, sino por una simple y arrasadora cuestión de proximidad, el film de Beauvois es un relato de hombres y para hombres, de un puñado - quizás mejor un ramillete -  de seres humanos que aún inmersos en su fe o quizás por estar en ella inmersos, saben que hay decisiones que revelan y ponen en evidencia, ante los inquebrantables silencios de dios,  nuestra soledad.

Como tantas veces sucede en el cine, en De hombres y dioses se falsean ciertos ambientes haciéndoseles ver con esa estética que solo les es posible a la cámara y a la ambientación postiza. Las escenas de los espacios de oración son tan provocativas que uno quisiera estar en medio de esos rituales en tan íntima comunión con el ansia humana de eternidad y trascendencia. Queda sin embargo la impresión de un montaje que se acerca a un ensamble coreográfico: los haces de luz que como tubos luminosos se cuelan por el entramado de las ventanas, los hábitos blanquísimos de los monjes imprimiéndoles un halo angelical, las voces unidas en un coro perfecto y unos cuerpos que se inclinan con tal sincronía que parecieran comandados por un infalible titiritero…. De seguro que así no son esos rituales de oración. Habrán de ser más opacos, menos lúcidos. Habrán de ser, por no ser vistos desde el ángulo tergiversador de la cámara, más humanos y por lo mismo más ordinarios. Al decir esto no descalifico ni estas ni otras muchas escenas que en De hombres y dioses le dan a la vida de estos ocho monjes un matiz idílico y heroico. A fin de cuentas de eso se trata – y tratará por siempre – el cine . De mostrar las cosas, incluidos hombres y dioses, como no pueden ser vistas por el ojo humano. Y, más allá de mostrarlas, de lo que se ocupa en últimas el cine es de elaborar unas sensaciones que no corresponden a nuestros sentimientos primarios pero que tienen la virtud, aquellas sensaciones, de embaucarlos a estos, nuestros sentimientos, al punto de hacernos creer, con distintos grados de perdurabilidad, que las cosas y especialmente nuestra forma de sentirlas pudieran ser como el cine nos las muestra.

Uno de los varios méritos de De hombres y dioses es ese tono honesto y envolvente que emplea para decirnos, con una deliberada lentitud, que creer es una posibilidad, creer en su más amplia acepción del término: creer en uno mismo, en los demás, en la posibilidad de convivir por encima de las diferencias y, porque no, en un hacedor como explicación última de este embrollo al que llamamos vida.

Vuelvo sobre el protagonismo humano de la película para decir que De hombres y dioses no es una proclama religiosa ni es, tampoco, una denuncia sobre las atrocidades del extremismo irracional. Es la visión íntima de un drama humano contada desde la lentitud misma de una vida monacal. Es también una muy bien lograda y respetuosa aproximación a un sistema de vida edificado sobre unos valores que hoy nos parecen sacados de un discurso emotivo pero distante. Como película De hombres y dioses logra una historia convincente jalonada por un soberbio  equipo de actores que se compenetran a tal punto con sus roles que parecen totalmente imbuidos en esa entrega y en esa humildad talladas en el encierro y la oración.

A la postre poco importa si una vida de recogimiento será como la película nos las pinta y poco también importa si en la vida real este sacrificio fue tan magnánimo y poético como se nos lo describe. Lo cierto es que De hombres y dioses nos presta, por cerca de dos horas, otros ojos que sobrepuestos a los nuestros nos permiten ver y sentir, desde otra orilla, que sin una causa que la trascienda, la vida no tiene sentido.


Nota final. El Lago de los Cisnes de Tchaikovski tiene una nutrida figuración cinematográfica. Para mencionar solo algunos casos en la memoria reciente están: Billy Elliot (Stephen Daldry - 2000), Scoop (Woody Allen - 2006) y Cisne Negro (Darren Aronofsky - 2011). En De hombres y dioses hay una escena donde al silencio de los monjes, emocionados ante un sencillo vaso de vino, lo sublima la música de Sigfrido y Odette. Véanla, óiganla y, sobre todo, disfrútenla. 
  

domingo, 4 de septiembre de 2011

SUPER 8



TÍTULO ORIGINALSuper 8
AÑO
2011Ver trailer externo
DURACIÓN
112 min.  Trailers/Vídeos
PAÍS
  Sección visual
DIRECTORJ.J. Abrams
GUIÓNJ.J. Abrams
MÚSICAMichael Giacchino
FOTOGRAFÍALarry Fong
REPARTOJoel CourtneyRiley GriffithsElle FanningRyan LeeGabriel BassoZach MillsKyle ChandlerRon EldardNoah EmmerichDavid GallagherGlynn TurmanAmanda Michalka
PRODUCTORAAmblin Entertainment / Bad Robot / Paramount Pictures / Relativity Media
WEB OFICIALhttp://www.super8-movie.com/
GÉNEROCiencia ficción. Aventuras | ExtraterrestresAños 70Adolescencia

                                                                                                         Calificación : Muy recomendada

El tiempo es capaz de lo inimaginable. Embellece lo que fuera opaco y opaca lo que fuera bello. A su paso todo termina rindiéndose porque todo es, todos somos, lo que el tiempo hace de nosotros. 

Del binomio cine-tiempo emergen fascinantes fenómenos. Pienso, por ejemplo,  en el encanto que algunas películas adquieren con el simple discurrir de los años.  Sentarse a ver una película como Las uvas de la ira (1940) de Jhon Ford o Los cuentos de Tokio (1953) del maestro Ozu, tiene por supuesto el placer que dejan sus impecables narraciones, sus memorables personajes y, en fin, la hechura de unas películas que se ganaron ya desde hace mucho tiempo y con total justicia el título de imprescindibles.  Pero verlas tiene también esa inexplicable magia que el tiempo les imprime a ellas, ya viejas, y a nosotros que hoy las vemos. Cada vez que nos sentamos a ver una de estas películas nos exponemos al riesgo de una alquimia a través de la cual el tiempo - el transcurrido entre el momento en que se la hizo y el momento en el que se la ve - transforma, sin siquiera rozarla, la película que estamos viendo.

Para quienes disfrutamos de estos retornos cinematográficos es claro que otra es la mirada, distinta a la habitual, que con ellos debemos emplear; no se ve La mujer del cuadro (1944) de Fritz Lang con los mismos ojos que se ve Seven (1995) de David Fincher o la archifamosa Pulp Fiction (1994) de Quentin Tarantino.  Aunque la insufrible relatividad del tiempo impide trazar una frontera entre el cine viejo y el cine nuevo, me atrevo a decir que ante el primero de ellos  el alma espectadora,  más que los ojos por los que esta se asoma, se dispone de otra manera. Es como si la retrospección en la que nos embarcamos nos obligara a deponer algunos de los filtros que usualmente empleamos para ver una película; se trata no sólo de optar por una mirada contextualizada que nada tiene de condescendiente, sino de degustar ese tono, ese bouquet que adquieren, con el paso del tiempo, las buenas - y a veces también las no tan buenas - películas.

Con la coproducción de Steven Spielberg, J.J Abrams (Star Trek, Misión Imposible, Lost (TV) ) escribe y dirige Super 8 , una película que trajea de aventura adolescente todo un tributo a una manera de hacer cine e, incluso más allá, todo un homenaje al oficio mismo de hacer una película. Joe Lamb (Joel Courtney) es un muchacho - endeble vocablo para denominar a aquel que dejó de ser niño y no llega aún a la adultez -  que tiene un grupo de amigos con el que está haciendo una película de zombies.  Del reparto sobresale la bella Alice Dainard (Elle Fanning), una niña - en femenino la palabra es más larga y comprensiva -  que elude las obsesiones de un padre marcado por un pasado que lo agobia y de la que Joe, a tientas y sin saberlo bien, comienza a enamorarse. Será rodando su propia película como este grupo de amigos se ve envuelto en una aventura que involucra a las autoridades locales, a seres inesperados, a los padres de los protagonistas y, por supuesto, a los dos chicos que desde sus roles y funciones en la película, ella actriz principal él maquillador y técnico de sonido, comienzan a bordar su propia historia.

En Super 8 el tiempo juega de una manera especial. No se trata de sentarnos hoy a ver una película de los setentas; se trata  de sentarnos hoy a ver una película de hoy pero hecha como si se estuviera en los setentas. No estamos entonces ante esa película cuyo encanto - o buena parte de él al menos - está dado por su tono un tanto demodé. No, en este caso estamos ante un ejercicio retro que mediante el  rescate del  viejo formato que utilizaba la película de 8 milímetros, nos devuelve a un resultado cinematográfico que teníamos olvidado. No se trata de una mera nostalgia tecnológica. A lo que el espectador se expone en Super 8 es a todo un conjunto de elementos que en su momento sirvieron para armar una buena entretención.  


Sirviéndonos de la comparación no es entonces  el capricho esnobista del que hoy oye, por sólo diferenciarse de los demás,  su música en acetatos; es más bien el reencuentro del melómano, no sólo con las posibilidades – y también las enormes limitaciones – del acetato, sino con todo el universo que en su momento rodeó esa forma de oír la música.

Alguien me preguntó si Super 8 me habría parecido tan buena, como ahora esta me lo parece, si la hubiera visto en el 79.  Me quedé pensando un rato para recordarme más de treinta años atrás yendo, con la avidez de entonces, a ver una película como Super 8.  Tan posible es que me hubiera gustado como que, zarandeado entonces por mis primeros titubeos intelectuales, la hubiera descalificado. Lo cierto es que verla hoy, en medio del desaforado imperio digital,  me pareció todo un tributo reconciliador con una forma irrepetible  y a mi juicio más auténtica de expresar emoción en la pantalla.

Rendido a través del proyecto de unos chicos de hacer su propia película, Super 8 es también y sobre todo un homenaje al oficio mismo de hacer cine. Joe, Alice y sus amigos están haciendo una película de zombies. En la película de Abrams este elemento no es tan sólo un juego infantil o adolescente del cual se hace desprender toda la trama de la narración. Ni lo uno, ni lo otro; ni es un juego de chicos, ni es tampoco un pretexto argumental para adentrar al espectador en la historia de fondo. Joe y sus amigos no están jugando a hacer cine; lo están de veras haciendo y Abrams se sirve de esto para mostrarnos, desde su estructura más elemental,  como nacen todas las películas. 


En la memoria queda una de las escenas iniciales: los chicos están grabando y deciden servirse, como marco natural para la escena, del tren que viene. Es en medio del micrófono elevado, de la actuación sorprendente de Alice, del vestuario improvisado y de los demás elementos de la rudimentaria puesta en escena,  que pasa el tren anunciando con su estridencia  el comienzo de la aventura. Véanla:



La nota: Otra escena memorable: Joe convierte a Alice en una aterradora zombie. Más que la destreza del maquillador lo que logra esa transformación es la atracción, apenas insinuada pero arrolladora, entre los dos. Aquí la Fanning fascina.

Aunque estas notas habían  hasta ahora eludido las clásicas puntuaciones a ellas terminaron llegando. A partir de esta y en adelante  calificaré las películas comentadas de la siguiente manera: Imprescindible, equivalente a las 5 estrellas; Muy recomendada, equivalente a las 4 estrellas; Vale la pena, equivalente a las 3 estrellas; Buen plan, equivalente a 2 estrellas y Mejor quedarse en casa, equivalente a 1 estrella. No podré entonces servirme de las medias estrellas que, si bien se las mira,  terminan siendo innecesarias.