Título original : All that Remains
Año : 2012
Duración : 89 min.
País: Suiza
Guión : Pierre-Adrian Irle, Valentin Rotelli
Género :Drama
Clasificación: Muy
recomendada
Acaba de finalizar, acá en
Bogotá, Eurocine 2013. Con la
facilidad que dan un marcador, el programa impreso del festival y , sobretodo,
un montón de ganas, señalé las siete u ocho películas que vería esta vez. Como tantas otras veces el asunto se
quedó en el deseo y terminé viendo apenas dos. La suiza All that remains y la
portuguesa Pilar e yo.
En la programación del Eurocine
2013 All that remains hace parte del grupo de películas de carretera o road movies. Junto a ella, en esta misma
categoría, el festival exhibe El viaje a ninguna parte (España 1986), Jízda (República Checa 1994), Rabat (Bélgica – Países Bajos 2011) y The Pohjoiseen (Finlandia 2012).
Como sus congéneres, All that remains más que suceder o
acontecer, rueda. Se trata de dos dispares parejas que emprenden sus travesías de camino
sin ningún vínculo entre quienes las conforman y sin otro propósito que el de
volcar en la vía un montón de sentimientos que les están reventando el alma.
Las parejas, empujadas por una incomprensible suerte, comparten el mismo
vehículo, la misma ruta, la misma travesía. Sin embargo los móviles que los
llevan a botarse a la vía y los destinos que persiguen o de los que huyen son,
al menos eso creen ellos, profundamente distintos. Un primer gran atractivo de la película es la delicada forma
como ambas parejas van evolucionando desde su burda disparidad hacia una
empatía que nada tiene que ver con amistades forzadas o con enamoramientos rutilantes. La pareja conformada por el hombre
mayor, oriental él, y la muchacha
es, pese a los años, las culturas y las vidas que los separan, enigmáticamente
armónica y complementaria. No se necesitan, no se buscan, no se entrelazan en
el torrente humano de las ansias y las dependencias; simplemente se reúnen en
el camino para recorrer juntos un fragmento que los marcará por siempre. La
otra pareja, llamada quizás a un encuentro fugaz de cuerpos, no hace más que reconfirmar, él con sus
silencios y ella con sus inagotables parlamentos, su compartida condena a la
soledad. Son sus diferencias las que de alguna manera los asemejan y es la
imposibilidad esencial de compartir la que les permite, recíprocamente,
aproximarse al indescifrable mundo del otro.
Hay, en All that remains, una fascinante quietud que contrasta con su idea
central de permanente movimiento. Aunque nada se detiene, aunque todo rueda y
aunque todo parece ir quedándose a la vera del camino, hay una constante
sensación de quietud. Los distintos viajes que todos emprenden, suceden más por
dentro. Las carreteras y sus impactantes paisajes no son más que un pretexto
para hacernos ver que los viajes emprendidos no siguen ni una lógica de
tiempos, ni una lógica de partidas y arribos. Son travesías en las que el movimiento más que desplazar a
los viajeros , remueve sus
sentimientos, sus dolores y, en medio de ellos, el sinsentido perdurable de sus
esperanzas. All that remains nos
recuerda, con maestría visual y con un ritmo narrativo muy bien medido, que
cuando estamos en movimiento pensamos y sentimos de otra manera. De alguna manera no somos los mismos
cuando el paisaje desfila veloz por nuestra ventanilla que cuando estamos
inmersos en él. Cuando el avión aterriza, cuando el tren llega a su estación o
cuando el auto se estaciona, no solo son ellos los que se detienen; algo en
nosotros que con ellos se movía, también se detiene. Nos pensamos mejor
desplazándonos por virtud del
movimiento que no es nuestro, que estando quietos. De alguna
inexpresable y paradójica manera, la quietud que a veces demanda el alma, se la
encuentra mejor dejándonos llevar por una carretera que nos conduzca a ninguna
parte. Es esto lo que a mi juicio
transmite con enorme belleza y con sensible agudeza All that remains
No sé si Pierre-Adrian Irle y Valentin
Rotelli, sus directores y guionistas, conozcan la obra del maestro Ozu. Quiero
pensar que sí porque en varias ocasiones se siente ese lente minucioso que se
posa sin afanes sobre un puente, o sobre un aviso de neón o sobre un enjambre
de techos destacando de ellos un detalle que otra
lente no habría percibido. Pienso por ejemplo en la escena donde el oriental y
la muchacha comparten habitación en el hotelito de carretera. Como en
las películas de Ozu, la cámara se arrodilla para estar a la altura de sus
objetivos y transmitirles - y transmitirnos - una indescriptible calidez de intimidad y cercanía. A este
manejo magistral del lente se suma una fotografía que extasía y una música que
lo envuelve todo con un tono que sin dramatismos ni exageraciones bordea
perfectamente la suave melancolía.
Seguramente dejé de ver
grandes joyas en el Eurocine que acaba de dejarnos. Pero como en otras ocasiones y como suele pasarme cuando me
acerco a los estantes de una librería y me decido, sin guía alguna, por aquel
libro que pareciera haberme hecho algún guiño para que lo escogiera, haber visto All that remains fue la confluencia de la suerte y de un viejo gusto por las películas de carretera. Siempre
me ha gustado eso de irme sin tener que moverme.