FITZCARRALDO

FITZCARRALDO
FITZCARRALDO. Werner Herzog. Klaus Kinski

domingo, 30 de diciembre de 2012

MOONRISE KINGDOM


TÍTULO ORIGINALMoonrise Kingdom
AÑO2012
DURACIÓN94 min.
PAÍSEstados Unidos
DIRECTORWes Anderson
GUIÓNRoman Coppola, Wes Anderson
MÚSICAAlexandre Desplat
FOTOGRAFÍARobert D. Yeoman
REPARTOJared GilmanKara HaywardBruce WillisEdward NortonBill Murray,
Frances McDormand,
Tilda SwintonJason SchwartzmanBob BalabanHarvey Keitel
PRODUCTORAFocus Features / American Empirical Pictures / Indian Paintbrush
WEB OFICIALhttp://www.moonrisekingdom.com/
PREMIOS2012: Globos de Oro: nominada a mejor película comedia
2012: Festival de Cannes: Sección oficial de largometrajes
2012: Premios Gotham: Mejor película. Nominada a mejor reparto
2012: Independent Spirit Awards: 5 nominaciones, incluyendo mejor película
2012: Satellite Awards: Nominada a Mejor película y Mejor guión original
2012: American Film Institute: Top 10 - Mejores películas del año
GÉNEROComediaDramaRomance | Años 60Cine independiente USA.
Comedia dramática.
InfanciaAdolescencia
Clasificación : Vale la pena


Las películas de Wes Anderson tienen un sello muy particular. Pese a ser relativamente corta (siete largometrajes y dos cortometrajes), su filmografía deja traslucir un estilo muy propio que divaga entre la desadaptación,  la ensoñación infantil, una fotografía terrosa  y bucólica y, definitivamente, una clara contravía no solo frente al modo de contar una historia, sino al modo mismo de ver la vida a través del lente cinematográfico. Desde Bottle Rocket (1996), en la que dos remisos de un manicomio incursionan en el mundo del delito, hasta Moonrise Kingdom (2012) donde un par de preadolescentes se fugan, él de su campamento boy scout  y ella de su casa, para vivir una singular historia de amor,  los relatos de Anderson se caracterizan por un tono de rebeldía y marginalidad agazapado tras notas que bordean la parodia, el romanticismo, el humor negro y, en ocasiones, una irreverencia que raya en el absurdo.


Moonrise Kingdom es una de esas películas que si te enganchas a ellas te transportan a través del tiempo y los sentimiento pero si no, te resultan cargantes, algo postizas y con pretensiones malogradas de una genialidad al estilo Tim Burton.  Para disfrutarla es imprescindible aceptar desde temprano la propuesta que plantea Anderson: aunque el epicentro de la historia sea la historia de un par de niños que creen merodear los terrenos primerizos del amor, Moonrise Kingdom es todo menos una aventura infantil o el retrato almibarado de un romance temprano. Es, bien por el contrario, un cuadro adulto que se sirve de ciertas reminiscencias de la niñez para construir un relato sui generis donde los niños incursionan en el mundo adulto y los adultos parecen devolverse a la ingenuidad y la torpeza infantiles. 

Anderson es un preciosista. Cada escena es un cuadro medido de color y música al que se le adhieren unos personajes que lindan con la  irrealidad y que parecen provenir de un circo olvidado o del teatro de Pirandello.  Moonrise Kingdom brilla más por el placer visual que provoca o por la forma vanguardista de su estructura narrativa que por su propia historia.  No estamos ante la evocación nostálgica de la infancia perdida ni estamos, tampoco, ante los remolinos primarios de la aventura juvenil. Estamos ante una pieza elaborada que cuida, pieza a pieza, los fragmentos que la componen. Cada detalle del campamento, de la casa de Suzy o del refugio de los precoces prófugos en un dibujo hecho a mano que se entrelaza con el cuadro siguiente dándole quizás más importancia al tono del relato que a la historia misma que nos es contada. Es esto lo que explica el encanto - y también el desencanto -  que produce la película. Para el amante de las formas Moonrise Kingdom es un deleite; para el que no las reverencia o simplemente las desdeña,  la película es un desvarío con algunos algunas genialidades que destellan pero que como película desemboca finalmente en el hastío.

Personalmente creo que una buena película es la difícil mixtura del cómo se cuenta y de lo que se cuenta; en el caso de Moonrise Kingdom y, en general, en la filmografía toda de Anderson hay un estilo que, pese a la aparente ingenuidad de su guiones o al humor que los chispea , no es fácil de asimilar y, menos aún, de degustar. Quizás eso enaltezca su trabajo o quizás eso mismo lo ensombrezca. Lo que sí está fuera de discusión es que estamos ante un director genial que tiene el enorme mérito de atreverse a contar la historia que sea desde una perspectiva diferente en la que concurren, sin permiso ni reverencias,  el drama, el humor, el absurdo, la fantasía y hasta el propio amor.  No echo a Moonrise Kingdom dentro de la  estrecha valija de mis preferencias pero sí la recomiendo porque el lenguaje con el que trasmite su sensibilidad  es innovador, creativo y subversivamente artístico.

Como suele suceder con otros directores Anderson es uno de aquellos que clava sus preferencias en un reducido grupo de actores: Anjelica Huston, Owen Wilson, Luke Wilson, Kumar Pallana,  Seymour Cassel, Jason  Schwartzman y, su gran dilecto, Bill Murray aparecen repetidos en varias de sus películas. El caso de Murray es diciente. Sólo en el primero  de sus siete largometrajes (Ladrón que roba a Ladrón) el inolvidable Bob Harris de Lost in traslation no está presente. Diciente porque el que siempre elige a Murray elige la inteligencia del humor serio y elige también un actor que se desliza, como pocos, entre la comedia y el drama recordándonos que de aquella a esta o de esta a aquella puede haber, apenas, un paso bien dado. 

Cuando la sala ya quedó vacía una voz en la pantalla seguía presentando, uno a uno,  los instrumentos de la gran orquesta. Moonrise Kingdom empieza como termina:  señalándonos que la esencia de las partes (en este caso la sonoridad de cada instrumento) se  desnaturaliza y a la vez sublima  cuando pasa a formar parte de un todo más grande y complejo.  Moonrise Kingdom es la  cohesión bien lograda de unos elementos que no sólo alcanzan su sonoridad especial cuando se les ensambla, sino que aún en la unión siguen denotando el brillo de sus propias versiones. 

Nota a deshoras: Este tour del propio Murray lo dice todo. Háganlo con él.

   

sábado, 22 de diciembre de 2012

PROFESOR LAZHAR


TÍTULO ORIGINALMonsieur Lazhar
AÑO2011
DURACIÓN94 min.
PAÍSCanadá.
DIRECTORPhilippe Falardeau
GUIÓNPhilippe Falardeau
MÚSICAMartin Léon
FOTOGRAFÍARonald Plante
REPARTOMohamed FellagSophie NélisseÉmilien NéronMarie-Ève BeauregardVincent Millard,
Seddik BenslimaneLouis-David LeblancDanielle ProulxBrigitte PoupartJules Philip,
Louis ChampagneDaniel GadouasFrancine RuelSophie Sanscartier
PRODUCTORAmicro_scope
PREMIOS2011: Oscars: Nominada a Mejor película de habla no inglesa
2011: Festival de Toronto: Mejor película canadiense
2011: Festival de Locarno: Premio del público
2011: Festival de Valladolid - Seminci: Mejor guión, Premio FIPRESCI
GÉNERODrama | EnseñanzaColegios & Universidad

Clasificación: Muy recomendada

En la escuela (entrañable palabra que rebasa en significado y resonancia al colegio, al instituto o al liceo) se dan cita una serie de microuniversos que se intersecan dejándose recíprocas huellas. Está el microuniverso de cada muchacho: expectante, convulso, crítico, inexperto, auténtico y temeroso; está el microuniverso del maestro : generoso, desarraigado, irreal y vanidoso; está el microuniverso de todos y cada uno de los que orbitan alrededor del binomio sagrado que conforman profesor y alumno: los padres, el contador, las secretarias, el administrador, los cocineros, el sicólogo,  la enfermera y el jardinero, microuniversos, estos últimos, discretos, un tanto anónimos, un tanto secretos.

La escuela está hecha para que estos microuniversos se entrecrucen y para que sea de ese constante roce que aprendan a girar sobre sus propios ejes. La formación de los muchachos es el eje central de toda institución educativa pero esta intención no opaca el proceso que viven todos aquellos cuyos días transcurren en esa irrealidad, tan hondamente real, que es la vida escolar.

El profesor Lazhar es una tentativa lograda. Tentativa porque la cámara que mira siempre será - y no más que eso podrá ser – un acercamiento  a la historia relatada. Lograda porque pese  a ser una aproximación alcanza una muy bien medida dosis de transmisión y conmoción.  En este caso se trata de una escuela en la que una maestra se suicida colgándose en su propio salón de clase. Dos de sus alumnos presencian la escalofriante escena y es ese hecho el que habrá de asomarlos o, mejor, empujarlos,  a una realidad que en circunstancias normales les habría sido totalmente ajena y remota: la posibilidad siempre latente de la muerte. El señor Lazhar, un profesor argelino, se ofrece para llenar la  vacante.  No sin cierta vacilación la institución lo recibe y es así como  comienza un viaje lleno de bifurcaciones que conducen, las unas, a las almitas de unos jóvenes que empiezan a experimentar el sufrimiento consustancial a la existencia humana, las otras a sus compañeros de oficio y las últimas, introspectivas,  a su propio mundo plagado de incertidumbres e injusticias.

No estamos ante una nueva denuncia de lo que sucede en el aula de clase, ni estamos tampoco ante una de esas desgarradoras denuncias cinematográficas que nos muestran que las atrocidades no necesariamente tienen que darse en los campos de guerra, en las esquinas oscuras o en los cinturones de miseria de nuestras ciudades; que también pueden darse el curso de la escuela,  ese espacio ingenuo donde un puñado de personas persigue, o debiera perseguir al menos, un ascenso en el conocimiento humano.  Lo que nos propone El profesor Lazhar es otra cosa .  Es, pienso y siento yo, la reivindicación de la ruta simple del enseñar y el aprender. La escuela, no importa cuales sean sus circunstancias y sus dificultades, siempre debiera ser un escenario lúdico que trajee de entretención el aprendizaje. Lo que hace el señor Lazhar, soberbiamente interpretado por Mohamed Fellag, es servirse de una situación extrema para enaltecer el valor olvidado que en el proceso de formación  tienen la timidez, la simpleza y la sencillez.

Su director, Philippe Falardeau, logra un tejido narrativo cuasi perfecto. El suicidio de la maestra es, visualmente, apenas una toma.  De los niños no hay manipulación alguna. En escala, ni héroes ni villanos; sin escalas, seres humanos que  temprano se tropiezan con esa realidad de preguntas sin respuestas. El profesor ni es redentor , ni es ídolo; es apenas - y eso es lo es todo - alguien que les hace saber a sus alumnos que crecer es un proceso, tan gozoso como doloroso y que la mejor manera de quedarse es saber despedirse.

En las escuelas franco parlantes se le dice a los profesores monsieur, señor. El título original de la película es Monsieur Lazhar. No hay homenaje más discreto, sentido y profundo que llamar señor o señora a aquel que nos enseña.  Por la forma como llega a la escuela, por el pasado que lo acompaña, por la manera como sin invadirlos rodea y abraza a sus alumnos y por la coherencia entre lo que es y lo que enseña, este profesor Lazhar merece que se le llame, con toda la significación del término, monsieur Lazhar.

Nota a deshoras: Termino con esta hermosa escena