TÍTULO ORIGINAL The King's Speech
AÑO 2010
DURACIÓN 118 min.
PAÍS Reino Unido
DIRECTOR Tom Hooper
GUIÓN David Seidler
MÚSICA Alexandre Desplat
FOTOGRAFÍA Danny Cohen
REPARTO Colin Firth, Helena Bonham Carter, Geoffrey Rush, Michael Gambon, Guy Pearce, Timothy Spall, Derek Jacobi, Eve Best
PRODUCTORA Coproducción GB-Australia; UK Film Council / The Weinstein Co. / Momentum Pictures / Aegis Film Fund / Molinare London / Filmnation Entertainment
WEB OFICIAL http://www.weinsteinco.com/#/film/the_kings_speech
PREMIOS 2010: Oscar: 12 nominaciones, incluyendo Mejor película, director, guión y actores
2010: Globos de Oro: Mejor actor (Firth). 7 nominaciones, incluyendo Mejor película drama
2010: 7 Premios BAFTA, incluyendo Mejor película y actor (Firth). 14 nominaciones
2010: Premio Goya: Mejor película europea
2010: Festival de Toronto: Mejor película (Premio del Público)
2010: Círculo de Críticos de Nueva York: Mejor actor (Colin Firth)
2010: Independent Spirit Awards: Nominada Mejor película extranjera
GÉNERO Drama | Histórico. Biográfico. Años 30. Basado en hechos reales
Clasificación : Vale la pena
Uno se pregunta como se construye, a partir de una idea básica, una buena película. En el caso del Discurso del rey la materia prima es casi anecdótica. Jorge VI llega a ser rey de Inglaterra tras la abdicación de su hermano Eduardo VII. La situación, inesperada, es además indeseada y lo es porque el joven heredero no sabe hablar. Lo enmudecen no solo los grandes auditorios expectantes sino la mera posibilidad de entablar con el otro un simple diálogo. Podrá, de la mano de un terapista singular, superar su problema y gobernar Inglaterra? No parece que una idea como esta, con su tono telenovelesco de acertijo, sea material suficiente para armar una buena película. Con una idea así se hubiera podido hacer una comedia pasable o, lo más predecible y probable, un drama de emoción cutánea basado en una historia grandiocuente de superación. Pero es a partir de una idea como esta que se construye, en El discurso del rey, una película sobresaliente.
Cómo potenciar una idea primaria para extraer de ella mucho más de lo que, al ojo rápido, la misma parecía dar? Lo primero que debe resaltarse es el trabajo del guionista. Personalmente creo que con cierta iligereza los aplausos suelen converger en directores y actores, cuando la historia que los soporta se le debe toda al guionista. Un buen guión supone no sólo la elaboración de una historia que se deje contar en el lenguaje del cine y desde allí subyugue y atrape, sino que el guionista debe ver entre líneas la película que va escribiendo. Debe, a su manera, dirigirla y darle forma a los personajes que la animan. De alguna manera, antes que se la dirija y actúe, desde el guión, la película ya había sido dirigida y actuada. En este sentido es David Seidler, guionista del Discurso del rey, quien hace que la anécdota básica no se quede en sí misma sino que sea a partir de ella que se narren, entre otras, las causas de la tartamudez, las distintas visiones de mundo que tienen los hermanos, las dificultades de entablar una relación auténtica con el otro, las percepciones mediáticas de los gobernados….
Ya con un material así enriquecido vienen los otros componentes que ensanchan la película. Esta, en primerísimo lugar, la muy cuidada ambientación. Desde la primera toma que se regodea en uno de esos emblemáticos micrófonos de mediados del siglo pasado hasta la escena cumbre de discurso, El discurso del rey es una sucesión impecable de ambientes. Cuando se logra una buena ambientación el efecto es que quien ve la escena se siente en ella. Esta transportación espacial es una de las tantas magias del cine y las más de las veces ni cuenta nos damos precisamente por la sutileza de ese singular desplazamiento.
No me detengo en las soberbias actuaciones de Colin Firth y Geoffrey Rush. Solo puedo decir que ambos encaran y superan el reto estelar de la actuación que es actuar hacia adentro. Lo que uno ve en los rostros y en los gestos de lo dos, es el resultado de haberse zambullido en ellos mismos para descifrar la esencia de los personajes encarnados y asegurar así que lo que salga a la superficie retrate el interior de ambos personajes. Para representar bien a un tartamudo no basta remedar su tartamudez, hay que transmitir con toda credibilidad la angustia que provoca ese tropezón involuntario de las palabras en la boca. El papel de Firth demuestra una vez más que a la buena actuación le pueden resultar cosméticas las palabras; de dónde salen, del porqué salen o, como en el caso del Discurso del rey, del porqué no salen, son para la actuación los focos principales. Las palabras, a fin de cuentas, tienen su propia y relativa perdurabilidad.
El trabajo de Tom Hooper, como el de todo director, es lograr el ensamble óptimo de todos los insumos de los que dispone. En El discurso del rey esta meta se alcanza con un exquisito tono de contención. La película, inglesa y flemática en esto, elude siempre esa pomposidad que suele emplearse cuando se habla de la amistad o de la superación de una dificultad. El discurso final es una prueba de esfuerzo, no una joya de la elocuencia y eso está bien porque se acopla a una historia marcada, de principio a fin, por la discreción y el humor refinado. El gran mérito del Discurso del rey es servirse de la tartamudez del rey para mostrar un ser inseguro que de seguro habrá entendido, después del lucimiento discreto de su discurso, que al justo gobierno de los otros siempre lo antecede el esfuerzo, siempre inacabado, de gobernarse a sí mismo.
Tengo que decir, para terminar, que pese a todo lo anterior hay algo incompleto en El discurso del rey. Todo está bien en la película y sin embargo se siente que algo quedó faltándole a la historia. El discurso del rey gusta pero no apasiona, lo que lo lleva a uno a pensar que en el complejo ensamblaje de todos los elementos de una buena película no basta su ordenación perfecta; se necesita también que la historia tenga su propia alma, su latencia de vida. Y es ese soplo vital el que sin saber muy bien porqué razón no se siente, no lo sentí yo al menos, en el Discurso del rey.
Uno se pregunta como se construye, a partir de una idea básica, una buena película. En el caso del Discurso del rey la materia prima es casi anecdótica. Jorge VI llega a ser rey de Inglaterra tras la abdicación de su hermano Eduardo VII. La situación, inesperada, es además indeseada y lo es porque el joven heredero no sabe hablar. Lo enmudecen no solo los grandes auditorios expectantes sino la mera posibilidad de entablar con el otro un simple diálogo. Podrá, de la mano de un terapista singular, superar su problema y gobernar Inglaterra? No parece que una idea como esta, con su tono telenovelesco de acertijo, sea material suficiente para armar una buena película. Con una idea así se hubiera podido hacer una comedia pasable o, lo más predecible y probable, un drama de emoción cutánea basado en una historia grandiocuente de superación. Pero es a partir de una idea como esta que se construye, en El discurso del rey, una película sobresaliente.
Cómo potenciar una idea primaria para extraer de ella mucho más de lo que, al ojo rápido, la misma parecía dar? Lo primero que debe resaltarse es el trabajo del guionista. Personalmente creo que con cierta iligereza los aplausos suelen converger en directores y actores, cuando la historia que los soporta se le debe toda al guionista. Un buen guión supone no sólo la elaboración de una historia que se deje contar en el lenguaje del cine y desde allí subyugue y atrape, sino que el guionista debe ver entre líneas la película que va escribiendo. Debe, a su manera, dirigirla y darle forma a los personajes que la animan. De alguna manera, antes que se la dirija y actúe, desde el guión, la película ya había sido dirigida y actuada. En este sentido es David Seidler, guionista del Discurso del rey, quien hace que la anécdota básica no se quede en sí misma sino que sea a partir de ella que se narren, entre otras, las causas de la tartamudez, las distintas visiones de mundo que tienen los hermanos, las dificultades de entablar una relación auténtica con el otro, las percepciones mediáticas de los gobernados….
Ya con un material así enriquecido vienen los otros componentes que ensanchan la película. Esta, en primerísimo lugar, la muy cuidada ambientación. Desde la primera toma que se regodea en uno de esos emblemáticos micrófonos de mediados del siglo pasado hasta la escena cumbre de discurso, El discurso del rey es una sucesión impecable de ambientes. Cuando se logra una buena ambientación el efecto es que quien ve la escena se siente en ella. Esta transportación espacial es una de las tantas magias del cine y las más de las veces ni cuenta nos damos precisamente por la sutileza de ese singular desplazamiento.
No me detengo en las soberbias actuaciones de Colin Firth y Geoffrey Rush. Solo puedo decir que ambos encaran y superan el reto estelar de la actuación que es actuar hacia adentro. Lo que uno ve en los rostros y en los gestos de lo dos, es el resultado de haberse zambullido en ellos mismos para descifrar la esencia de los personajes encarnados y asegurar así que lo que salga a la superficie retrate el interior de ambos personajes. Para representar bien a un tartamudo no basta remedar su tartamudez, hay que transmitir con toda credibilidad la angustia que provoca ese tropezón involuntario de las palabras en la boca. El papel de Firth demuestra una vez más que a la buena actuación le pueden resultar cosméticas las palabras; de dónde salen, del porqué salen o, como en el caso del Discurso del rey, del porqué no salen, son para la actuación los focos principales. Las palabras, a fin de cuentas, tienen su propia y relativa perdurabilidad.
El trabajo de Tom Hooper, como el de todo director, es lograr el ensamble óptimo de todos los insumos de los que dispone. En El discurso del rey esta meta se alcanza con un exquisito tono de contención. La película, inglesa y flemática en esto, elude siempre esa pomposidad que suele emplearse cuando se habla de la amistad o de la superación de una dificultad. El discurso final es una prueba de esfuerzo, no una joya de la elocuencia y eso está bien porque se acopla a una historia marcada, de principio a fin, por la discreción y el humor refinado. El gran mérito del Discurso del rey es servirse de la tartamudez del rey para mostrar un ser inseguro que de seguro habrá entendido, después del lucimiento discreto de su discurso, que al justo gobierno de los otros siempre lo antecede el esfuerzo, siempre inacabado, de gobernarse a sí mismo.
Tengo que decir, para terminar, que pese a todo lo anterior hay algo incompleto en El discurso del rey. Todo está bien en la película y sin embargo se siente que algo quedó faltándole a la historia. El discurso del rey gusta pero no apasiona, lo que lo lleva a uno a pensar que en el complejo ensamblaje de todos los elementos de una buena película no basta su ordenación perfecta; se necesita también que la historia tenga su propia alma, su latencia de vida. Y es ese soplo vital el que sin saber muy bien porqué razón no se siente, no lo sentí yo al menos, en el Discurso del rey.