FITZCARRALDO

FITZCARRALDO
FITZCARRALDO. Werner Herzog. Klaus Kinski

jueves, 24 de mayo de 2012

EL NIÑO DE LA BICICLETA



TÍTULO ORIGINALLe gamin au vélo (The Kid With The Bike)
AÑO2011
DURACIÓN 87 min.
PAÍS
DIRECTORJean-Pierre DardenneLuc Dardenne
GUIÓNJean-Pierre Dardenne, Luc Dardenne
MÚSICAVarios
FOTOGRAFÍAAlain Marcoen
REPARTOCécile De FranceThomas DoretJérémie RenierFabrizio Rongione,
Egon Di MateoOlivier Gourmet
PRODUCTORACoproducción Bélgica-Francia-Italia
PREMIOS2011: Festival de Cannes: Gran Premio del Jurado (Ex-aequo)
2011: Premios Cesar: Nominada a Mejor película extranjera
2011: Premios del Cine Europeo: Mejor guión. 4 nominaciones
2011: Globos de Oro: Nominada a mejor película de habla no inglesa
2011: Independent Spirit Awards: Nominada a Mejor película extranjera
2011: Satellite Awards: Nominada a Mejor película de habla no inglesa
2011: Festival de Valladolid - Seminci: Sección oficial largometrajes a concurso
GÉNERODrama | AdopciónFamiliaInfancia


Calificación : Muy recomendada

La última película de los hermanos Dardenne (La promesa 1996, Rosetta 1999, El hijo 2002, El niño 2005 y El silencio de Lorna 2008) es una narración escueta que se atiene al decurso lineal de lo que le pasa a un chico desamparado y conflictivo que se desplaza, como cualquier otro de su edad, en una bicicleta.  Si la película hubiese tenido intenciones moralistas se la habría titulado de otra forma.  Se la habría llamado, por ejemplo, Huir en bicicleta o Todavía una esperanza . Pero no. Se llama El niño de la bicicleta  porque trata, sin más, de un muchacho y su bicicleta; porque el niño y su bicicleta son el eje de un relato totalmente medido en el que los hechos escuetos son el único vehículo de expresión .  Los Dardenne reiteran así un estilo que ya los caracteriza y que por parco pudiera parecer hosco y amargo pero que cuando se concreta en una película como el Niño de la bicicleta constituye un enorme acierto cinematográfico.

Como en muchas de las anteriores películas de los hermanos belgas, la historia se centra en las convulsiones y zozobras de una persona menor. Los Dardenne tienen una clara inclinación por el mundo inestable, tierno, solitario, agresivo y contestatario de niños y adolescentes. Un mundo que los hermanos abordan sin ningún tipo de preciosismo y despojados por completo de cualquier intención aleccionadora. La cámara sólo aspira a captar el suceso evidente. Lo que este pueda provocar en el espectador pertenece más al ámbito de la elaboración individual de quien ve la película que a un tramado artificioso tejido con imágenes seductoras o parlamentos sugestivos.

En el Niño de la bicicleta Cyril  es un preadolescente que recorre con su bicicleta las calles de una ciudad que no le ofrece más que un par destinos repetidos y huecos. Pero es en los desplazamientos entre punto y punto que Cyril parece encontrar, endeble y fugaz, un lugar propio. Cuando a los once años se pedalea no hay otra expectativa, elemental y básica, que de la desplazarse de un punto a otro. A veces para quien monta  la bicicleta el pedaleo puede ser un desahogo, pero cuando lo es carece de discursos existenciales y solo es una forma de reafirmar una presencia frágil estrellándola contra el viento que se lleva en contra.

Cyril está obstinado en recuperar la compañía de su padre mientras que este, acobardado por la responsabilidad paterna, rehúsa tenerlo a su lado. Es en uno de esos infructuosos acercamientos a su papá que Cyril termina conociendo a Samantha (Cécile de France), una peluquera de barrio que  le brinda su casa como hogar provisional de acogida. La relación entre Cyril y Samantha no es nada cálida. Contra las advertencias de su nueva protectora el chico termina involucrándose con un pandillero de la calle que busca provecho en esa rebeldía y en esa agresividad de Cyril que solo sabe expresarse en la ferocidad de su pedaleo. Sin éxito Samantha intenta disuadirlo de esta mala compañía pero él la confronta con el argumento hostil y desagradecido de no ser su madre.

La historia de los Dardenne no se sale ni por un solo instante de su cauce. La contención permanente es su tono y elude de manera magistral esa ligereza emotiva en la que tan fácilmente puede caerse cuando de por medio hay niños abandonados y mujeres  solitarias que a tumbos andan buscándole sentido a sus precarias existencias.

Lo increíble del Niño de la bicicleta es que pese a su acento tan sobrio y plano logra transmitir un cúmulo de emociones que van desde la auténtica compasión hasta la más pueril de las esperanzas.  Sin apenas darse cuenta Samantha se topa con una maternidad despojada de peluches y fotos enmarcadas. Una maternidad que por silvestre tiene también algo de agreste.  


En su rol de Cyril Thomas Doret logra una interpretación brillante. Quien alguna vez haya pedaleado sin los afanes de la salud o de la estética y sin siquiera el solaz de la entretención, entenderá lo que es, a los once o doce años, sentarse sobre esa irrepetible bicicleta que es, de una inexplicable forma, nuestra única conexión con el mundo y, también, nuestra forma de desconectarnos de él. Viendo a Cyril con su pedaleo irregular y su rostro de enojo contra el viento es imposible no evocar, sin sensiblerías, los pedaleos de entonces.

El ensamble entre Cyril y Samantha es, por trunco y traumático, casi perfecto. El acierto de los Dardenne es la renuncia a lo que supere el plano inmediato de lo básico. No es, sin embargo,  un realismo opaco o amargado; es, por el contrario, la conjunción bien lograda entre una cámara adusta y un guión muy bien medido.

Viene bien encontrarse  con una película como el Niño de la bicicleta porque nos recuerda que hay otra manera, menos vistosa pero mucho más auténtica y franca, de captar las penurias y también las fortunas del ser humano. Un ejemplo contundente de esta austeridad es la musicalización de la película. Sólo hay un brevísimo pasaje musicalizado: Cyril, rechazado por su padre, emprende su pedaleo desaforado. Solo en esa corta fuga hay música de fondo.  La vida no sucede musicalizada y si el cine se permite esa licencia debe hacerlo siempre en un acto de simultáneo respeto por la música y por la vida misma.

El gran mérito del Niño de la bicicleta está en lograr una impecable transmisión de sentimientos sin naufragar en el torrente que estos suelen provocar.  

  

domingo, 6 de mayo de 2012

LOS VENGADORES



TÍTULO ORIGINALThe Avengers
AÑO2012
DURACIÓN135 min
PAÍSEstados Unidos
DIRECTORJoss Whedon
GUIÓNJoss Whedon (Historia: Joss Whedon, Zak Penn)
MÚSICAAlan Silvestri
FOTOGRAFÍASeamus McGarvey
REPARTORobert Downey Jr.Chris EvansMark RuffaloChris HemsworthScarlett Johansson,
Jeremy RennerTom HiddlestonSamuel L. JacksonCobie SmuldersClark Gregg,
Gwyneth Paltrow,Stellan SkarsgårdStan LeeHarry Dean Stanton
PRODUCTORAMarvel Studios / Paramount Pictures
WEB OFICIALhttp://marvel.com/avengers_movie/
GÉNEROFantásticoAcciónCiencia ficciónAventuras | SuperhéroesCómicMarvel Comics.
3-D

Calificación : Vale la pena

Crecí con los cómics de los sesenta y de los setenta y eso, de entrada, marca una gran diferencia.  Recuerdo la avidez con la que de niño me dedicaba a leer  las aventuras ilustradas de Batman y Robin. Recuerdo, también recuerdo, esa enorme frustración que sentí cuando la capa que mis papás me regalaron (obsequio por comprar un par de tenis marca Croydon) no se extendía como una carpa henchida cuando yo corría como si lo hacía, espectacular y negrísima, la del hombre murciélago.

Los cómics con los que crecí eran, vistos con la distorsión que imprime el paso del tiempo, elementales y simples. El héroe se enfrentaba al villano y cuando la derrota era inminente, un inesperado halo de fuerza invertía el orden de los sucesos y el bien, oculto siempre tras una máscara enigmática, terminaba derrotando a un mal que, aún maltrecho y herido, dejaba anunciado su regreso.

Mis héroes, los de entonces, eran seres esencialmente solitarios, serios y circunspectos. El escaso humor de esas aventuras corría por cuenta de uno que otro malhechor, inteligente y sarcástico, que siempre se burlaba del rol salvador y por ende algo patético de sus alados contrincantes.  Con esas imágenes – y con los sentimientos a ellas ligados -  me quedé por muchos años hasta que vino el reencauche o , mejor, la repotencialización de los héroes de entonces. Así tenía que ser y por supuesto está bien que así haya sido. Batman no podía seguir siendo el héroe rollizo de entonces al que siempre lo salvaba, a última hora, un milagroso bati artefacto. Tenía que sucederlo un Batman apuesto y atlético que entremezclara el charme del millonario Bruno Díaz con ese mundo oscuro en el que, siendo apenas un niño, Batman selló su penumbroso compromiso de luchar contra el mal.

Pese a la avasalladora tecnología y a las huestes de geeks que esta ha congregado, yo sigo prefiriendo, remodelados como lo exige el paso del tiempo y sobre todo como lo piden las nuevas generaciones, el old fashioned de mis héroes de infancia. Me gusta su insobornable soledad, su adusta seriedad, su incapacidad de amar y esa inconfesable inconformidad con el rol de super stars que les tocó afrontar.  Debió ser entonces este anclaje afectivo el que me impidió sumergirme  del todo en Los Vengadores, la muy elogiada película de Marvel Studios, con guión y dirección de Joss Whedon . Los Vengadores es un derroche de entretención bien lograda que reúne a un disímil grupo de super héroes  encargados de librar a la ciudad, cual otra sino Nueva York,  de la amenaza de un temible enemigo.  Durante más de dos horas el espectador se sentirá abrumado por el desparrame de tecnología y de seguro pasará, como dicen los españoles,  un palomitero  buen rato.

Pero más allá de sus atributos de una buena entretención, Los Aventureros deja - o al menos a mí me dejó – una sensación de atiborre donde tanta espectacularidad deja el sinsabor del vacío; un despliegue cuasi ilimitado donde lo más termina siendo menos. Pareciera una necedad descalificar esta película por la pobreza de su historia pero es evidente que en Los Vengadores todo el peso narrativo se dejó en los hombros de sus personajes que más que afrontar su cometido guerrero lo que hacen es disfrutar la encomienda que se les hizo. Todos ellos lucen mejor solos que acompañados porque están hechos, lo repito, para la lucha solitaria. Cuando a mis grandes héroes de la infancia los juntaron  bajo el dudoso rótulo de los Superamigos fue evidente como la unión lejos de realzar sus virtudes  terminó diluyendo su carisma.

Los fanáticos dirán - y razón quizás no les faltará -  que estamos ante una epopeya básica escrita sin grandilocuencias pero sí con la precisión emotiva de la fantasía; que esta reunión marveliana de grandes superhéroes es un crossover frenético y que el no la haya disfrutado es porque sus tornillos, de tan bien apretados que están, lo han privado de gozarse este fascinante desvarío.  Puede que así sea pero tengo que decir, a contracorriente de casi todo lo que he leído sobre Los Vengadores, que me pareció, más que una buena película, un video juego bien amplificado que cumple satisfactoriamente con su objetivo elemental de entretener pero sin dejar huella alguna. La historia es lineal y sosa y el esfuerzo por evitar que sus protagonistas se opaquen entre sí termina dando por resultado un grupo que sobresale por su falta de cohesión. En medio de esta congregación un  tanto forzada de super estrellas sobresalen sin lugar a dudas Iron Man y Hulk pero no por que encarnen realmente al héroe que batalla por una gran causa sino porque tienen la inteligencia, esencialmente humana, de burlarse de sí mismos y de todos aquellos que los rodean.

Los vengadores es una película para gozársela sin circunloquios analíticos o intelectuales. Es eso lo que explica su enorme aceptación entre un público que siempre está dispuesto a rendirse, extasiado,  ante unos seres extraordinarios que no se cansan de luchar contra un enemigo cada vez más sofisticado y creativo. 

Personalmente creo que la verdadera renovación de nuestros queridos super héroes no está en la cantidad de rayos letales que se disparen en batallas cuasi cósmicas ni, tampoco, en la banalización, tiznada de humor,  de sus misiones.  Creo que su nueva versión debe apuntar hacia enemigos más discretos y anónimos pero no por eso menos agresivos y contundentes como pueden serlo, sin duda, aquellos que llevamos dentro. Mi muy querido Batman es un perfecto ejemplo.