FITZCARRALDO

FITZCARRALDO
FITZCARRALDO. Werner Herzog. Klaus Kinski

miércoles, 29 de septiembre de 2010

La clase


TITULO ORIGINALEntre les murs
AÑO2008
DURACIÓN128 min.  Trailers/Vídeos 
PAÍSFrancia  (Novedad) Sección visual 
DIRECTORLaurent Cantet
GUIÓNFrançois Bégaudeau, Robin Campillo, Laurent Cantet (Libro: François Bégaudeau)
MÚSICAVarios
FOTOGRAFÍAPierre Milon
REPARTOFrançois Bégaudeau, Nassim Amrabt, Laura Baquela, Cherif Bounaïdja Rachedi, Juliette Demaille
PRODUCTORAHaut et Court

Clasificación : Muy recomendada

En medio de unos diálogos devastadores que  soportan todo el peso de la película, al final uno se queda  con el rostro perplejo de esa estudiante negra que le confiesa a Francois (Francois Bégaudeau) no haber aprendido nada. Más que tristeza lo que hay en su mirada es una suerte de perplejidad vacía que se pregunta por el sentido de haber estado allí cumpliendo un rito educativo que a ella, allí de pie tan presente como ausente, no le dice absolutamente nada.

Entre les murs, La clase en español, se inscribe en ese curioso e híbrido género llamado el docudrama. Su director, Laurent Cantet, lleva al cine la obra de Francois Begaudeau un profesor francés que relata su experiencia en un instituto educativo de la periferia parisina al que concurre la diversidad cultural y racial  que hoy puebla la capital francesa. Adolescentes entre los 14 y los 17 años asisten a clases vistos no ya bajo el anticuado estereotipo del joven ávido de conocimiento que se topará con la generosidad del profesor amigo, sino bajo el descarnado lente de un grupo de inconformes que nació revaluando el concepto de autoridad y que no ven en el saber una herramienta indispensable para vivir.

Indudablemente la película plantea no uno sino muchos interrogantes sobre los modelos educativos. Es inevitable preguntarse si el no haber aprendido nada es culpa del alumno, la alumna en este caso,  o del establecimiento que no supo darle sentido a su misión y  que lleva  muchos años perdidos  en una confrontación generacional y cultural que siempre deja heridos a los bandos enfrentados que se aferran ciegamente, vista desde costados opuestos, a la excusa de la incomprensión.

Pero no debo - y tampoco puedo – adentrarme en el terreno de la educación. Sin restarle mérito a las posturas y mensajes que en esta materia de seguro tiene La clase, el valor que hay que resaltar es su propuesta cinematográfica. Uno podría abundar en adjetivos y calificarla  de honesta, valiente, auténtica o contundente. Todos suenan bien y bien le vienen a la película. Pero los adjetivos suelen ser desvíos o pintorescas estaciones en las que nos detenemos porque no sabemos bien cuál es el destino al que nos dirigimos.

Sin adjetivos, la propuesta de La clase es acercarse a ese drama de los que se hablan sin entenderse; sirviéndose de una cámara  sin  tecnicismos rutilantes,  La clase se detiene para registrar las voces y los rostros de un profesor y sus alumnos. Más allá de los discursos cruzados, la película se atreve a no tener historia, a empezar por donde empieza el año escolar, a no involucrar a nadie con nadie aunque todo transcurra entre cuatro paredes. Se atreve en fin a no tener final, a apagarse cuando sencillamente se apaga, sin los estruendos habituales de las moralejas o, más reconocibles aún, sin el desconcierto de los pretensiosos finales sin final.

Yo no creo que el cine deba evolucionar hacia el no cine. Me parece rebuscado y próximo al hastío decir que el mejor cine es aquel  al que se le despoje de todos los artilugios que, para bien y para mal, le son tan suyos. Quienes amamos el cine buscaremos siempre, como se la busca siempre en todo arte, esa mentira que, fuera de nosotros, nos completa. Eso no obsta para valorar una propuesta que quiere, como La clase, eliminar la mayor cantidad de interferencias y acercarse, con un enorme respeto pero también con un enorme cuestionamiento, a la desgarradora realidad que nos rodea.  



Los girasoles ciegos


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TITULO ORIGINALLos girasoles ciegos
AÑO2008
DURACIÓN98 min.  Trailers/Vídeos 
PAÍSEspaña  
DIRECTORJosé Luis Cuerda
GUIÓNJosé Luis Cuerda, Rafael Azcona (Novela: Alberto Méndez)
MÚSICALucio Godoy
FOTOGRAFÍAHans Burmann
REPARTOMaribel Verdú, Javier Cámara, Raúl Arévalo, Irene Escolar, Martín Rivas, José Ángel Egido, Roger Princep
PRODUCTORASogecine / Produccions A Modiño / E.O.P.C / Producciones Labarouta
WEB OFICIALhttp://www.girasolesciegos.com

Clasificación : Vale la pena

Los girasoles ciegos es una de esas películas que superficialmente nos envuelven con su atractivo halo para, instantes después, desprender un tufillo a historia ya contada, a  personajes no creíbles (bien distintos a los personajes increíbles), a contrapunteos maniqueos cuyo desenlace, del todo previsible, ensombrece una historia que albergaba madera para mejores tallas.

Elena (Maribel Verdu) es, aparentemente,  una mujer recatada y viuda  que cada día lleva a su pequeño (Roger Princep) a la escuela. Galicia  año 1940. En la casa de la enlutada se esconde su marido (Javier Cámara), un intelectual rojo que huye del franquismo ocultándose en una habitación secreta dentro del armario. También tras su rostro adusto se agazapa una hija (Irene Escolar) que huyó embarazada en compañía de otro disidente (Martín Rivas). Un joven  diácono de nombre Salvador  (Raúl Lorenzo), profesor del pequeño, se obsesiona con Elena, con su sensualidad contenida. Y la sigue, y la persigue,  y su fe se bambolea más o menos al mismo ritmo de las caderas de la inalcanzable Elena.

Los personajes ya los conocemos: el sacerdote lascivo que encubre mal su lujuria tras  sotana ; el intelectual incomprendido que dará su vida por una causa y la mujer  que sin quererlo terminará destrozada por los hilos que a su alrededor su fueron tensando. La historia nos lleva pero no nos sorprende. A Cámara se le ve cansado, no por el encierro del personaje sino por el personaje mismo. La doblez de Lorenzo no es maldad, es apenas un esfuerzo actoral que no convence. Maribel no lo salva todo pero es comprensible que  nos aferremos a su papel tan inseparable, como siempre, de su excepcional belleza.

La historia logra, quizás, una carambola sencilla. De esas que no requieren ni efectos, ni cálculos, ni siquiera suerte. Las carambolas de las buenas películas son a tres bandas, decisorias, sorprendentes e inesperadas.

Las impresiones que inicialmente quedan al ver Los girasoles ciegos son buenas pero  más adelante fueron sus vacíos y flaquezas los que hicieron evidente, no tanto la ceguera de los girasoles, como la falta de luz que los deshizo. 

domingo, 26 de septiembre de 2010

Río helado

 




TITULO ORIGINAL
Frozen River
AÑO
2008Ver trailer externo
DURACIÓN
97 min.  Trailers/Vídeos 
PAÍS
EEUU  
DIRECTOR
Courtney Hunt
GUIÓN
Courtney Hunt
MÚSICA
Peter Golub, Shahzad Ali Ismaily
FOTOGRAFÍA
Reed Dawson Morano
REPARTO
Melissa Leo, Misty Upham, Charlie McDermott, Michael O'Keefe, Mark Boone Jr.
PRODUCTORA
Sony Pictures Classics
WEB OFICIAL
http://frozenriverthemovie.com/

Clasificación : Muy recomendada

Se ha dicho siempre, entre tintinólogos, que la aventura más íntima del joven reportero belga, la que más compromete sus sentimientos, es Tintin en el Tibet. También se ha dicho  de ella que algo tiene de autobiográfica y que es el libro más blanco del inolvidable Hergé. Basta hojearlo para encontrarse, en muchas de sus páginas, con el sobrecogedor paisaje tibetano: picos escarchados y blanquísimas extensiones. El blanco en esta aventura es helado, solitario y, buena parte del tiempo, desesperanzado.


La blancura de Tintín en el Tibet tiene un efecto similar a ese otro blanco, también inmenso y desolador, de Río Helado. El primer acierto de la película es la simpleza, acá sinónima de limpieza,  de su historia: una mujer ha sido abandonada por su esposo jugador. El hombre huyó con el dinero que tenían para pagar la endeble casa donde la mujer se ha quedado sola con sus dos hijos. Adolescente el uno y niño el otro. En su rostro ajado la mujer, magistralmente interpretada por Melissa Leo, evidencia los estragos de una vida de amarguras y privaciones. Pero lejos de ser la víctima o la flor quebrada, es el arrojo enturbiado del resentimiento. En  la búsqueda del  que huyó encuentra su carro: lo había robado una india mowak con la que traba una extraña relación que evolucionará, con un ritmo magistral, a lo largo de esta sorprendente película.


La mujer india se dedica al contrabando de gente que cruza ilegalmente la frontera entre los Estados Unidos y Canadá. El sistema parece simple: se recoge a las personas en un punto determinado y se las oculta en el baúl del carro. Se cruza el río helado y se las entrega al otro lado. La paga es buena y la madre angustiada y necesitada ve, en ese tráfico humano, helado e incomunicado, la posibilidad no sólo de que no le quiten su casa sino también la opción de comprar una nueva, de hacer realidad, para sus hijos más que para ella, el sueño de un folleto comercial.


Los méritos de la película son muchos. La historia sobrecoge sin ser sobrecogedora. Avanza como sólo se puede avanzar cuando el frío nos cala los huesos: no podemos correr porque la nieve nos lo impide pero si nos quedamos quietos morimos congelados. Simplemente avanzamos. Las actuaciones son soberbias porque se deshacen sutilmente de los rótulos tradicionales de la buena actuación. La mujer es quien es y Melissa Leo logra aquello que le es propio a una gran actuación: que se nos olvide, viéndola, que está actuando. Lejos no le quedan sus compañeros. La india, caracterizada por Misty Upham,   se nos antoja de hielo pero un temperamento gélido al que se le sobrepone, sin alardes emotivos,  la solidaridad y la entrega de una mamá.


Tengo que confesar mi personal gusto por las películas elementales. Llamo elemental a aquella película que se sirve de una historia cualquiera, elemental y ordinaria; elemental es aquella película cuyos personajes no sobresalen por bellos, inteligentes o valientes. Personajes que encarnan ese torrente anónimo cuyo extraordinario valor es la cotidianidad,  el dolores y el sacrificio anónimos  y, no pocas veces, las felicidades mínimas.


Río Helado es una gran elemental película. Nos toca sin apelar a las emociones periféricas; nos cala hondo con su historia de desespero y anhelo, de amor adusto pero profundamente sincero.


Río Helado  es  una película simple pero a la vez sólida y conmovedora . Así lo dice su  escena final: un carrusel impulsado a pedal por el mayor de los hermanos y en el que giran, anclados y a la vez desasidos del mundo, su hermano menor y el hijo que recuperó la india mawak.

lunes, 20 de septiembre de 2010

Quién quiere ser millonario











TITULO ORIGINAL
Slumdog Millionaire
AÑO
2008
Ver trailer externo
DURACIÓN
120 min.
  Trailers/Vídeos 
PAÍS
Inglaterra
DIRECTOR
Danny Boyle, Loveleen Tandan
GUIÓN
Simon Beaufoy (Novela: Vikas Swarup)
MÚSICA
A.R. Rahman
FOTOGRAFÍA
Anthony Dod Mantle
REPARTO
Dev Patel, Freida Pinto, Madhur Mittal, Anil Kapoor, Irrfan Khan, Mia Drake
PRODUCTORA
Coproducción Reino Unido-EEUU; Fox Searchlight / Warner Independent / Celador Films / Film4
WEB OFICIAL
http://slumdog.filmax.com/
Clasificación : Muy recomendada

Un  humilde muchacho que sirve té en un centro de atención telefónica en la India decide participar en el concurso  Quién quiere ser millonario. Elegido como concursante desconcierta al animador y a toda la audiencia por el acierto en todas sus respuestas. Basta verlo para saber que dista mucho del estereotipo intelectual que alardea de su saber. Parece, bien por el contrario,  un chiquillo asustado que no mide bien los cientos de miles de rupias, los millones de rupias, que va ganando con sus respuestas y que lo harán, consumándose en él el eterno sueño de tantos, millonario. 

Los dueños y los directivos del programa sospechan que algo se ha salido de su control. Se debe ganar hasta donde los indicadores de audiencia lo permitan. De allí en adelante y sobre todo tratándose de un pobre, joven y asustadizo repartidor de té, la explicación de un triunfo tan abrumador no puede ser otra que el fraude. Por esa razón se le pide a la policía que averigüe la verdad antes del día previsto para el programa decisivo en el que el joven concursará por una descomunal suma de rupias. Qué métodos deban emplearse para desenmascarar el aparente engaño importa poco; importa mucho, en cambio, su efectividad. A medida que avanza el inclemente interrogatorio al que someten al inusual concursante,  este  explica dónde y qué circunstancias aprendió las respuestas dadas. Cada uno de los relatos con los que explica de donde provienen sus respuestas tiene un ritmo impactante y nos muestra una India desgarrada, convulsionada y corrupta.  Su aprendizaje no es de libros y aulas, es de las calles de su  Mumbay, ciudad atroz y fascinante donde la vida pese a valer tan poco florece indómita, lastimada y esperanzada.

Fue en Mumbay donde conoció, le cuenta a su interrogador, al amor de su vida, a su Latika y es a ella a quien busca a través del programa. Si ella, aficionada como miles al programa,  lo ve en la pantalla el reencuentro será  posible. Los millones de rupias están allí como una clave, como el acertijo de la fortuna, como una trampa emotiva en la que bien vale la pena caer sin cabeza ni medida.


La idea es genial. No tiene sentido, por supuesto que no lo tiene, filtrar la historia por odioso tamiz de la posibilidad. Que Jamal gane millones de rupias con respuestas aprendidas en la calle es sin duda, desde la fría perspectiva de la probabilidad,  un desvarío, una mera ensoñación. Que Jamal estreche entre sus brazos a Latika y al hacerlo silencie el estrépito de un añoso metro es pura y simple fantasía. Pero ni la afrenta contra las reglas de la probabilidad, ni el aparente facilismo del final feliz le quitan a Slumdog millonarie su fascinación, su impronta de espléndida película.


De Slumdog millonaire podrá decirse - y se ha dicho ya -  que pudo haber sido una denuncia frenética de los vicios que carcomen la sociedad india y que, al borde de haberlo sido,  prefirió quedarse en la opción trillada de la historia rosa de la pareja que se reencuentra en una estación bulliciosa y escenifica, por una instante, la posibilidad del amor feliz. Podrá decirse - y se ha dicho ya -  que sucumbió a tan banal tentación y que apenas intentó  unos trazos sobre la miseria que bulle en las ciudades de la India.  Podrá decirse - y se ha dicho ya - que Slumdog millonaire recurrió a la segura y trillada fórmula del triunfo en el último segundo, del beso esperado, de la belleza, tan  artificial como americana, de un escenario multicolor sobre el que se monta una coreografía rítmica y pegajosa. Podrá decirse - y se ha dicho ya - que si las cosas no hubiesen terminado de esa manera sino con un  Jamal lastimado  y una Latika atrapada por las redes de la corrupción, Slumdog millonaire se hubiera salvado y hubiera sido una buena película.


Yo me atrevo a decir todo lo contrario: que Slumdog millonaire es una buena película, una excelente película, porque no se dejó tentar por el facilismo de hacerlo todo a lo serio, con finales dramáticos o, peor aún, sin finales, con esa suerte de abandonos que dejan en el espectador un incómoda sensacion de engaño.  Quien quiere ser millonario  es buena porque sin caer en los planos del sentimentalismo vacuo, se atreve a la esperanza y al amor; porque en un ámbito contaminado de supuestas realidades se atreve, de frente, a la ficción porque la entiende, no como un escapismo ingenuo de la realidad sino como un medio eficaz para abordarla y teñirla como saben hacerlo los que para vivirla, a la realidad, la miran y a través de relatos la falsean para hacerla, moldeada con mentiras, más verdadera.


Vicky Cristina Barcelona

 





TITULO ORIGINAL

Vicky Cristina Barcelona
AÑO

2008
DURACIÓN

96 min.
PAÍS

Estados Unidos
DIRECTOR

Woody Allen
GUIÓN

Woody Allen
MÚSICA

Varios
FOTOGRAFÍA

Javier Aguirresarobe
REPARTO

Javier Bardem, Penélope Cruz, Scarlett Johansson, Patricia Clarkson, Kevin Dunn, Rebecca Hall, Chris Messina
PRODUCTORA

Coproducción USA-España; The Weinstein Company / Gravier Productions / Mediapro

Clasificación : Vale la pena

Reducir una película a la frase que pronuncia alguno de sus protagonistas es, para quien escribe sobre aquella,  una opción cómoda y a veces efectiva. Esta efectividad depende de que tanto la frase escogida resuma la película, es decir, que tanto exprese en sus pocas palabras la esencia de aquella.


He escogido para Vicky, Cristina Barcelona no una sino dos frases. De esta manera modero un poco el ingenuo facilismo de sintetizar, con una cualquiera de sus frases, la película que la alberga.


La primera de ellas la pronuncia en su casa de Barcelona la anfitriona (Patricia Clarkson)  de Vicky (Rebeca Hall) y Cristina (Scarlett Johansson). Estas dos mujeres, amigas entre sí y de temperamenos opuestos, llegan a pasar el verano en la ciudad española y allí se ven envueltas en unas relaciones tan fascinantes como nocivas que no es lo mismo que decir, porque aquí el orden de los factores sí altera el producto,  tan nocivas como fascinantes. La frase la pronuncia la anfitriona cuando  le confiesa a una de sus huéspedes que aunque ama a su marido ya no está  enamorada de él. Se lo  dice a Vicky, en un vano intento de justificación, porque la sorprendió - a ella, mujer seria, madura y establemente casada -, besándose con otro hombre.


La segunda es de la bella María Elena (Penélope Cruz) cuando le dice a  Juan Antonio (Javier Bardem), su exmarido, que sólo los amores inalcanzados son los verdaderamente románticos.


Así, entre el amor y el enamoramiento y entre el amor romántico por inalcanzado y el amor que por alcanzado ha perdido su romanticismo, transcurre Vicky, Cristina  Barcelona, la última película  de Woody Allen. La película es un divertimento bien logrado sobre las posibilidades y, sobre todo, sobre las imposibilidades del amor. Vicky es una mujer “centrada” que próxima a casarse rehúsa todos los devaneos de Juan Antonio, galán un tanto descolorido cuyos principales atractivos son su padre, poeta incomprendido, y su mujer María Elena a quien le arrebató, sin poder hacerlo suyo, el talento creativo. Por su parte Cristina es, para seguir con los calificativos de cajón, una mujer “liberada” que por el contrario sucumbe  a los cortejos, muy de seductor españolote, del mismo Juan Antonio a quien la regla del dos en el amor poco o nada parece importarle.  Las cosas, sin embargo, no suceden al vaivén predecible de tan dispares temperamentos y es a Vicky a quien la sorprende un tormentoso enamoramiento de Juan Antonio distorsionado además porque lo enmarca, en verano, la arquitectura de Gaudi, un vino tinto al almuerzo y una guitarra catalana. En cambio Cristina, acérrima enemiga de los etiquetamientos, termina dándose cuenta que no es intentándolo todo como se encuentra lo buscado.


No son pues a la postre tan antagónicas las dos amigas veraneantes y no lo son porque  ambas en el fondo no persiguen otra cosa que el deseo, oscuro objeto,  de amar y ser amadas.


La película, sin duda bien lograda, deja sin embargo un vacío difícil de precisar. Queda la impresión de que todos, no sólo Allen, se dieron a un plácido divertimento y no más; que no arriesgaron mayor cosa y que esta vez pisaron suave sobre la arena con la plena conciencia de que el agua o el viento, o ambas, borrarían muy pronto sus frágiles huellas. Quizás sólo perdure en la retina la fuerza impetuosa de María Elena que es, de lejos, el personaje mejor logrado de la cinta. 


Vicky Cristina y Barcelona  no  aspira a moralejas; no condena, ni enaltece, sólo cuenta - sin cuento - y lo hace con un ritmo que envuelve y embriaga, sólo un poco, como lo hace el vino tinto al almuerzo, en verano y en Barcelona.



domingo, 19 de septiembre de 2010

Conversaciones con mi jardinero






TITULO ORIGINAL
Dialogue avec mon jardinier
AÑO
2007
DURACIÓN
109 min.  
PAÍS
Francia
DIRECTOR
Jean Becker 
GUIÓN
Jean Becker, Jean Cosmos, Jacques Monnet (Novela: Henri Cueco)
MÚSICA

FOTOGRAFÍA
Jean-Marie Dreujou
REPARTO
Daniel Auteuil, Jean-Pierre Darroussin, Fanny Cottençon, Alexia Barlier, Hiam Abbass, Élodie Navarre
PRODUCTORA
ICE3 / K.J.B. Production / Studio Canal / France 2 (FR2) / Rhône-Alpes Cinéma

Clasificación : Muy recomendada

Las miradas y quizás más que las miradas,  es la forma de mirar la que caracteriza una buena actuación. Eso lo prueban, en Conversaciones con mi jardinero, las miradas - el mirar -  de sus protagonistas: Jean Pierre Darroussin, el jardinero y  Daniel Auteuil, el pintor.

Hay una escena en la que ambos están en el jardín: Auteuil frente a su lienzo salpicado de manchas coloridas que pretenden ser el paisaje que lo rodea y a su lado Darroussin mirando los brochazos  incipientes. Lo que pintas  no es lo que veo a mi alrededor,  le dice en sus toscas palabras a Auteuil y este lo mira asombrado, incluso fascinado, por esa honestidad tan elemental.  Allí se entrecruzan, sin jamás agredirse, tan opuestas y distantes, esas dos miradas - esos dos mirares - . No las reúne ni el arte, ni la compasión. Las congrega, sin ninguna pretensión, una amistad  que se remonta a un salón de clases, a un petardo infantil en una torta de cumpleaños.

La buena actuación no es sólo aquella en la que al personaje se le hace sobresalir por alguna marginalidad; una buena actuación es también aquella que reproduce lo común y corriente, lo casi imperceptible, lo ordinario.

Conversaciones con mi jardinero es la historia del reencuentro de dos amigos. El uno, pintor parisino, desencantado de cuanto le rodea decide  volver a su casa de infancia. El otro, jardinero enraizado a la tierra que lo vio nacer y crecer,  afronta, mas no enfrenta, los estragos que en su cuerpo dejó toda una vida de operador ferroviario. Un aviso en el que el primero solicita los servicios de un jardinero para su casa y la respuesta del segundo a ese llamado, los reúne nuevamente. La película no es más - y con eso lo es todo -   que los encuentros periódicos y  los diálogos de estos dos hombres que empiezan, a velocidades y con actitudes muy distintas, el declive de sus vidas.

El cine tiene el don de falsear la vida para desentrañar su más profunda verdad.  En la vida real de seguro así no sucedería un reencuentro de estos dos amigos. De hecho es bien improbable que un jardinero de oficio, no de hobby, se reencuentre con un compañero suyo de escuela que ahora es un pintor reputado. Pero incluso si asumiéramos la posibilidad de este reencuentro o de cualquier otro (los amantes de otrora, ahora en el mismo café de entonces;  los soldados heridos en el mismo campo de batalla, ahora recluidos en el mismo hogar geriátrico etc.),  sucedería de otra forma, sucedería como sucede todo en la cotidianidad que nos circunda, es decir, no como lo muestra el cine, fragmentariamente y desde fuera, sino de una manera plana y continuada y, sobre todo, sin ese visor externo que hace del cine lo que el cine es.

A nuestra vida, a esta vida, no la vemos desde fuera y a la vida de los otros si bien desde fuera la vemos, no podemos verla con la peculiar y excepcional forma que emplea el cine.

De la relación entre Dujardin y Dupinceau no tendríamos la misma impresión si realmente los hubiéramos conocido pero por haberlos conocido en la pantalla rescatamos de su relación, proyectado hacia toda relación humana, el valor de esa honestidad ligada siempre a la  simplicidad. Por eso no es una exageración decir que el cine, además de entretenernos, nos muestra los hechos como nunca podríamos verlos, nos hace sentir la inmensidad y la pequeñez de otra manera y nos muestra también al ser humano desde una dimensión que no solemos abordar en nuestra cotidianidad. Por eso también somos, no es una exageración decirlo, el cine que hemos visto.